Evo Morales es un imbécil, pero tal vez usted no lo sepa. De hecho, probablemente sea muy poco lo que usted sabe sobre el presidente boliviano, o poco lo que recuerda. Su opinión sobre él posiblemente está basada en la noticia más reciente que circula: que no le fue permitido atravesar el espacio aéreo de Francia y Portugal. Y por eso está indignado. Él y usted, están indignados. Cómo es posible que no lo hayan dejado entrar, miserables europeos. Eso es por ser indígena, por ser boliviano, por ser moreno. Ratas xenófobas, ratas imperialistas.
Por otro lado, analistas políticos y periodistas afirman que la razón por la que no le fue permitido entrar es que existía la sospecha de que, en su avión, viajaba Edward Snowden, el exmiembro de la NSA (National Security Agency) que filtró información sobre planes y técnicas de espionaje de la agencia gringa. El enredo diplomático habría sido grande, algo así como si usted accediera a recibir temporalmente en su casa a alguno de los dudosos testigos del caso Colmenares. Pero sin duda usted lo haría, porque usted es un tipazo, no como esos hijueputas franceses y portugueses.
¿Pero cómo podría un personaje político de la calidad de Evo Morales incurrir en semejante acto incendiario? Y de hacerlo, en aras de la justicia, de la paz del mundo, de su noble lucha anti-imperialista, ¿cómo se atreven los europeos a negarle el paso?
Si Jean Marie Le Pen, el líder político de extrema derecha francés, ese que considera que las cámaras de gas en la segunda guerra mundial son un detalle histórico poco importante, que opina que la invasión Nazi en Francia no fue particularmente inhumana, que aboga por expulsar de su país a todos los inmigrantes, en especial a los norafricanos; si este hombre de ideas, digamos, fuertes, quisiera entrar a Bolivia, estoy seguro de que lo recibirían con los brazos abiertos.
Y si George Bush, el hijo o el padre, símbolos del pensamiento republicano gringo más arraigado, que promovieron guerras infundamentadas (si es que existen las guerras con fundamento), que defienden, también, políticas radicales contra la inmigración de potenciales terroristas (colombianos, por ejemplo), que entremezclan sus discursos con la palabra de Dios y defienden una postura creacionista en el ámbito educativo; si estos líderes políticos de pensamiento, digamos, ortodoxo, quisieran entrar a Bolivia, seguro serían acogidos con bombos y platillos. Seguro.
¿Por qué, entonces, han prohibido los europeos el paso del gran Evo por su espacio aéreo? Evo Morales, ese virtuoso líder latinoamericano cuyo discurso anti-imperialista está entintado de curiosas ideas sobre la ciencia, la enfermedad y la política; por ejemplo, que el pollo consumido en Bolivia está cargado de hormonas femeninas y por eso algunos hombres se ven «desviados en su ser», como quien dice, no comas pollo que te vuelves marica; o que la calvicie es una enfermedad producida por ciertos tipos de comida, en especial aquella consumida en Europa, razón por la cual todos los europeos son calvos y los bolivianos, no; o que los derechos de la Madre Tierra están por encima de los derechos humanos y que las leyes son menos importantes que las decisiones políticas (yo paso decretos inconstitucionales y ustedes, juristas, verán qué hacen). ¿Cómo no acoger, entonces, con banda papayera y un suculento banquete ―que no incluya pollo― a este hombre de ideas progresistas y profundo respeto hacia las culturas distintas a la propia?
Usted dirá: pero es que es diferente, el pobre Evo no ha tenido acceso a educación suficiente, sus afirmaciones están basadas en concepciones culturales erradas, es importante que defienda la industria y la cultura de su país por encima del producto extranjero.
Y tiene razón: no importa el daño que un presidente le haga a su pueblo, no importa que lo sumerja cada vez más en la pobreza y la ignorancia, no importa que promueva el odio más irracional con tal de que prevalezca el discurso anti-imperialista, ese que les permitirá emanciparse de su trágica historia y sentirse moralmente superiores, así el hambre persista, así la misma xenofobia de Le Pen y Bush (todas las xenofobias son iguales) y así el odio hacia Europa, Estados Unidos y todo lo que se les parezca calen profundo en las mentes más jóvenes sin la posibilidad de ser nunca cuestionado, porque para cuestionar se requiere de pensamiento crítico y para pensar críticamente se necesita de una educación medianamente buena. No importa, igual para qué educarse, mejor odiar indiscriminadamente a los gringos y a los europeos y no comer pollo y no tomar Coca-Cola. Al final de cuentas, ¡el Che vive y eso es lo que importa!
Y para qué leer. A Evo no le gusta leer y se alegra de no haber ido a la universidad. ¿Qué más puede desear uno en un presidente? Los niños bolivianos encontrarán en él una brillante inspiración para, un día, salir de la pobreza y la ignorancia.
Por todo esto, y dejando de lado cualquier sarcasmo, es que Evo es un imbécil. Un imbécil tan imbécil como Le Pen, tan imbécil como los Bush, tan imbécil como nuestro glorioso Gran Colombiano. Y pues uno no deja entrar a un imbécil a la propia casa, menos aún si trae consigo semejante delirio de grandeza. Los europeos necesitaban una excusa que funcionara en el gelatinoso mundo de la diplomacia y dijeron «Snowden». Pero al final, no fue por eso, ni por indígena, ni por boliviano, ni por moreno, sino, simple y llanamente, porque Evo Morales es un grandísimo imbécil.
Estoy seguro de que usted lo recibiría en su casa, junto con Jean Marie, junto con el viejo George y el gran Álvaro. Pero es que usted, mi querido amigo, usted es un tipazo.
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