Érika Zapata reconocida por su lenguaje cercano a toda la sociedad colombiana, con frases coloquiales, hace que la información que da a través de Caracol Noticias sea entendible para todos. Detrás de su trabajo, hay una importante historia de resistencia y dedicación, habilidades que le han permito superar muchas barreras. Esta es su historia.
La vida de Don Octavio Zapata transcurría en medio de plumas de ave a finales de los 90, pues impulsado por la honestidad de llevar comida a su hogar, viajaba 30 minutos todos los días desde Santa Elena, un corregimiento de Antioquia donde florecen los silleteros (figuras invaluables de la cultura paisa) hacia la capital, Medellín a vender pájaros y cuidos (concentrado que comen los animales de granja).
Esa responsabilidad infranqueable de llevar comida a su familia lo volvió experto en ese oficio. En una ocasión, vio una oportunidad en la que pensó, lograría iluminar más su hogar: cambiar un par de sus aves por un televisor, viejo y desgastado pero que representaba la ocasión perfecta de ver el mundo a través de esa ventana, desde su humilde morada, donde se mezclaba el olor de la hierba, de naturaleza pura con el café matutino.
El televisor de antaño, grande y trajinado, se acomodó como pudo en la finca de don Octavio y con la sonrisa de un abuelo orgulloso, vigilaba cada tarde a sus tres nietas que llegaban fascinadas a descubrir en esas imágenes que provenían de un aparato lejano a su realidad, los dramas y formatos que las entretenían y que reinaban en el rating local.
Entre las niñas deslumbradas con ‘Tu Voz Estéreo’ y los dramas de turno, estaba Érika, la menor de las hermanas Zapata.
Érika Zapata veía este tipo de sucesos como resultado de la magia y el deseo infantil ferviente de convertir su entorno en diversión y de magnificar lo pequeño en recuerdos sagrados, como el televisor de su abuelo o la señora ajena a su núcleo familiar que aparecía cada navidad con regalos para ella y sus hermanos, pues el dinero no tenía la calidad de abundancia en su familia y desde su corta edad, supo que eso influiría con rudeza en el futuro.
Etapa escolar
Los hermanos crecieron e iniciaron su etapa escolar en el año 2.000, en el Centro Educativo San Andrés Patiño a su encuentro, descubrieron un mundo diferente y hostil al verde campo que los aupaba, justo para la época, su padre, en medio de ese torbellino de cambios que supone la etapa escolar, sobrevivía a un cáncer. Llamado igual que su papá, Octavio se esforzaba en el comercio para que sus hijos tuvieran lo necesario para cumplir con su educación y a su vez, vencer la enfermedad a punta de trabajo.
Sin embargo y a pesar de los esfuerzos, no le alcanzaba para cumplir a cabalidad con los útiles para sus hijos. En respuesta a su carencia, Érika Zapata y sus hermanos recibieron de varios de sus compañeros de estudio: burlas y matoneo. Aplastada por la situación, sentía lejana la educación que estaba recibiendo, casi que no aprende a escribir y las enseñanzas le eran rebeldes a su aprendizaje, esto, llegó a su punto máximo y se atenuó cuando su profesora le dijo: “Usted va a perder el año como sus hermanitas, son igual de brutas todas”.
Para ella, la frase fue definitiva. Metió sus problemas en un costal y con fuerza lo levantó para echarlos a un lado de su camino. Empezó a leer hasta el anochecer, se aprendió cada línea que dictaba su profesora e hizo de su estudio una obsesión, que con el tiempo derrumbó la letal frase.
Su padre mejoró y regresó a pedalear su vida, al igual que el ánimo de Érika, quien año tras año lograba ganarse becas. Su meta cambió y ya no era la de no ser “bruta” como le dijo aquella profesora, sino la de extender su obsesiva carrera educativa en la Universidad.
Además de novelas, Érika Zapata empezó a ver en el televisor de su abuelo, las noticias del Canal Caracol y descubrió un gusto magno en las formas en el que lenguaje fluía en los periodistas y presentadores, su forma de detallar la realidad colombiana y el valor que requería estar parado en un en vivo, jugueteando a cada segundo con los errores y la cobardía. Érika se vio ahí, del otro lado de la pantalla como una reportera con micrófono en mano y fue cuando decidió: “Yo quiero hacer eso toda la vida”.
