La Casa Madrigal, allí radica la magia de 'Encanto', la más reciente producción de Disney inspirada en Colombia que este domingo ganó el premio Óscar a mejor película animada. Es una casa viva, que conoce a sus habitantes, que habla, que escucha y que cobra vida para protegerlos, como un miembro más de la familia.
Y no se trata de una casualidad. Al visitar Barichara, tal como lo hicieron los productores de Disney, se entiende que de este pueblo santandereano no solo tomaron la puerta, las calles empedradas o la inspiración para su protagonista, sino que observaron y se dieron cuenta que allí las casas están -literalmente- vivas.
Barichara es un lugar hermoso, principalmente por su arquitectura. A diferencia de otros pueblos patrimonio de Colombia, como Villa de Leyva o Mompox, en él reina la uniformidad, y no solo conserva la tipología de su vivienda en el centro histórico, sino prácticamente en su totalidad. Por eso recorrerla es viajar en el tiempo, volver a una época más tranquila.
Su encanto radica en la combinación de tres elementos: sus calles en piedra, sus tejas de barro rojizo y sus casas de tapia pisada. Todo creado a partir de la nada, de lo que había en el lugar; básicamente tierra, agua, palos y piedras. Con lo que se encontraba, con eso se edificaba, como en la película.
Alexander Jiménez, guía turístico oriundo del municipio, cuenta que la tapia pisada es “una técnica heredada de los españoles, de los colonizadores, que a su vez la aprendieron de los árabes que llegaron a España, quienes avanzaban construyendo con lo que encontraban, y así iban edificando las ciudades”.
Inicialmente Barichara era solo un punto en el espacio que era utilizado por los indígenas guane, los habitantes originarios de la región, como un centro espiritual y de adoración. Hasta que, según cuenta la leyenda, en el año 1702 un campesino descubrió la imagen de la Virgen tallada sobre una piedra.
Entonces aquel lugar aislado comenzó a llamar la atención de los españoles que se habían asentado en la población de Guane -actualmente un corregimiento adscrito a Barichara- y que se fueron mudando guiados por la señal religiosa.
Además, asegura Alexander, “esa excusa servía para separarse un poco de los indígenas, porque Guane fue de los últimos asentamientos indígenas en la zona”.
De ese modo, tal como estaba organizada la sociedad colonial del momento, “la escala más baja de la sociedad utilizaba el bahareque -una pared más delgada y con caña atravesada-, y los españoles no iban a vivir en una casa del mismo estilo de los indígenas. Ellos vivían era en casas de adobe y tapia pisada”.
Así lo explica Santiago Rivero, un ingeniero civil que durante sus más de 20 años de experiencia “nunca ha hecho nada en concreto -según dice a modo de broma-. Todo ha sido con tierra”.
Él y su esposa, Lina Pieruccini, crearon Casa Taller de la Tierra, un espacio en el que buscan explicarles a locales y extranjeros, a través de diversas vivencias, cómo es la construcción con tierra y cómo se construyó Barichara, que fue declarada Monumento Nacional y patrimonio de la Unesco.
Rivero explica que la tapia pisada es un cajón de dos metros de largo, uno de alto y 50 centímetros de espesor donde se va echando tierra que se va comprimiendo por capas. Estos cajones son los que unidos crean los muros, y luego las casas.
“Un muro de tapia pisada de 50 centímetros de espesor pesa una tonelada y trabaja más o menos con 50 litros de agua constantemente. Como los muros de tierra son muros que están vivos, se autorregula su humedad. Toman la humedad del ambiente y la van soltando lentamente al interior”, explica.
Es un sistema que, para que funcione, tiene que trabajar a la perfección. Los patios centrales juegan un papel esencial, ya que garantizan que el aire circule en ciclos cortos, para que la casa no huela a humedad, pues las paredes absorben y expulsan agua permanentemente. Por eso un diseño de una vivienda cerrada y moderna no se podría construir de este modo. La arquitectura y la técnica deben trabajar en equipo.
“Y cuando uno abandona la casa, la naturaleza la absorbe y no queda rastro de nada -apunta Alexander-. La naturaleza se recicla nuevamente. Es viva porque la casa sigue respirando. Ella respira. Por ser materiales vivos, la casa traspira”. En ese sentido son casas ecológicas y sismorresistentes.
El amplio grosor de la tapia también permite que la casa sea fresca y al mismo tiempo mantenga el calor de hogar. La tapia toma el calor del día, para sacarlo a lo largo de la noche, y toma el frío de la noche, para refrescar durante el día.
Las tejas también cumplen dicha función, así como la altura de las construcciones. Y si las tejas quedan bien puestas, no pasa ni una gotera.
La elaboración de estas tejas es otro de los patrimonios de Barichara. En la vereda Guayabal hay 54 chircales, lugares donde se producen las tejas rojizas que le dan al pueblo ese aire terracota tan especial.
