Pocas empresas representan tanto su nombre como “Amor real”, una fundación ubicada en el barrio Santa Fe, en el centro de Bogotá, que dedica a sus días a confeccionar increíbles prendas bordadas bordadas a mano por habitantes de calle, trabajadoras sexuales o jóvenes que simplemente ven en la moda una forma de salir adelante. Una historia de color, que en su adn termina entrelazándose con la de los falsos positivos, uno de los capítulos más oscuros de la guerra en Colombia.
La artista detrás de esta historia es Diamantina Arcoiris, una diseñadora de modas que ha alcanzado enorme reconocimiento en la industria textil, ganadora en 2020 del premio Príncipe Claus, de Países Bajos, “por su visión innovadora de compartir habilidades y conocimientos para ayudar a personas marginadas por la sociedad”. Y lo cierto es que no es para menos, ya que esta mujer decidió hace varios años darle un giro a su vida para dedicarse a una misión: construir un portafolio de artistas con el talento de las frías calles capitalinas.
“Somos una fundación que trabaja para darle una oportunidad de transformar sus vidas a algunas personas, a chicos y chicas jóvenes por lo general, que de pronto quieran cambiar de rumbo. También trabajamos con otras personas que en que ejercen la prostitución, que son drogadictos y que no quieren cambiar de rumbo”, contó Diamantina a Kienyke.com.
La explicación para esa última es que, según explica, el sentido de su marca no es necesariamente cambiar a nadie o “salvar vidas” con la condición de que tienen que rehabilitarse o dejar de ser quien es. La única condición para entrar a esta hermosa y enorme casa rosada de dos plantas en plena zona de tolerancia es tener la voluntad de querer aprender, dinámica que en pandemia la llevó a convertirse en un campamento para decenas de personas sin techo y en el corazón de un emprendimiento que para muchos se ha vuelto familia y hogar.
“Simplemente es una oportunidad de una casa, es un plato de comida, es un abrazo afectuoso, es un oficio, es la capacidad de cada persona de decidir si quiere irse poco a poco integrando a esta cadena productiva y desintegrando de otras, o si definitivamente quiere simplemente venir a pasar un rato”, precisa la diseñadora.
En este lugar, generaciones enteras de personas que habitan o frecuentan la calle llegan para alejarse un poco de su realidad y ocupar su tiempo aprendiendo a bordar o coser, llegando en muchos casos a constituir procesos exitosos en los que la moda termina siendo el motor económico de esa nueva vida que muchos de ellos y de ellas llegaron a soñar en sus días más grises.
“En la medida que las personas se permiten entrar y usar su tiempo en otra cosa que no es consumir o robar o lo que sea que les hacía habitar la calle, porque habitar la calle es algo duro, siento que ahí está todo el click que puedo hacer yo con lo que tengo para dar, que no es mucho. Es mi conocimiento y los oficios, acá está la maquinaria, está el saber hacer”, relata.
Historia cercana a los falsos positivos
Un hecho que hizo cambiar a Diamantina Arcoiris, quien otrora tenía su tienda en la calle 85 (una distinguida zona de Bogotá), fue la muerte de su hermano Camilo Azuero, un joven que lamentablemente llegó a frecuentar la calle como consumidor de bazuco y terminó siendo víctima de los asesinatos extrajudiciales conocidos como “Falsos Positivos”. Reconocido método con el que, en su momento, miembros del Ejército Nacional hicieron pasar a jóvenes inocentes como combatientes muertos en combate.
Su hermano tuvo una historia muy parecida a la de tantos jóvenes que han terminado en la calle por el demonio del bazuco: entró al servicio militar, donde aprendió a consumir para mantenerse despierto por varias horas y luego de eso, al pasarse el año de servicio, no pudo dejarlo y terminó retando a su familia a entender muchas lógicas que resultaban dolorosas, desde la pérdida de cosas hasta el profundo cambio de personalidad.
“Fue como pudrir a una familia y después fue complejo para mis papás, para los abuelos, la familia, los tíos, todo el mundo, pues era también una época en la que todo eso era muy tabú (...) También uno empieza a sentirse rara con él, cambió un montón, se pierden las cosas y pues tampoco uno sabe cómo actuar desde la parte familiar. Lo primero que hace es rechazarlo”, cuenta, antes de revelar que esta situación terminó conduciendo al lamentable episodio de los falsos positivos.