Su casa se llenó de trofeos por su desempeño, ad portas de finalizar su colegio, el rector que le había prometido una beca universitaria salió de la Institución y Érika rodeada del brillo de sus logros, vio como se esfumaba su única oportunidad de ser profesional.
Pero de nuevo, el costal no sería lo suficientemente pesado para su camino. Fuerza en los brazos y a un lado el obstáculo. La Alcaldía de Medellín en ese entonces abrió una puerta a Érika y con el mismo entusiasmo educativo de su versión más pequeña, giró la perilla.
Del campo a la Universidad
Entró becada en la entonces Fundación Universitaria Luis Amigó en el 2011 a estudiar Comunicación Social y Periodismo, su tridente, vestimenta y saberes del campo, eran más bien opacos en el ambiente universitario, el matoneo como un viejo enemigo que viene recargado, volvió a su vida, esta vez más maduro y persistente.
Para nadie es un secreto que el periodismo suele divagar incluso en la academia, con el glamour y la fama inherente a las cámaras de televisión, sets y telepromters. En este contexto, los jóvenes estudiantes marcan sus caminos en líneas muy estéticas y superficiales, Érika Zapata que se levantaba con el cantar de los gallos todos los días y en el afán de un bus que embutía a un centenar de personas para que arrancaran su jornada, se sentía lejana a ese mundo, pero algo en el corazón, como un deseo indomable, le decía que se mantuviera en la pelea.
“No vas a llegar a ningún lado”, “si sigues hablando así no te sirve esta carrera” o “deberías de cambiar de profesión”, eran las frases que recibía Érika en boca de sus compañeros e incluso docentes. Tanto la afectó esto que un día terminó llorando en los brazos de su papá, que al haberse estupefacto ante las lágrimas de su hija, envolvió como regalo un par de palabras que balbuceó esperando un efecto de aliento en su hija. Lo logró.
“¡Qué costales tan bravos y pesados!”, pensaba la futura periodista sobre las dificultades en su camino. Se dedicó a lo suyo, se metió en los libros y en las fotocopias en las que estudiaba su profesión, en el camino, encontró más ‘bichos raros’ que la llenaban de fortaleza.
Las ofensas de su entorno habían mermado el nivel de seguridad que tenía en sus capacidades, pero poco a poco fue descubriendo como sus aptitudes iban brotando en los ejercicios académicos. No sabía que escribía tan bien, de las bondades de su vocabulario y de sus calidades en la lectura de contexto y realidades.
César Chaparro Pinzón se convirtió en ese referente que veía en las pantallas y fue anotando cada frase y forma que el periodista le daba a sus noticias, todo con el fin de hacerlo mejor en sus ejercicios.
Acostumbrada a estar siempre detrás de la cámara dado ese contexto bully y maquiavélico, en el que se ponderaba a sus compañeras como presentadoras o reporteras por su imagen, aprendió a manejar al derecho y al revés aquel aparato. Planos, luz, encender, apagar, ISO, luces, trípodes y audio, fueron su día a día. Hasta que en un momento llamado por su corazón, pasó al frente de la cámara, como un tren poderoso, le dio rienda suelta a toda esa energía que llevaba guardada por dentro, se acordó de los apuntes de Chaparro y lo hizo como quien tiene una única oportunidad de ganar la batalla más tremenda de la historia, lo dio todo y en el ¡corte! reconfirmó que era lo suyo. No importaba si no la volvieran a dejar al frente de la cámara, ella ya había probado eso que le encendía el alma y lo tenía decidido, sería su futuro.
A trabajar, primera experiencia laboral
Su primera oportunidad laboral la recibió de parte de Hora 13 en el 2016, un noticiero de Medellín. Hizo sus prácticas ahí y sin ninguna instrucción más que la de: “Tráigame tres notas”, se fue feliz con su compañero camarógrafo a hacer lo que tanto tiempo luchó. Nerviosa y tartamudeando pero con la intensidad de quien está viviendo su sueño, las sacó adelante.
En los días posteriores quiso hacerlo mejor y diferente. Notó algo, al ver los noticieros que se ofrecían en la programación nacional, descubrió que no entendía muchas de las noticias, había mucho tecnicismo, y si ella no era capaz de comprender lo que ahí se decía, tampoco lo iba a descifrar un campesino con los que había crecido, ni un adulto mayor que no pasó por la Universidad o una señora amiga suya que se dedicó a sus hijos y no a investigar palabras.
