
Colombia ha declarado estado de emergencia sanitaria y económica por un brote de fiebre amarilla que ya no se puede esconder. Pero esta no es solo la historia de un virus, ni de un mosquito. Es la historia de un país que siempre reacciona tarde.
El brote comenzó en zonas rurales, invisibles para la mayoría. Desde allí fue escalando, saltando de departamento en departamento, como si nos estuviera recordando algo: cuando el Estado no llega, la enfermedad sí.
⸻
La fiebre amarilla no viaja sola
Llega con carreteras rotas, con centros de salud vacíos, con niños sin vacunar, con territorios olvidados. Llega donde el Estado no hace presencia, y cuando lo hace, es para improvisar.
El mosquito solo hace su parte. Lo demás es abandono.
⸻
¿Emergencia o maquillaje?
El gobierno ha declarado la emergencia, activado alertas y exigido el carné de vacunación.
Pero no basta con decretos. Hay regiones donde la vacuna ni siquiera ha llegado. Hay médicos rurales que no tienen insumos ni transporte. Hay comunidades que no saben qué es la fiebre amarilla, pero ya están enterrando a sus muertos.
El virus avanza más rápido que la burocracia.
Y no hay comunicado que lo detenga.
⸻
¿Y si llega a las ciudades?
Entonces sí será noticia de portada.
Porque el país no reacciona por solidaridad, sino por miedo.
Pero cuando eso pase, ya será demasiado tarde para quienes fueron picados no por un mosquito, sino por la indiferencia.
⸻
Una verdad incómoda
El brote no solo revela una falla epidemiológica.
Revela algo más profundo: no tenemos un sistema de salud preparado para enfrentar una crisis real.
Ni capacidad preventiva, ni vigilancia oportuna, ni confianza ciudadana.
⸻
Un mosquito no debería poner en jaque a un país.
Pero aquí, hasta eso puede pasar.