Desde un departamento común y corriente en una zona residencial tranquila de la capital de Venezuela, un delgado joven de corbata lucha una batalla cada vez más solitaria contra el gobierno autoritario del país.
Hace dos años, Juan Guaidó, un legislador poco conocido, se convirtió en un héroe nacional al plantear el desafío más serio que ha enfrentado Nicolás Maduro, un presidente profundamente impopular.
Durante una protesta eufórica contra el gobierno, Guaidó declaró que Maduro era un líder ilegítimo y se autonombró jefe de Estado interino, lo que atrajo una efusión de apoyo de los venezolanos, el reconocimiento diplomático de unas 60 democracias del mundo y un comprometido apoyo estadounidense. Contra las probabilidades, unió a la oposición fracturada del país y ofreció esperanza a una nación aplastada por la represión y el colapso económico.
Hoy, las multitudes que lo adoraban se han marchado, los aliados internacionales flaquean y la coalición opositora se derrumba mientras Maduro parece más afianzado que nunca en el poder.
El ascenso meteórico de Guaidó en enero de 2019 y su actual declive han puesto a Venezuela en una encrucijada política que podría definir el porvenir del país en los próximos años. Está en juego el destino de los venezolanos, sumidos en una de las peores crisis humanitarias del mundo y la supervivencia del disenso político en un país que fue una democracia próspera.
Guaidó y sus aliados siguen insistiendo en que son el gobierno legítimo e intentan apalancarse con la presión internacional para obligar a que Maduro organice elecciones presidenciales libres y limpias.
“Yo creo que estamos cerca de una solución política”, dijo Guaidó. “No hay forma de que Maduro recupere confianza, que es la piedra fundacional de la recuperación de la economía”.
Pero, a pesar de su resistencia, muchos líderes opositores que siguen en Venezuela dicen en privado que el movimiento se encuentra en su peor caída, abundan los temores, las recriminaciones y menguan los ánimos.
Las sanciones estadounidenses diseñadas para apoyar a Guaidó han mermado los ingresos del gobierno, pero también han hecho que los ciudadanos se vuelquen a la supervivencia cotidiana, no a la movilización política. Sus intentos de activar un levantamiento militar terminaron por consolidar el control de Maduro en las fuerzas armadas.
Un funcionario de la oposición rompió en llanto al describir la tensión de vivir bajo la amenaza constante de ser arrestado. Otro describió la creciente apatía política y agregó: “Estamos a punto de desaparecer”. Ambos pidieron el anonimato para poder discutir los asuntos internos del partido.
Los riesgos, frustraciones y fracasos de los últimos dos años han representado un gran costo personal para Guaidó, de 37 años, y quienes lo rodean.
La incesante persecución del gobierno ha terminado por desmantelar a su círculo de colaboradores y su familia está en la mira. Su jefe de personal y su tío han pasado meses en prisión. La mayoría de sus asesores se ha marchado del país.
“Lo peor”, agregó Guaidó, pensando en su hija de tres años, “es tener que explicarle a una niña por qué la está persiguiendo la policía”.
No piensa ceder. “Es un sacrificio duro pero lo haría de nuevo mil veces”, insistió en una entrevista.
No obstante, un coro cada vez más nutrido de la oposición dice que es hora de abandonar los esfuerzos destinados a cambiar el gobierno en el corto plazo y enfocarse en la supervivencia política.
Para algunos, eso incluye oponerse a la insistencia de Guaidó de boicotear cualquier tipo de diálogo político que no tenga como propósito buscar la salida de Maduro. También se preparan para participar en las elecciones regionales y locales de este año, incluso si las votaciones no satisfacen las condiciones de justicia y transparencia.
En anticipación a las elecciones a la gubernatura, un líder opositor, Carlos Ocariz, empezó a organizar mítines hace poco en Miranda, un estado crucial. Otro, Henry Ramos Allup, le dijo el mes pasado a los funcionarios de su partido que tienen el derecho a aspirar a un cargo público en la próxima elección.
“Hay que construir una estrategia común con base en la realidad”, dijo el destacado líder opositor y excandidato presidencial Henrique Capriles. “La estrategia de hoy se acabó y tiene que cambiar”.
Los cargos que se votarán tienen poco poder político, lo cual deja de manifiesto el dilema de los opositores de Maduro. En el mejor de los casos, la oposición puede aspirar a ganar una minoría de gubernaturas, cargos que el gobierno federal ha despojado de autoridad y recursos significativos.