Se prometió algo: “Yo voy hacer noticias para todo el mundo, que todos las entiendan. Yo sé cómo habla la gente del campo, de las comunas, de bajo recursos, entonces yo traduciré ese lenguaje técnico y haré las noticias entendibles para ellos, para todos”
Se volvió su obsesión y al primer cambio en primera con este nuevo objetivo, sintió el rechazo. “Tienes que mejorar tu vocabulario, no es adecuado”, “puedes mejorar, te falta más seriedad”. Pese a las advertencias, Érika Zapata siguió explorando su tono y su forma de contar las noticias, cuidando siempre de que fuera cercano a todos en general, sin excluir.
Sumó un referente más, la Nena Arrázola, cronista de pura cepa. Terminó sus prácticas, se graduó y festejó ese logro, una victoria muy sufrida, como las finales de fútbol latinoamericanas que terminan siendo una conquista mezclada con la nostalgia del camino arduo que en la cima del éxito se extraña y se valora.
Un sueño redimido
La alegría se apoderaba del camino de la protagonista de esta historia. Siguió construyendo esa tonalidad y forma de contar sus historias, agudizó su oído para aprender nuevas palabras, palabras sencillas y frases poderosas que la gente utiliza en entornos como plazas de mercado, buses y tiendas de barrio. No las anota, pero las recuerda con claridad y se iluminan cuando debe usarlas con exactitud.
A pesar de su intención de sumergirse de lleno en su forma de hacer un periodismo con un lenguaje más sencillo y entendible para una población más amplia, se encontraba con puertas que se cerraban a la hora de presentar su hoja de vida a medios de comunicación, lo tradicional le exigía cambiar sus modos, pero ella, resiliente, mantenía su foco.
Trabajó en un par de medios locales que distaron de su reportería y forma de narrar la realidad. Pasó un año desempleada, triste y con los brazos cruzados. Hasta que ad portas de la pandemia en el 2019, nacía en Caracol Televisión, esa pantalla que tanto veía de niña, un nuevo formato: “Hora Extra” que era un programa de crónicas paranormales dirigido por Manuel Teodoro. Ella fue la quinta opción de una larga lista para acompañar dicho formato.
Les gustaba su forma de narrar, su tono. Trabajó tres meses en el proyecto y estando a poco de salir al aire y de ser contratada directamente por el medio de comunicación, se canceló por la llegada de la Covid-19. Como quedaba un tiempo restante de ese formato, Érika fue llamada para hacer reemplazos en el noticiero de la noche de Caracol Noticias. En cierta ocasión se enferma con posible Covid uno de sus compañeros y termina por hacer un directo.
En el noticiero, no sabían nada de su estilo y forma. “Yo no iba a decirle a quienes confiaron en mí para ese reemplazo, que la gente de afuera no creía en mis modos, que yo no había hecho un directo jamás, ni de mis antecedentes de matoneo, ellos no sabían la forma particular de contar mis noticias, pero en el fondo yo sabía que era diferente. Le dije a mi papá que me comprara tres blazer para presentar en el noticiero del día siguiente y ahí me estrené, con una noticia del maltrato a la mujer”.
El resto es historia, fue tendencia en redes sociales por la forma en que narró los hechos, con un lenguaje muy diferente y haciendo símiles con palomos y animales, tal cual como se lo propuso años atrás. Es vista en el canal más popular en Colombia, pues encontró un respaldo en esa casa mediática que avala la inclusión del lenguaje que incentiva sus notas y ha roto los moldes tradicionales de un periodismo pensado mucho más en la técnica y no en la gente.
Pasó de sentir vergüenza a orgullo por lo que hace. Érika ha transformado el lenguaje que reinaba en la agenda noticiosa del país y le ha dado cabida a modismos y palabras coloquiales que todos entienden, desde el campesino hasta el doctor de la ciudad. Transformar el lenguaje es una de esas carreras dificilísimas que solo emprenden valientes como Miguel de Cervantes y Érika Zapata que encuentra poco a poco una redención a sus esfuerzos e ideas que nacieron frente al televisor viejo cambiado por pájaros de su abuelo.