Los efectos adversos del cambio climático siguen generando estragos alrededor del mundo. En el Ártico y en la Antártida el deshielo es un hecho demostrado por la comunidad científica internacional y en Colombia la pérdida de glaciares y playas refleja la alarmante situación que atraviesa el planeta. Ante ese panorama hay personas que están cambiando sus modos de vida, entre ellos, los cazadores.
En primer lugar se debe señalar que la caza de animales no es un deporte, una cultura y mucho menos una actividad económica. Deporte es una actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas. Tampoco es cultura porque permitiría desarrollar juicio crítico, o costumbres y conocimientos artístico, científicos o industrial.
La caza tiene un impacto ambiental del que los cazadores y las personas vinculadas al negocio de la caza no se hacen responsables. La fauna para ellos no es un valor de la naturaleza, sino un botín. Y como en toda transacción comercial, cuanto menor es la oferta mayor es el coste que se paga por ella. La caza no ayuda a la conservación de las especies, sino que es una amenaza.
Es bien sabido que los cazadores desestabilizan la selección natural ya que prefieren matar a los animales más grandes y más fuertes. Incluso si se diera una superpoblación natural en un grupo de animales, la naturaleza regularía la población.
Partiendo de este punto, hay que recordar que en el 2019 la Corte Constitucional emitió un fallo que prohibió la caza deportiva en Colombia, al considerarla una práctica contraria a la protección de los animales. Como parte del trámite, el tribunal otorgó un año de gracia a quienes practican esta actividad y se ven afectados por la decisión, el cual se venció el pasado 21 de agosto de 2020, fecha en la que entró en vigor la norma.
Algunas de las especies con mayor afectación por esta práctica, venían siendo las aves como torcaza, tortola, paloma collajera, perdiz y el pscingo. Sin embargo, en las épocas de migración especies como el águila cuaresmera, la ardilla de cola roja y el conejo, también se veían altamente afectadas por la caza deportiva.
Esta decisión de la Corte marcó un importante precedente frente a la protección de nuestra fauna silvestre. Actualmente, la caza en cualquiera de sus modalidades es ilegal en nuestro país, y quien intente hacerlo, tiene que responder penalmente.
Por las nuevas normas y la evolución cultural, los cazadores se han tenido que reinventar, convirtiéndose en cuidadores, guías o guardabosques, oficios que les permite usar su conocimiento para un fin positivo: concientizar sobre el cuidado del medioambiente.
Ejemplo de esta evolución son historias como la de Luis Fernando Galvis, guía de la reserva Tinamú, en Manizales, quien pasó de ser un experto cazador de aves a un excelente guía en la industria del aviturismo.
"Ya nunca me levantó a trabajar. Me levantó a caminar y a pajarear con los clientes, que es lo que hace que este trabajo sea tan bueno. Es una labor muy especial porque incluye el compartir conocimiento con la gente", narró a Kienyke.com sobre el cambio de su labor.
Galvis reconoce que la caza se constituye en una de las razones por las cuales el cambio climático es un peligro inminente para la tierra y sus pobladores. "El cambio climático afecta mucho a las aves. Cuando hay mucho invierno algunas especies se ven afectadas y con el calor deben migrar", detalló.
Asimismo, la caza de aves causa un perjuicio ambiental enorme, ya que son las encargadas de controlar las poblaciones de insectos que dañan cultivos, jardines y bosques, y de dispersar semillas de plantas, contribuyendo de esta forma a conservar los distintos ecosistemas y regenerar espacios degradados.
"La invitación siempre empieza con el llamado a que la gente que no está tan familiarizada con la naturaleza, lo haga. Con esto se aprende a conservar y a entender que necesitamos conservar el medio ambiente para subsistir", enfatizó el guía.