El teléfono de las oficinas de Kienyke sonó. La recepcionista contestó: “Sí claro, hágala pasar”. Acto seguido cuelga y avisa a la redacción: “Ya llegó la senadora María José Pizarro”. Adriana Bernal, nuestra directora, se dispuso a esperarla a la entrada del piso 13 del edificio en el que está ubicado este medio de comunicación.
“Bienvenida”, le dijo Adriana acompañado de un estrechón de manos y un abrazo.
La senadora venía con su jefe de prensa y su hija menor. “Muchas gracias por la invitación” respondió.
Tras compartir unas breves palabras con Adriana, María José Pizarro gentilmente empezó a saludar a cada uno de los periodistas, diseñadores y realizadores audiovisuales de manera personal. Un beso en la mejilla y un amistoso: “Hola cómo estás”.
María José se veía alegre y en confianza, parecía como si ya conociera el lugar y fuera su despacho. Y es que la senadora además de ser una de las columnistas de Kienyke, siempre ha sido abierta con este medio de comunicación para tocar temas de coyuntura nacional.
Adriana le dice: “Vamos a mi oficina, allí haremos la entrevista”. Se acomodan en los sillones, María José pide un agua aromática para calentar la fría mañana que estaba haciendo y empezó la entrevista.
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Una infancia entre la clandestinidad y las cárceles
Cuatro años después del famoso robo de la espada de Bolívar, acto con el que el M-19 se haría conocer al mundo, nació María José Pizarro en la ciudad de Bogotá. Era 1978, una época convulsionada por la violencia ante el surgimiento y consolidación de grupos guerrilleros en el país.
“Nací en el gobierno de Julio César Turbay Ayala. El M-19 acaba de iniciarse hace muy pocos años. Mi padre y mi madre militaban en el movimiento. Para ese año, el 31 de diciembre hicieron un operativo muy sonado que fue el robo de armas al Cantón Norte, sustrajeron más de 5 mil armas por un túnel en un acto que no tuvo violencia. A partir de allí inició una persecución del Estado para quienes eran seguidores o simpatizantes del eme; incluso el mismo Gabriel García Márquez se fue al exilio a México por este motivo”, cuenta la senadora.
Nuestro Premio Nobel por aquella época fue señalado de pertenecer y apoyar al M-19, tras las acusaciones sin fundamento, García Márquez se va para México por temor a lo que pudiera pasarle. Jamás vuelve de su exilio.
Por su parte los padres de María José empiezan a vivir en clandestinidad, pero antes la congresista con una leve sonrisa en el rostro, como si distrufara contar una historia que la lleva con orgullo, se refiere a cómo su madre Myriam Rodríguez se conoció con su padre Carlos Pizarro Leongómez.
Vea la entrevista completa con María José Pizarro aquí:
“Mi padre desertó de las Farc el 11 de septiembre de 1973, justo el día que cae Allende en Chile. Él desertó porque no encontró en esta guerrilla la posibilidad de desarrollar su proyecto social y político. Tras irse de las Farc era buscado tanto por la misma guerrilla como por el Estado; en el caso de mi madre, ella había viajado a Nueva York, que es allí donde nace mi hermana mayor, luego regresa al país y en una fiesta, coinciden los dos y se enamoran”, explica Pizarro.
Myriam y Carlos no se conocieron en la militancia; sin embargo tenían un ideario social que compartían, por eso a los pocos años cuando nace el M-19, ambos ingresan a la insurgencia.
Era un hogar diferente para la época, Myriam era la persona que trabajaba y llevaba el dinero a la casa, en cambio Carlos estaba en la clandestinidad y debía quedarse a cuidar a la hija de Myriam a quien adoptó como si fuera su primogénita. Para entonces María José no había nacido.
Una vez nace María José, la hoy vicepresidenta del Senado narra que para la época y tras lo que estaba sucediendo con la dictadura en Argentina, la dirección del M-19 toma la decisión de salvaguardar a los hijos de los integrantes de la guerrilla con sus madres.
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“Les hicieron una recomendación que tal vez les salvó la vida, les dijeron que si se desataba esa represión, nunca podían caer con los hijos, por lo que las madres debían quedarse para cuidarlos. En Argentina ya era conocido el caso de las desapariciones y torturas a las que estaban expuestas tanto los que pensaban diferente como sus hijos. Esto fue testificado por las Madres de Plaza de Mayo”, aseguró María José.
Myriam toma la decisión de dejar a sus dos hijas con su madre, por lo que durante un tiempo ambos padres se ven obligados a no ver a sus hijos. Luego María José explica que caen en una operación en Cimitarra, Santander y fueron torturados. De allí Carlos Pizarro es trasladado a la cárcel La Picota y Myriam es llevada al centro penitenciario de mujeres en Bucaramanga.