Aún cuando relata haber pasado por tremendos procesos asimilación, relata con visible tristeza que el cuerpo de su hermano estuvo nueve años enterrado sin que ella o su familia pudieran dar con su paradero. Luego, lloró al confirmar que desde el Estado nunca se dio reparación alguna a su familia.
“Cómo murió, quién lo mató, todo esto entró en un karma colectivo que tenemos los colombianos en el que él y otro montón de jóvenes fueron asesinados siendo inocentes, porque igual ser drogadicto o ser ladrón no es motivo para que te arrebaten la vida (...) Tantas cosas que uno ya no puede estar muerto de la ira, lleno de odio. Yo ya pasé por todo eso y como que también me sentí muy libre en el momento en que decidí perdonar”, dijo con la voz entrecortada.
Una triste historia que, ahora, se transforma en iniciativas artísticas como el proyecto personal de Diamantina de vestir de varios colores durante un tiempo para lograr limpiarse enérgicamente, de acuerdo con los Chakras, como ahora que espera vestir de rojo durante un año. Así como su plan para tejer con las madres de los falsos positivos en aras de trabajar por la memorias de las víctimas y nunca desdibujar sus recuerdos.
Mirada fija en nuevos horizontes
Al final, toda la historia que reveló Diamantina sobre su hermano se ve reflejada en su esencia actual, en la forma como entiende la vida, que reconoce a las poblaciones excluidas y los anima a ver más allá e incluso en la inspiración que ha hecho de su ropa algo icónico, siendo gran ejemplo de ello el abrigo hecho con cobija cuatro tigres, que son en su mayoría las cobijas con las que llegan cubiertos los habitantes de calle que quieren entrar a “Amor real”.
“Los abrigos hechos con cobijas que eran cobijas de habitantes de calle. En un principio eran con las que llegaban aquí como ‘buenas, una sopita, un pancito’ y uno venga entre, lavemos la cobija. Ahorita la mayoría de los chicos del barrio que estaban mal, ya están dentro, entonces las cobijas llegan de otras maneras”, relata con orgullo Diamantina.
Hoy por hoy, la situación de muchos en Amor Real es muy diferente y la clave de todo ello según Diamantina es precisamente el amor, ya que todos tienen cabida en esta casa y en este proyecto sin importar nada. “Eso es lo que buscan, lo que buscamos todos. Ser parte de algo, tener un lugar, ser una familia con alguien que te acepte, que no esté todo el tiempo esperando que cambies y que no esté todo el tiempo frustrado por lo que tú eres”, precisa Diamantina a Kienyke.com.
Así las cosas, atrás quedaron los tiempos previos a la pandemia, cuando Diamantina salía a las calles capitalinas con su carro y una luz a buscar a quienes quisieran compartir un café mientras aprendían a bordar, con el único objetivo de lograr que por un momento soltaran la pipa, el tarro o el trago. Ahora, muchos de esa generación son personas nuevas que pagan con su trabajo el arriendo, sus cosas y de hecho viven alejados del centro del Santa Fe.
“Después de dejar el consumo, empezaban a verse al espejo de forma diferente y a ganar autoestima, hablar con sus familias, a retomar contacto… a intentar, ahí empieza el intento (...) La mayoría se fueron del barrio Santa Fe, viven en otros barrios, llegan en su bici, es muy chévere ver que no se quedaron en el barrio. Ya vienen aquí a trabajar a la Fundación, pero se van a las seis”, añade con emoción.
A la par, aquella casa con fachada rosada y en obra por dentro se prepara para estrenar nuevos espacios como un café y una peluquería, que se sumarán al taller de bordado en la reapertura de las puertas (el próximo año) para recibir a una nueva generación de jóvenes que quiera aprender a redescubrir el rol que quieren ocupar en su vida de la mano con los oficios. Esta vez, con la diferencia de que no será solo Diamantina, sus hijas y colaboradoras las que guíen este proceso, sino también esos mismos muchachos que ya se han convertido en líderes y testimonios de que sí se puede.
Hoy, de la mano con esas prendas que Diamantina llama “amuletos poderosos”, prendas con historias profundamente humanas como la de ella, los sueños son muchos: estar en el London Fashion Week, ir al Copenhague Fashion Week, pero sobre todo seguir construyendo ese gran portafolio de artistas que el día de mañana pueda triunfar en el mundo sabiendo que el amor, el trabajo, el talento y la voluntad fueron sus escuelas.