Después del postre, fui a orinar a los baños del restaurante en el que había almorzado con mi amigo Andrés. Al bajarme la cremallera, descubrí en el urinario una fotografía suya, de las que se usan para aplicar a la visa americana, fondo blanco. No tuve valor para meter la mano y retirarla, pero tampoco para desaguar sobre su imagen. Me reprimí, y regrese a la mesa, donde preferí no comentar lo sucedido. Nos tomamos el café y nos despedimos sin que por fortuna él hubiera hecho intención de acudir al lavabo del lugar.
Ya en casa, le escribí a una amiga común que al contarle el caso me dijo que era el mismo Andrés el que iba abandonando su foto en los urinarios de los restaurantes y cafeterías del centro en una especie de maniobra autodestructiva que consideraba acorde con su condición de poeta maldito. Nunca tuvo vocación de poeta maldito, pero al haber fracasado como dramaturgo, albergaba la esperanza de triunfar de este modo. Tal vez la televisión, la radio o las redes sociales se hicieran eco de su campaña masoquista.
Durante los siguientes días visité por curiosidad los baños de los restaurantes y cafés frecuentados por escritores y periodistas en Bogotá, y comprobé que en todos sus urinarios, sin excepción, había fotos de Andrés, la mayoría deterioradas ya por las sucesivas rachas de orines que se habían vertido sobre ellas. Al final no pude reprimirlo y lo llamé para que cesara en aquella actitud que dañaba su imagen. Replicó que estaba dispuesto a cualquier cosa para que su poesía llegara a los lectores y que este sistema de hacerse famoso le parecía original. Solo necesitaba salir en uno o dos noticieros. Colgué apenado por él, por el mundo y por los noticieros. De momento no ha logrado convertirse en un poeta maldito, pero sigue siendo un maldito poeta.
Un maldito poeta
Lun, 17/02/2020 - 07:12
Después del postre, fui a orinar a los baños del restaurante en el que había almorzado con mi amigo Andrés. Al bajarme la cremallera, descubrí en el urinario una fotografía suya, de las que se u