Allí, cerca de 64 familias trabajan en un proceso totalmente artesanal. Todo comienza en un hoyo amplio en el que se mezcla agua con la tierra que es transportada por las montañas a caballo. Se deja que la tierra se humedezca y se introducen cuatro bueyes que dan vueltas durante tres o cuatro horas, en ambas direcciones.
Luego es el turno de los artesanos de entrar en la mezcla, pisarla y revolverla hasta conseguir una arcilla con la que además de tejas harán ladrillos, guardaescobas, baldosas y artesanías. Dependiendo del producto que quieran obtener los artesanos utilizan diversos moldes y van elaborando, con sus manos, cada una de las piezas.
“En esa época las tejas no eran tan regulares porque se armaban sobre una pierna. Ahora tienen un molde de madera llamado galápago, porque viene de un árbol nativo de Barichara que se llama galapo”, cuenta Nilson Romero mientras elabora una teja. “Vamos a hacerla despacio”…
Él tiene un chircal junto con sus hermanos, donde se cocinarán las piezas durante 48 horas en un gran horno de leña que llega a alcanzar de 800 a 1.200 grados de temperatura. Solo así se garantiza la calidad, sonido y tonalidad que diferenciará estas tejas de las de las fábricas. “Uno se puede parar encima y no le pasa nada”.
Son tan resistentes que es precisamente la ruptura de una teja igual a estas la que primero advierte a Mirabel, en la película, que la magia está en riesgo, que está en riesgo la familia.
“Nosotros no queremos perder la tradición artesanal -cuenta Nilson-, porque lo que es de Barichara y alrededores es teja, pero teja guayabalera hecha a mano. A mí de fábrica no me gusta, nos dicen". Aunque “ya es muy poca la gente que quiere este trabajo, ya la juventud no quiere saber nada de esto, ya (se van) para la ciudad, pero de esto ya muy poco”.
Nilson conoce su teja. Sabe cuáles casas se han construido con ella. “Y uno va y mira: toda la teja de esas casas es de acá, de esta vereda. Algo que aprendió de los papás, de los abuelos, y ha servido para el pueblo. Para uno es un orgullo haber aprendido esto…Y uno ver esas casas tan lujosas, el techo, el piso, hecho por uno mismo”.
Eso fue lo que pasó en Barichara, que sin importar si la casa era sencilla o lujosa, la población, toda, se apropió de esta forma de construcción.
A ello también contribuyó el expresidente colombiano Belisario Betancur, quien tras su mandato decidió irse a vivir a este municipio. Él andaba muy tranquilo por sus calles, miraba al horizonte desde los balcones de la alcaldía, se sentaba en la plaza del pueblo, en la misma posición de escucha que ahora mantiene la estatua de piedra que hicieron en su memoria.
“Él invitaba más personas, amigos de ellos, como expresidente”, cuenta Alexander, lo cual impulsó la venta de finca raíz y encareció la vivienda para las personas del pueblo, pero también hizo que los foráneos se enamoraran de este tipo de vivienda tradicional, y que tomara más fuerza la tapia pisada que el ladrillo. Además, construir una casa en tapia pisada no toma mucho más tiempo que hacer una en cemento.
Desde esa época de tertulias y encuentros en la década de los ochenta se empezó a esparcir el rumor de que Barichara era el pueblo más bonito del país. Y sí, es cierto.
Pero detrás de él, sobre todo, está el trabajo de su gente, que tomó lo que tenía a la mano y supo aprovechar la piedra arenisca de lo que hace millones de años fue mar para convertirla en las estatuas de piedra del cementerio, que le rinden honor a la esencia de cada fallecido, o tallarla en pedazos que encajaran perfectamente hasta ir armando cada una de sus calles.
En ese sentido, Jiménez sostiene que sus calles son “una obra de arte, porque cada piedra de Barichara es tallada, o sea, ha pasado por la mano de un artesano”.
El pueblo se construyó entre todos, como sucede con la casa Madrigal. En el campo la gente hace exactamente lo mismo: se organiza en una especie de ‘minga’ y construye sus casas en comunidad.
He allí el encanto de una casa hecha de tierra. “El ladrillo es tierra quemada, el cemento son piedras quemadas, el acero son metales quemados. Son materiales que están muertos. Los muros de las casas de tierra, bien sea de tapia pisada, de adobe o de bahareque, es material que está vivo, que hace parte del planeta tierra desde hace millones de años”, explica Santiago Rivero.
“Los muros están vivos y como tal una casa de tierra es un ser vivo, un ser vivo que le enseña a uno que ser feliz es mucho más simple, más sencillo y más económico que lo que la sociedad le muestra, y el mensaje de Barichara como lugar, más allá de lo bonito y estético, es la riqueza de la simplicidad”.