Brasil (y Río de Janeiro de forma particular) está viviendo un mes de febrero insólito: la pandemia acabó con el carnaval más famoso del mundo y dejó en las calles un rastro de melancolía, pero también preocupación, especialmente entre quienes trabajan en la fiesta.
Si hay un ambiente propicio para el nuevo coronavirus, ése es el carnaval carioca: más de cinco millones de personas amontonadas en las calles durante días, compartiendo sudores, abrazando y besando a amigos y desconocidos por doquier. Estaba claro que no podía ser. Lo que no queda tan claro es qué pasa con quienes dependen de la fiesta para llegar a fin de mes.
Júlio Cerqueria trabaja en el carnaval desde hace 27 años. Es coordinador del atelier de la escuela de samba Mangueira, y no tiene perspectivas optimistas a corto plazo. Con la cancelación de los desfiles del Sambódromo, y también de los ensayos que se realizan a lo largo del año, la escuela está pasando por graves dificultades financieras.
"Si no hay samba, si no hay carnaval, la escuela no puede hacer dinero para pagar a sus trabajadores. Me recortaron el salario un 30 por ciento. La escuela hace lo que puede, pero para la mayoría de gente no tiene ese dinero", explica a Sputnik.
MILES DE DESEMPLEADOS
Júlio tiene la suerte de estar en plantilla, pero la mayoría de trabajadores de la fiesta son contratados de forma puntual durante los seis meses que duran los preparativos, cuando juntan un dinero clave para pasar el año. Son miles de herreros, carpinteros, pintores, decoradores, costureras…
Wellington Ferreira, por ejemplo, coordinaba la construcción de carrozas y calcula que habrá dejado de ganar unos 80.000 reales (15.000 dólares) en todos estos meses, según comentó a esta agencia.
Tras una temporada muy difícil sin perspectiva de volver a los almacenes de la "Ciudad de la Samba" ahora se dedica a vender elementos decorativos de yeso en la Maré, la favela donde vive en la zona norte de la ciudad.
Como él están la mayoría de sus compañeros, a los que dice echar mucho de menos. Y es que no se trata de un trabajo cualquiera, hay mucho sentimiento de por medio. "En la última semana antes del carnaval ni paso por casa, acabamos pasando la noche en el 'barracão', ayudado a los que van más retrasados… hasta dormimos allí para que todo salga bien el día del desfile. Es nuestra terapia", dice.
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La ausencia del carnaval, que en Río es prácticamente una industria, afecta a otros muchos eslabones de la cadena productiva: desde el sector turístico, a los transportes, restauración… Según un estudio reciente de la Fundación Getúlio Vargas, el carnaval inyecta en la ciudad una media de 4.000 millones de reales (casi 750 millones de dólares) y crea 70.000 puestos de trabajo, entre directos e indirectos.
El ayuntamiento de la ciudad está trabajando en una línea de subvenciones para los trabajadores de la fiesta que están de brazos cruzados por culpa del covid-19.
VACUNAS EN EL SAMBÓDROMO
Eli Gomes es otro trabajador estrechamente ligado al carnaval. Es uno de los "guardianes" del Sambódromo, o "la pasarela", como se refiere a la gigantesca estructura de hormigón que Oscar Niemeyer levantó en los años 80. Confiesa que, estos días, al verlo vacío, cuando debería estar engalanándose para los días grandes de la fiesta, se le encoge el corazón.
"El carnaval es la historia de mi vida. Tal vez, si no fuese por el carnaval, yo hoy no sería nada". Eli, hijo de una familia muy humilde de la favela de Catumbi, entró a trabajar en el área del ayuntamiento que cuida de esta fiesta cuando tenía 14 años, gracias a un proyecto social. Ahora tiene en sus manos las llaves de las decenas de puertas del Sambódromo, que estos días se ha convertido en un improvisado puesto de vacunación contra el covid-19 en modo "drive thru" (sin salir del automóvil).
El no-carnaval también es un golpe anímico extra en una ciudad especialmente tocada por la pandemia: acumula casi 18.000 muertos y tiene la tasa de letalidad más alta del país. El carnaval, que actúa como válvula de escape y bálsamo para los dolores de una ciudad que puede ser muy dura, tendrá que esperar.
Pero los cariocas ya se frotan las manos pensando en la explosión de alegría que, si todo va bien, sacudirá la ciudad en febrero del año que viene: "Será un carnaval histórico, lo nunca visto. El carnaval de la superación, el mejor de todos los tiempos", pronostica Wellington. Río ya ha puesto en marcha la cuenta atrás.
Por: Sputnik