Barack Obama tuvo que pedirle disculpas públicas a la fiscal general de California, Kamala Harris, por decirle que “es, de lejos, la fiscal más atractiva del país”. Apenas pronunció sus palabras, una ola de indignados lo atacaron por redes sociales, acusándolo de sexista e inapropiado.
Es que la apariencia no puede ser un tema del que se hable libremente. El punto de referencia de una mujer no puede ser “es bonita”. Su belleza –o fealdad– debe ser invisible en un ámbito profesional.
Por cuenta de esa chabacanería espontánea latina que equivocadamente nos hace sentir orgullosos, nos hemos permitido invadir la privacidad y espacio de los demás, sobre todo el de las mujeres (lo que entendemos también como parte de ese machismo que se niega a abandonarnos). En muchos casos somos reducidas a simple ganado: “¿está buena?”, “¿aguanta?”, “véala, es muy linda para ser ingeniera”, y así. Y peor si la “vieja buena” ostenta una posición de poder. “¿A quién se lo habrá dado para llegar allá?”. “Esa vieja es la moza del presidente, por eso la nombró secretaria privada”, oí hace poco decir sobre un nuevo miembro del gabinete. Como si un cerebro y años de preparación no fueran más poderosos que cualquier par de tetas. No aquí, diría mi amigo neandertal.
Siempre me ha incomodado cuando un no-levante o no-novio menciona la conveniencia estética de alguna parte de mi cuerpo o de mi cara. Y sudo frío cada vez que alguien mira mis tetas. En mi trabajo había un hombre con una posición mucho más alta que la mía, y siempre que hablábamos su punto de atención era abajo de mi cuello. ¿Sabían que eso en muchos otros países, incluso latinos, puede ser demandado como acoso? Pero no aquí. Aquí, simplemente, tuve que vivir con eso y encontrarle algún tipo de humor para sobrellevarlo.
Y una vez decidí cambiar de ginecólogo, por uno que me dijeron era súper pilo. Saqué entonces cita para hacerme la citología de rigor. Llegué, me miró de arriba abajo y me saludó con un galante “¡hola churra!”. Al preguntarme el motivo de mi visita, respondí, “¿qué me puedo tomar para unos cólicos horribles que me dan?”. Fin. Nunca dejé que me hiciera el examen. ¿Iba a ponerme en posición y dejar que ese galán me examinara y tal vez se le saliera otra “flor” mientras observaba mi parte privada?
Salir a la calle y que un hampón les grite obscenidades a las transeúntes es violencia. Es agresivo. Que un jefe le diga a su subalterna que tiene piernas lindas no es un piropo, es acoso. Que Obama le diga a la fiscal que además de tener vastas credenciales profesionales, es linda, es pasar a un plano personal y seguirle dando raíces al problema de siempre: que las mujeres sean calificadas por su apariencia física. Con eso solo se amplía la inequidad entre géneros. Además, ¿han visto todos esos estudios y cifras que demuestran que para una mujer fea es mucho más difícil conseguir trabajo que para una linda? Si eso pasara con los hombres, habría mucho CEO y presidente de la república desempleado.
Nadie puede hablar de la apariencia del otro. Ese debería ser un tema vetado aquí, como lo es en muchos lugares. Nadie tiene por qué decirme que subí de peso, que soy linda, o fea. De eso me doy cuenta cada mañana cuando me visto o me miro al espejo. Y de eso pudieron darse cuenta los que al día siguiente de su posesión vieron la foto de la fiscal en la prensa, no hacía falta que un hombre lo reconociera.
Tomado del Blog de Susana y Elvira
Sexismo y belleza
Vie, 20/09/2013 - 01:23
Barack Obama tuvo que pedirle disculpas públicas a la fiscal general de California, Kamala Harris, por decirle que “es, de lejos, la fiscal más atractiva del país”. Apenas pronunció sus palabr