La fuerza que le queda a Guaidó reside en el reconocimiento diplomático de Estados Unidos y sus aliados, pero muchos países europeos y latinoamericanos se han distanciado de Guaidó después de que terminó su mandato congresional el 5 de enero. Su decisión de seguir en el cargo, basada en arcaicos argumentos legales, cuenta con el apoyo de Estados Unidos pero ha suscitado una reacción internacional poco entusiasta. Un grupo de gobiernos latinoamericanos de tendencia derechista ha dejado de considerarlo como el presidente interino de Venezuela.
Su incapacidad para sacar del poder a Maduro ha puesto a Guaidó y a sus aliados internacionales en la posición cada vez más insostenible de reconocer a un líder que no controla el país, dijo Luis Vicente León, presidente de una encuestadora con sede en Caracas.
“¿Por cuánto tiempo tú puedes insistir que el presidente es alguien con quien no puedes negociar nada?”, preguntó.
Algunos diplomáticos europeos insinuaron que sus gobiernos podrían reconocer los resultados de unas elecciones a las gubernaturas con cierto grado de legitimidad, con o sin la aprobación de Guaidó. Eso podría llevar al surgimiento de nuevos líderes opositores que buscarán el apoyo internacional y podrían desafiar el liderazgo de Guaidó.
Pero Estados Unidos, su aliado más importante, ha rechazado esa estrategia. “El enfoque debe ser que haya elecciones presidenciales limpias y justas”, dijo James Story, el embajador de Estados Unidos en Venezuela.
Después de que Guaidó se proclamara presidente, Estados Unidos ha gastado 30 millones de dólares en apoyo a la Asamblea Nacional —que la oposición controló hasta diciembre— y otras actividades políticas en Venezuela, según la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés).
Además, el Departamento del Tesoro aprobó la transferencia de decenas de millones de dólares de cuentas en bancos estadounidenses que antes controlaba Maduro para cubrir los gastos del gobierno interino de Guaidó. El dinero fue a parar mayormente a pagar los intereses de la deuda soberana de Venezuela, los costos de litigio y los gastos de operación de los funcionarios de la oposición, según documentos públicos del gobierno interino, aunque ni las cifras exactas ni los destinatarios se han dado a conocer.
El equipo de Guaidó distribuyó 11 millones de dólares a favor de los trabajadores médicos de Venezuela en noviembre y ahora intenta ayudar al país a pagar las vacunas para el coronavirus. Pero, hasta ahora, los venezolanos han visto pocos beneficios prácticos de los activos que fueron puestos bajo su control.
Los dirigentes de cuatro partidos de oposición que conforman el gobierno paralelo de Guaidó no estuvieron disponibles para entrevistas.
La elección en Estados Unidos del presidente Biden desató una ráfaga de especulaciones en Caracas: políticos, empresarios y diplomáticos intentaron descifrar las intenciones del gobierno entrante.
En su audiencia de confirmación al cargo el mes pasado, el secretario de Estado estadounidense, Antony J. Blinken, dijo que no planeaba iniciar negociaciones con Maduro y dejó muy claro que Washington seguirá reconociendo a Guaidó como líder de Venezuela.
Pero Blinken también caracterizó a Venezuela como un problema prolongado, sin solución en el horizonte. “En Venezuela, debo decirle, simplemente no me satisface el plan de nadie”, dijo.
El senador Robert Menendez, presidente del Comité de Relaciones Exteriores, reconoció en una entrevista que es posible que Guaidó “no sea quien una a todos”.
“Pero, por ahora, es el vehículo con el que contamos para convocar a la oposición”, dijo.
Guaidó insiste que la oposición debe seguir unida para derribar al régimen.
Sin embargo, sus críticos más acérrimos dicen que los funcionarios exiliados del gobierno interino están contentos con el statu quo. Argumentan que la oposición de Venezuela corre el riesgo de seguir la senda de los opositores cubanos de Fidel Castro, que desde el exilio mantuvieron una exitosa maquinaria política durante seis décadas sin lograr el cambio en la isla.
“Seguir así no tiene sentido”, dijo Stalin González, un exaliado cercano a Guaidó que en los últimos meses se ha distanciado del líder. “Maduro y una parte de la oposición están dispuestos a convertir esto en Cuba porque les conviene a los dos”.
Por: Anatoly Kurmanaev y Lara Jakes, The New York Times