“Mis primeros años de vida los pasé visitando a mi padres en las cárceles”, afirma Pizarro.
Una de las imágenes más conocidas de Carlos Pizarro lejos de esa figura dominante, con boina y armas, es la que está en una playa junto con su hija María José, precisamente, la congresista tiene muy vivo ese recuerdo y lo explica con leve nostalgia.
“Tras la amnistía que les dan a los presos políticos, nos volvimos a encontrar en la Habana, Cuba. En ese momento tenía cinco años y fueron los recuerdos más lindos que tengo; además que estaban también grandes personas como Álvaro Fayad y Jaime Bateman que tiempo después serían asesinados. Tengo viva en mi memoria los días en la playa, era un gran nadador y me subía sobre su espalda y me mostraba los peces”.
María José con alegría, cristalizados los ojos y orgullo en el pecho asegura: “A veces me preguntan de si cambiaría mi historia, y yo hoy digo que no la cambiaría”.
La muerte de su padre: el daño más grande de su vida
Desde temprana edad María José y su madre ya habían pasado por varias países huyendo del agobio de la violencia, mientras tanto su padre ya era el comandante en jefe del M-19, fue un hombre de elogios y rechazo, por un lado había ganado popularidad por los “golpes de opinión” que realizaban la guerrilla, pero por otro, tenía el desprecio de un sector de la sociedad por los crímenes que se cometían.
No obstante, Carlos Pizarro tenía en su mente que la lucha armada debía acabar y era un pregonero constante de finalizar el conflicto de manera dialogada.
“Mi padre nos comunica y nos dice que va a ser la paz, nos manda a llamar y a volver al país, fue un momento de emoción y de mucha expectativa, por fin íbamos a dejar esa vida de azares para aventurarnos en los caminos de la paz, un anhelo que él tenía de demostrar todo su potencial de manera política. Lastimosamente él muere asesinado en la misma paz, 48 días después de firmar el proceso siendo candidato presidencial”, se lamenta Pizarro.
Aunque María José ha contado decenas de veces lo que ha sido ese momento, en su rostro se sigue viendo la misma tristeza como si lo contara por primera vez. Dice con voz entrecortada: “Perdí un ser que amé muchísimo, con el que quería vivir, compartir, del que quería aprender”.
Años de soledad y nuevamente exilio
La muerte de Carlos Pizarro fue una muerte que lamentó el país, más allá de las diferencias políticas e ideológicas, la sociedad sintió el golpe de la partida de una persona con una visión diferente, pero válida dentro de la democracia.
“En esos años llega la adolescencia, con reflexiones y dolores muy profundos. Recuerdo silencios alrededor de la mesa, mi madre no hablaba, mi abuela tampoco. Bogotá era distinta a la Bogotá de hoy, era la época de los apagones, no sé pero era percepción mía y bajó la intensidad de la luz, veía una ciudad muy oscura, algo a lo ciudad Gótica. Por ese entonces había una movida en la que los jóvenes viajaban a lo largo y ancho del continente, yo tomé ese camino y me fuí”, detalla la congresista.
María José se perdió del mapa durante cuatro años, cambió su identidad y quedó embarazada de su primera hija en Ecuador. Viajó por todo el continente junto con su hija en el vientre y una perrita llamada Libertad. Con el padre de la niña, la senadora no ahonda mucho pero deja claro que no continuaron la relación amorosa.
Pizarro vuelve a Colombia justo antes de que naciera su hija, en su proceso de “sanación” como ella lo llama, nuevamente una amenaza llega a su casa y se ve obligada a irse nuevamente del país.
“Una vez más me llega una amenaza, debo salir del país, me voy para España y me quedo allí ocho años. haciendo lo que hacen los migrantes en los países europeos, limpiando casas y cuidando niños. Me sentía como un bicho raro pero era lo que debía hacer. En ese mismo exilio arranco mi proceso de memoria y es lo que precisamente me trae nuevamente a Colombia en el 2010”, dice la senadora.
En aquel momento Álvaro Uribe salía de la presidencia y nacía el Movimiento Nacional de Víctimas, organización en la que María José dedicó unos años a promover y fortalecer. Luego llega la propuesta de entrar a la política, pasa por ser representante a la Cámara y finalmente hoy es Senadora de la República y vicepresidenta del Senado.
Con emoción y orgullo recuerda que fue quien le puso la banda presidencial a Gustavo Petro, primer gobierno de izquierda en Colombia. Sabe que el compromiso es grande. Adriana le consulta sobre su futuro político: ¿Que viene para María José? ¿La veremos algún día como candidata a la presidencia?.
Ella responde: “Tal vez… hay que seguir formándonos y ya veremos”. Termina la conversación.