Incendios forestales, pandemia y terremotos, ¿qué le espera a California?

Mié, 09/09/2020 - 09:06
En la última semana, cientos de incendios han incinerado más de 400.000 hectáreas en el estado de California, Estados Unidos.

Cada dos semanas durante los últimos dieciocho años, mi esposa y yo hemos hecho un viaje ida y vuelta de cinco horas entre Berkeley y el condado de Mendocino, California. Ella da consultas médicas en los dos lugares, por lo que nuestra casa rural no es un retiro; sin embargo, al igual que otras personas que tuvieron la opción, cuando se desató la pandemia optamos por irnos al campo, donde el distanciamiento social es axiomático y la probabilidad de sufrir ansiedad es menor.

Pero eso fue antes de la temporada de incendios, la cual acaba de regresar con fuerza (así como los huracanes han reanudado sus ataques en el golfo de México). En la última semana, cientos de incendios han incinerado más de 400.000 hectáreas, lo que ha significado la destrucción de casi 2000 casas y edificios y la muerte de siete personas.

 

En la actualidad, una devastación de este tipo es un acontecimiento anual. En octubre pasado, cuando la COVID-19 era tan solo un resplandor en el ojo de un murciélago frugífero y Pacific Gas and Electric cortó la electricidad en todo el norte de California durante una alerta roja de incendio, empacamos y condujimos al sur hacia el Área de la Bahía. Sin embargo, nos regresamos en el condado de Sonoma, donde la conflagración de Kincade cerró la autopista US 101. Pensamos en dirigirnos hacia el este por la I-5, pero estaba cerrada debido a otro incendio. Sucedió lo mismo en la ruta costera.

Por suerte, encontramos un supermercado con hielo y nos retiramos a nuestra cabaña de Mendocino para pasar otra noche, donde el único peligro era la falta de luz. Los incendios forestales no han amenazado nuestra propiedad, pero se han acercado a unos cuantos kilómetros. Este verano, hemos pasado mucho tiempo cortando troncos y limpiando la hojarasca, pero de todas maneras sabemos que un día podríamos necesitar un refugio de nuestro refugio, para huir de un desastre a las fauces de otro. La temporada de incendios, claro está, ya había sido bastante mala. No obstante, la temporada de incendios y pandemia es un desastre al cuadrado: un conjunto de catástrofes.

Esto quedó en evidencia en los centros de evacuación. Durante la semana pasada, más de 100.000 personas tuvieron que abandonar sus casas pero, debido a que poner bajo techo a cientos de refugiados en lugares pequeños no cumple los lineamientos para el coronavirus, algunos se están quedando en los hoteles hambrientos de huéspedes. Pero, el alojamiento cuesta dinero, que es escaso para demasiadas personas. Y, para empeorar las cosas, los senadores están de vacaciones.

Además, el negocio vinícola de California, de por sí afectado por la pandemia, ahora enfrenta el espectro de la “contaminación por humo” en las uvas, de las cuales pocas se habían cosechado antes de que comenzaran los incendios.

En San Francisco, donde el desafío de la doble calamidad está más relacionado con la tolerancia que con la supervivencia, la disonancia del desastre también está a la vista. En la primavera, cuando todo estaba cerrado, la gente se precipitó a salir al aire libre. Debido a que los gérmenes se dispersan mejor afuera, y el ejercicio es bueno para la mente y el sistema inmunológico, los parques públicos se llenaron tan rápido que fue difícil mantener el distanciamiento social. Tal vez se podía pensar que era posible quitarse la mascarilla en la naturaleza, pero resulta que debes ponértela cada vez que alguien aparece en la curva siguiente, es decir, a cada rato.

Ahora se supone que debemos permanecer adentro porque el aire está lleno de humo y no es seguro para respirar. Aunque nos quisiéramos rebelar en contra de las advertencias y arriesgarnos, los parques están cerrados debido al peligro de los incendios (la buena noticia: los senderos están vacíos). Todos hemos sentido pavor por el inicio del invierno y las consecuencias que tendrá la COVID-19 en espacios interiores pero, parafraseando a un médico que trabaja en un hospital local y tuvo que enfrentar el cierre de una zona de espera en el exterior debido a la mala calidad del aire: es como si el invierno hubiera empezado en agosto.

Luego, está el conflicto con la mascarilla. El punto no es si se debe usar una; en la políticamente correcta Área de la Bahía, la mayoría de nosotros lo hace. La pregunta ahora es de qué tipo. Para la pandemia, nos dijeron que las mascarillas de papel N95 (en especial con válvulas respiratorias) no servían: “Debido a que la válvula libera aire sin filtrar cuando exhala la persona que la usa, ese tipo de mascarilla no evita que su portador propague el virus”, aconsejó la Clínica Mayo. Sin embargo, durante las últimas temporadas de incendios, las N95 fueron de rigor, y adquirieron el estatus de “desaparecido en combate” que tuvo el papel de baño con la pandemia.

De casualidad me queda una N95 del año pasado. No obstante, ¿cuál se supone que debo usar ahora? ¿La N95 para protegerme o una de tela para proteger a los demás? ¿Ambas? Vestirse con capas de ropa ofrece opciones de estilo, y la pandemia ha demostrado que cubrirse el rostro puede ser una declaración de moda. Así que prefiero la tela sobre el papel, porque la imagen de forajido, aunque sea con un pañuelo falso, se ve mejor que el estilo de desquiciado por la salud que da la N95 (¿recuerdas cuando la gente que usaba mascarilla parecía paranoica? Ahora, así somos todos, con lo cual correspondemos al ambiente general de “¿te habrías imaginado?”).

 

Por supuesto que también está la convergencia de la catástrofe en las regiones de huracanes, de cuyas consecuencias hemos sido testigos esta semana. En el tema de la ayuda, es raro que la temporada de huracanes se superponga con la de incendios, y que los dos escenarios más desastrosos del cambio climático involucren fuerzas opuestas: fuego y agua. De nuevo, este paradigma de la crisis contemporánea nos trae de aquí para allá.

Y ya ni hablemos del desastre al cubo: durante la semana pasada, nuestra zona del condado de Mendocino experimentó más de 40 terremotos.

Por: David Darlington

Créditos:
Pixabay
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