La figura de la recién coronada reinita de belleza colombiana, cuyo nombre no recuerdo y me da pereza buscarlo en internet, porque debe ser un nombre común, como lo es seguramente su belleza, igual a la de millones de mujeres bellas en todas partes, en todo el mundo, solo que a esta le pagan maquillaje, cirugías, ropa y peinados, ya no vende. Creo que por fin estamos dejando la pendejada. Estuve el fin de semana del 11 de Noviembre en Bogotá, y noté con alegría que aquel ritual machista, prehistórico y asquerosamente excluyente que se incrustó por muchos años en nuestro país, se empieza extinguir; no porque los que han participado, participan y usufructúan el bochornoso espectáculo lo quieran desaparecer, sino porque al parecer el inconsciente colectivo colombiano empezó a entrar en razón, y decidió poner a este tipo de concursos en lugar que se merece: un olvidado show primario, tal vez un reality, de quinta categoría, que ni quita ni pone mucho a nuestra sociedad.
Claro que recuerdo a mi madre y mis hermanas adolecentes haciendo apuestas por cada una de sus favoritas y la trasnochada de la coronación. Claro que recuerdo el corbatín, la gomina y la lentejuelas de los presentadores, que con cara de trascendencia hacían preguntas estúpidas y atendían serios las respuestas aún más estúpidas de las candidatas, “del mismo modo y en el sentido contrario”. Y anunciaban a las favoritas, a las princesas, y a la reina, a la que llamaban “soberana” en ese confuso lenguaje boyaco-barroco con la que periodistas, modelos, invitados especiales y jurados se referían al evento o a la “niña” de tal o cual departamento. Recuerdo también a Paola Turbay, aquella excepcionalmente bella “reinita” que nos marcó a los de la “generación de la Guayaba” y fue nuestro objeto del deseo por un par de buenos años.
Pero, la verdad, siempre encontré patético que publicaciones que yo creía serias, El Tiempo, El Espectador, Semana, sacaran en sus portadas el día después de la coronación la foto de la reinita de turno en traje de baño, con su corona y su cetro, eso sí, siempre al lado de la infaltable vendedora de frutas, negra y con su palangana en la cabeza. Patético también resultaba encontrar que periodistas de la talla de Juan Gossain hubieran sucumbido a la frivolidad del evento, y sentado en primera fila, whisky en mano y acompañado de su esposa, observara en detalle, por delante y por detrás, a cada candidata en su desfile en la piscina. Difícil resulta imaginar que un anchorman de la talla de Peter Jennings, Christiane Amanpour o Anderson Cooper, se hubieran molestado siquiera en referirse a estos concursos, o acaso, solamente, para burlarse de ellos. Baste decir que resulta tan frondio este tipo de eventos, que el dueño de Miss USA y Miss Universo no es otro que el muy “tacky” Donald Trump. De los políticos, e incluso de algunos presidentes que se vieron hace algunos años en la noche de coronación en Cartagena, no me sorprende nada. Esa simplemente es la medida de su talante.
Dice por estos días Paola, nuestra Paola, en Semana, que “la gente participaba por una vocación social. Ahora lo hace para cumplir metas personales –como arrancar carreras de presentadoras o modelos– y así se desvirtúa su misión altruista” ¿ De verdad Paola? Tal vez la vocación social a la que se refiere sea a la sociedad de los traquetos y de los mafiosos que inundaron con su dinero, sus gustos y sus excesos este concurso, precisamente por los años en que Ud. participó. ¿O es que ya se le olvido que su antecesora renunció al título para que un mafioso se la coronara? Además, tal vez resulte difícil encontrar a alguna de nuestras “reinitas” que haya usufructuado y siga aprovechando más el trampolín del reinado que Ella misma. ¿o realmente cree que hubiera llegado hasta donde está sin el reinado?
En todo caso me alegra el poco cubrimiento que recibió este concursito en la gran prensa nacional. Y que las juergas y verbenas de Don Raimundo hayan sido opacadas por la controversia que generó Andrés “carne de burro” Jaramillo al justificar una posible violación porque la victima usó minifalda. Supongo que ya le habrá prohibido a su hija Valentina no solo usar dicha prenda de vestir, sino también irse de rumba y tragos a su propio restaurante.
Algo hemos avanzado, asi sea de forma lenta: dos pasos adelante con la indiferencia hacia reinado y las protestas por los hechos en torno al restaurante, y un paso atrás, por las burradas de Don Andrés.
Reinado, reinitas y minifaldas
Mar, 19/11/2013 - 11:09
La figura de la recién coronada reinita de belleza colombiana, cuyo nombre no recuerdo y me da pereza buscarlo en internet, porque debe ser un nombre común, como lo es seguramente su belleza, igual