El presidente estadounidense, Donald Trump, llamó a los mexicanos violadores, amenazó al país con una guerra comercial, expulsó a decenas de miles de solicitantes de asilo, hizo que México los alojara en campamentos, construyó el muro fronterizo y le dijo a México que lo pagara.
El presidente de México es un gran admirador.
Tan profundo es su aprecio que cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador finalmente se puso al teléfono por primera vez con el presidente electo Joe Biden el mes pasado, se aseguró de elogiar al presidente saliente.
“Debo mencionar que tenemos una muy buena relación con el ahora presidente de su país, el señor Donald Trump”, dijo López Obrador, según dos personas enteradas sobre la llamada, y que hablaron con condición de anonimato para discutir asuntos internos. “Independientemente de cualquier otra consideración, él respeta nuestra soberanía”.
Preocupado porque Biden esté más inclinado a entrometerse en los asuntos mexicanos, López Obrador ha pasado las últimas semanas, de forma preventiva, incomodando al gobierno entrante.
López Obrador fue uno de los últimos líderes mundiales en felicitar a Biden por su victoria, insistiendo en esperar “hasta que se resuelvan todos los asuntos legales”. Recientemente firmó una ley que limitó de manera significativa la actuación de los agentes de drogas de Estados Unidos para actuar en México. Y luego, de la nada, le ofreció asilo a Julian Assange.
Su gobierno también exoneró a un exsecretario de Defensa mexicano acusado de tráfico de drogas por fiscales estadounidenses, acusaciones que el presidente dijo que se habían “fabricado” por investigadores que “no actuaron con profesionalismo”.
Detrás de todos esos desaires está el temor de que los demócratas sean más propensos a intervenir para promover los derechos laborales y la energía limpia, obstaculizando la ambiciosa agenda nacional de López Obrador, según dos funcionarios de su gobierno que hablaron bajo la condición de anonimato por temor a represalias.
“Es como un perro en el parque: está mostrando los dientes y amenazándote y gruñendo con la esperanza de que no te acerques”, dijo Shannon O’Neil, una experta en México del Consejo de Relaciones Exteriores. “Está intentando rechazar de forma preventiva la participación del próximo gobierno de Biden”.
En un comunicado, Roberto Velasco, director general para América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, dijo que el gobierno había sostenido varias conversaciones con el equipo de transición de Biden en las que se había “subrayado la importancia que ambas partes dan a una buena relación bilateral”.
Velasco añadió: “México seguirá trabajando, de acuerdo con nuestros principios constitucionales, para fomentar la mejor relación entre nuestro país y Estados Unidos. Quienes continúan pronosticando conflictos bilaterales otra vez estarán equivocados”.
Uno de los sorprendentes giros en una presidencia de Trump llena de ellos ha sido cómo un líder mexicano que hizo campaña con una plataforma populista de izquierda y que alguna vez dijo que Trump “azuza el racismo”, llegó a tenerle tanto aprecio.
Todas las apariencias apuntan a que la relación se basa más en el pragmatismo que en una amistad personal cercana. Los dos hombres comparten un profundo desinterés por los detalles de la política exterior y encontraron un propósito común en dejarse en paz el uno al otro.
Aunque los términos de su acuerdo pueden haber sido tácitos, eran claros. López Obrador hizo cumplir la agenda de inmigración de línea dura de Trump y, a cambio, Estados Unidos le permitió dirigir México a su antojo.
En su reciente discurso en Alamo, Texas, Trump se jactó de cuántos soldados mexicanos había enviado López Obrador para vigilar la frontera. “Quiero agradecer al gran presidente de México. Es un gran caballero, un amigo mío”, dijo Trump.
En cuanto al estilo, también, los líderes se alineaban a menudo. Ambos hicieron campaña con la promesa de erradicar a una élite corrupta, ganaron con una coalición de votantes disgustados con la clase dominante de su país y, una vez en el cargo, pintaron a los medios de comunicación y a la oposición como enemigos de su movimiento.
Así como Trump usó Twitter para hablar directamente con su base, López Obrador toma el control del discurso al celebrar conferencias de prensa de dos horas diariamente, en las que muchas de las preguntas son hechas por reporteros de tabloides simpatizantes o YouTubers.
Y, en 2006, López Obrador pasó meses formulando acusaciones de fraude después de perder las elecciones presidenciales, llegando incluso a celebrar una falsa toma de protesta en la plaza central de la capital.
“En cierto sentido, se parece mucho a Trump”, dijo Sergio Aguayo, uno de los principales activistas de los derechos humanos de México. “El entendimiento entre ambos fue emocional y práctico”.
Es probable que Biden le pida más a López Obrador.
El presidente electo prevé un aumento de la migración desde América Latina en el próximo año, impulsado por la crisis económica mundial y la percepción de que habrá un oído más comprensivo en la Casa Blanca, según varias personas familiarizadas con su pensamiento. El domingo, los soldados guatemaltecos rechazaron una caravana de miles de centroamericanos que viajaban hacia el norte desde Honduras con la esperanza de llegar a Estados Unidos.
México, que movilizó fuerzas de seguridad adicionales en su frontera sur en preparación para esta última caravana, se considera crucial para frenar las nuevas oleadas de migrantes. Y con la pandemia aún en curso, el gobierno de Biden también necesitará la cooperación de López Obrador para instituir más pruebas de detección y rastreo de coronavirus para quienes cruzan la frontera sur.
Pero es poco probable que Biden recurra a las amenazas o a la humillación pública para conseguir que México haga lo que quiere, dando a López Obrador una oportunidad para tratar de establecer el tono de una relación más distante desde el principio.
Si bien el presidente mexicano dice que quiere mantener “una política de buena vecindad” con la superpotencia en la frontera, también ha criticado a sus predecesores por ser “hasta serviles y muy irresponsables en cuanto a hacer valer nuestra soberanía”.
En el reciente encontronazo sobre la decisión de México de no presentar cargos contra un exsecretario de Defensa al que Estados Unidos acusa de trabajar para un cártel de la droga, López Obrador se ha defendido arremetiendo contra los funcionarios estadounidenses. Los acusó de llevar a cabo “una investigación así sin sustento, sin pruebas”.
Su verdadero objetivo, según los analistas, puede ser avivar un profundo resentimiento del público mexicano hacia la intervención estadounidense en la guerra contra las drogas.
“Está tratando de activar una cierta racha antiestadounidense”, dijo Carlos Bravo Regidor, analista político y profesor asociado del CIDE, una universidad mexicana. Si tiene éxito, será más fácil rechazar la influencia de EE.UU. sobre su gobierno.
“Van a presionar a López Obrador para que cambie ciertas políticas”, dijo Bravo, “y López Obrador va a decir: ‘¿Ves? Están tratando de intervenir en nuestros asuntos internos. Y no lo vamos a permitir’”.
Por: Natalie Kitroeff, The New York Times