Casi un año después de una pandemia que ha devastado la economía mundial como nunca antes desde la Gran Depresión, la única vía clara para mejorar nuestra suerte es contener el virus.
Ahora que Estados Unidos padece la propagación más desenfrenada hasta ahora y las principales naciones europeas se encuentra de nuevo en cuarentena, las perspectivas de una recuperación mundial significativa no se esperan sino hasta antes de mediados del próximo año y, para algunas economías, deberá pasar mucho más tiempo. El crecimiento sustancial del empleo podría tardar aún más.
Este mes ha surgido una esperanza considerable en forma de tres posibles vacunas, que alivian los temores de que la humanidad pueda estar sujeta a años de cierres intermitentes que destruyen la riqueza. Sin embargo, aún quedan obstáculos significativos antes de que las vacunas restablezcan cualquier apariencia de normalidad. Las vacunas requieren más pruebas y poder fabricarse en grandes cantidades. El mundo debe sortear las complejidades de la distribución de un medicamento que salva vidas en medio de una oleada de nacionalismo.
El concepto mismo de normalidad parece ahora estar en entredicho. Incluso después de que el coronavirus pueda transformarse en algo familiar y manejable como la influenza, ¿la misma cantidad de gente, ahora acostumbrada a mantener su distancia de los demás, volverá a los restaurantes, centros comerciales y lugares de entretenimiento? Ahora que la videoconferencia sustituye los viajes de negocios, ¿las empresas pagarán tanto como antes en aviones y hoteles?
El cálculo de las perspectivas de una recuperación económica vigorosa implica luchar con cuestiones de naturaleza humana. La depresión marcó a una generación que desarrolló una tendencia a la moderación y una aversión al riesgo. Si la moderación continúa esta vez, tendría consecuencias económicas profundas y perdurables; el gasto de los consumidores suele constituir dos tercios de la actividad económica en países como Estados Unidos y el Reino Unido.
Los daños a largo plazo, además de la reciente devastación económica, se sumarían a la desigualdad que ha sido un rasgo central de las últimas décadas, ya que las personas con mayor educación, habilidades especializadas y acceso a los mercados bursátiles e inmobiliarios cosecharon los beneficios de la expansión, mientras que otras pasaron dificultades.
La pandemia ha agravado esa situación en el mundo; ha concentrado su fuerza letal en los obreros, para quienes la interacción humana es una necesidad, y ha golpeado a las personas que trabajan en almacenes, mataderos e instalaciones médicas de primera línea. Los profesionistas que pueden trabajar desde casa conservan su seguridad y sus ingresos.
Las industrias que se enfrentan a los mayores desafíos en la recuperación (las aerolíneas, los hoteles, los restaurantes y los comercios minoristas) son los principales empleadores de trabajadores menos calificados y, en especial, de las mujeres.
En un momento en el que las empresas se ven presionadas a diversificar su fuerza de trabajo, la probabilidad de que muchas personas sigan trabajando desde casa amenaza con impedir el ingreso y la promoción de las mujeres y las minorías. Romper con los rangos establecidos y alterar la cultura no es un proceso cuya implementación funcione mejor por Zoom.
Eso podría limitar el dinamismo económico. “La creciente desigualdad es funesta para las economías porque reduce el consumo”, explicó Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo de la Universidad de Oxford y autor de “Terra Incognita: 100 Maps to Survive the Next 100 Years”. “Una menor porción de tu economía es capaz de comprar tus bienes y servicios”, agregó.
La noción popular de que la economía mundial podría simplemente soportar un congelamiento para contener la pandemia y luego revivir, casi como si nada hubiera pasado, se ha puesto en duda de manera más directa. Se creía que la generosidad pública podría sustentar a los trabajadores y mantener vivos los negocios durante la corta y marcada recesión necesaria para sofocar el virus, para que luego hubiera una recuperación de la vida comercial.
Este tipo de pensamiento fue la base de los pronósticos de la llamada recuperación en forma de V: se suponía que tras el impactante colapso de las principales economías en la primera mitad del año vendría un resurgimiento igual de impactante.
Sin embargo, la economía mundial no tiene un interruptor de encendido y apagado. Después de una marcada mejoría a finales del verano, el aumento de los casos del virus acabó con el escenario esperanzador. Todo parece indicar que las tensiones de la catástrofe (desde negocios fallidos y un desempleo elevado hasta la interrupción de la educación) perdurarán, muy posiblemente, durante años.
