Del otro lado del teléfono mi padre dijo: ¡Carajo, ala! Murió Vargas Llosa. Un breve silencio entre ambos suspendió la llamada. Segundos después suspiró y añadió: ni modos, a todos nos toca. La conversación se dio por terminada; cada uno se fue a dormir recordando su casa, hoy museo, en Arequipa y pensando que el Viejo Malo empezaba a hacerse inmortal.
Cada quien tiene su propio Vargas Llosa. En “Vargas Llosa uno de los míos” conté como en los 80´s tuve ese primer contacto con el universo vargasllosiano que después, por cosas del destino, se convertiría en uno de mis universos favoritos.
´El Escribidor o Varguitas´, como se le conocía, fue un trabajador consumado por encima de todo. Un escritor profesional que, sin exagerar, con horario de oficinista logró producir a lo largo de seis décadas todo un universo literario compuesto por novela, drama, periodismo, ensayo, cuento, memoria o autobiografía principalmente. A diferencia de otros, Vargas Llosa no nació escritor, con el paso de los años, se hizo escritor.
Y en eso, creo que dos elementos fueron decisivos: su doctorado en literatura y su estadía en la capital cultural latinoamericana, Paris. Ambos hechos hicieron al otrora cadete, o “perro”, Vargas Llosa un hombre auténticamente de letras.
El doctorado le dio al escribidor un estilo particular con método propio para hacer del ensayo uno de sus géneros favoritos. Desde Rubén Darío, pasando por Flaubert y aterrizando en Pérez Galdós, Mario escribió un total de trece ensayos y todos de altísima factura académica y literaria.
En Paris, aprendió a hablar francés -mucho antes de aprender inglés- y en esa hermosa ciudad, muy diferente a la de hoy, Varguitas se hizo novelista en compañía de Julia Urqudi quien le prodigaba, por aquel entonces, su amor. De este tormentoso matrimonio quedaron dos testimonios, el de ella, “Lo que Varguitas no contó” y el de él, “La Tía Julia y el escribidor”. Marito, en asunto de hembras, nunca fue un héroe discreto.
Si la tía lo diría, la prima lo ratificaría. De hecho, sospecho que Patricia no le perdonó jamás la última andanza. Sí. La de Isabel Preysler (La ex de Julito Iglesias, otro de los míos). Ahora, que Mario haya regresado a Lima a morir no significa que haya vuelto con ´la Llosa´. Las mujeres jamás perdonan y siempre de rencores viven. Detrás de ese regreso, seguramente, estuvo el amor que por sus hijos profesaba, en especial por Morgana. Siempre hay un hijo favorito, así los padres digan lo contrario.
Bien, dejando atrás la “pichula” (que ahora sí descansó) del Viejo Malo. Volvamos a nuestra tesis. El candidato presidencial de 1990, y púgil diestro, se hizo escritor con una disciplina y una vocación sin par. Eso lo llevó, en efecto, a desdoblarse mentalmente al inglés y al francés primordialmente. Por el francés sintió una pasión solo comparable al de la literatura francesa. Por eso, los clásicos los leyó sin mediar traducción alguna. El inglés fue algo tardío y sospecho que no representó la misma pasión. Igualmente, el reto lo asumió aun cuando ya estaba bien entrado en años.
Sus odiadores (es decir, los hoy autoproclamados “progres”) dirán que esto resulta insignificante al igual que lo de su doctorado en literatura. Pero, quienes han explorado el universo vargasllosiano y se han sometido a los mismos desafíos valoran, in extremis, que haya sacrificado décadas de su vida al proceso que decantó en ser honrado por la Academia Francesa como miembro de número. Fue la recompensa que merecidamente Vargas Llosa recibió por su aporte al pensamiento latinoamericano de cuño parisino y a décadas de arduo trabajo. Junto a los trabajos de André Gide, Claude Lévi-Strauss y André Malraux, para citar algunos, sus obras fueron traducidas por “La Pléiade” al idioma que él consideraba el más hermoso del tronco indoeuropeo. Con todo ello, vivó más tiempo en Madrid donde cursó su doctorado en tiempos de Franco.
Tal vez ese ambiente, y su experiencia personal, lo comprometió férreamente con un mundo antidictatorial y liberal donde terminó por pernoctar intelectualmente después de un errático e inmaduro paso por los oscuros y estériles campos del socialismo. El hacerse liberal, a medida que se hacía escritor, fue un proceso lógico. En tanto que leía, más ideas maduraba; por lo tanto, más se alejaba del espectro izquierdista y más lo seducía la llamada de la tribu.
A pesar de sus travesuras, Mario nunca dejó de leer y de escribir. Una vez rompió con Isabel, tal como lo señalé en “Mientras ella factura, él escribe”, continuó produciendo. El saldo de esa ruptura dejó dos ensayos (La mirada quieta -de Pérez Galdós- y Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa) y su última novela (Le dedico mi silencio).
Así las cosas, fue a Vargas Llosa a quien le tocó sepultar, para siempre, lo que se conoció como el Boom Latinoamericano que bien debería llamarse Hispanoamericano (porque excluyen, casi siempre, a Brasil o Haití). Con su muerte, Mario se ha llevado con consigo un siglo extenso de buena literatura escrita en español y ha sembrado en el campo literario una terrible soledad como la que retrató García Márquez, quien también le dio por morirse en una Semana Santa pero de 2014.