Cuando el nuevo coronavirus llamó la atención por primera vez en China a principios de este año, suscitó graves preocupaciones por una conmoción mundial. China era la segunda economía más grande del mundo y un voraz comprador de bienes y servicios, desde materias primas como la soya y el mineral de hierro hasta los últimos dispositivos de Apple. Sus fábricas producían dispositivos electrónicos y ropa, suministros químicos y para la construcción, así como autopartes y electrodomésticos. Con seguridad, la afectación en China se extenderá hacia el exterior.
La amenaza se intensificó a medida que el virus se propagó a Europa, donde puso en pausa la vida comercial en el corazón industrial de Italia y luego se extendió a las fábricas de todo el continente. A medida que la pandemia asolaba Europa y luego América del Norte y del Sur, los gobiernos ordenaron el cierre de las empresas para detener el virus. El desmoronamiento económico resultó ser más intenso que la crisis financiera mundial, una decena de años atrás.
Los líderes mundiales recurrieron al manual de estrategias de ese episodio y liberaron billones de dólares de crédito a través de los bancos centrales y el gasto directo de los gobiernos. En la práctica, las naciones europeas nacionalizaron las nóminas para evitar los despidos. Estados Unidos otorgó prestaciones de desempleo ampliadas. Todo esto alivió los temores de una serie de quiebras en cascada y una posible crisis financiera.
Entre julio y septiembre, la mayoría de las principales economías se expandieron de manera drástica. Estados Unidos creció más del 7 por ciento en comparación con el trimestre anterior y Alemania más del 8 por ciento. El Reino Unido creció casi un 16 por ciento y Francia un enorme 18 por ciento. Algunos consideraron estos resultados como una prueba de que las economías se recuperarían en cuanto el virus desapareciera.
Parecía que las condiciones eran propicias para un gasto fuerte. A diferencia de lo que ocurrió después de la crisis financiera mundial, cuando los hogares se enfrentaban a deudas agobiantes (en particular en Estados Unidos), en esta ocasión, muchos hogares de las grandes economías están inundados de dinero en efectivo, dado el régimen de ahorro impuesto por los cierres de emergencia.
“Hay mucho dinero acumulado”, afirmó Kjersti Haugland, economista jefa de DNB Markets, un banco de inversión en Oslo, Noruega. “En definitiva, este es un escenario para un rebote”.
A pesar de ello, la exuberancia del verano también parece haber hecho vulnerable a la población. Los franceses abarrotaron los cafés y los británicos volvieron a los ”pubs”. Los estadounidenses desdeñaron el uso de los cubrebocas por considerarlos una supuesta afrenta a las libertades civiles. El virus comenzó a propagarse, lo que provocó una nueva ronda de cierres que acabaron con las esperanzas de que haya una recuperación este año.
La mayoría de los economistas dan por hecho que Europa registrará una contracción en el último trimestre del año. Oxford Economics pronostica que la economía británica se contraerá más de un 11 por ciento este año y que luchará para lograr una recuperación total antes de 2022. India forma parte de las principales economías de peor rendimiento; su economía se contrajo un 7,5 por ciento de julio a septiembre en comparación con el año anterior, según las cifras que el gobierno dio a conocer el 27 de noviembre.
La economía mundial se contraerá un 4,4 por ciento este año, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional en su última evaluación. El comercio mundial está en camino de caer hasta un 9 por ciento este año, según una evaluación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.
El año próximo, el FMI proyecta que la economía mundial crecerá un 5,2 por ciento, lo cual significa un crecimiento de tan solo el 0,6 por ciento más que en 2019. El desempleo se mantendría elevado. Los países pobres seguirían sufriendo la caída de las remesas enviadas por los trabajadores migrantes. La desnutrición aumentará.
Las preguntas sobre el próximo año se centran en cuán pronto podrán llegar las vacunas al torrente sanguíneo de las masas. Hasta ahora, las tres posibles vacunas, de Pfizer, Moderna y AstraZeneca, hacen creíble el fin de la agonía. No obstante, el dolor económico se ha vuelto tan intenso que sus efectos podrían persistir. Algunos argumentan que la pandemia debería impulsar nuevos modelos económicos que generen empleos a través de una transición a la energía verde y el reparto simultáneo de los beneficios de manera más equitativa.
“En este momento, soy alérgico a la noción volver, de regresar a donde estábamos”, dijo Goldin. “Hacer las cosas como siempre es lo que nos trajo a donde estamos”, concluyó.
Por: Peter S. Goodman, the New York Times