Hasta hace unos días, Canadá era el único país del continente americano que parecía librarse de la banda de mandatarios ineptos o peleles o tarugos o atrabiliarios o todas esas cosas juntas que gobiernan los países de esta parte del mundo. Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, aparecía como el sobresaliente líder de un centrismo liberal, que invitaba a mirar a ese país con sana envidia; desde cualquiera de las capitales al sur de la llamada “International Boundary”, la frontera entre dos países más larga del mundo.
Resulta que hace casi veinte años, el hoy primer ministro canadiense se presentó en una fiesta universitaria disfrazado de Aladino (el de la lámpara maravillosa, según lo imaginó Walt Disney), con turbante oriental y la cara tiznada de negro. Estamos hablando de finales del pasado siglo o comienzos del presente, cuando el mundo era más vivible y no teníamos todos que estar pendientes de lo políticamente correcto.
Se presenta, pues, este muchacho a una fiesta de colegas disfrazado de tal guisa, como pudo haber ido de torero, de fraile o de muñequito pitufo. La cosa es que fue de Aladino, y del guateque quedó constancia en una foto que ahora, en plena campaña electoral, la revista “Time” ha rescatado de algún viejo álbum de aquella época. Así que Justin Trudeau, en medio de un gran escándalo en el que se le acusa de racista y de burlarse de la multiculturalidad de la población canadiense, se siente obligado a pedir disculpas.
Y no de cualquier manera. En lugar de rebelarse contra semejante majadería y denunciar el grado de estupidez y puritanismo que nos invade por todas partes, el hombre se vino abajo, se achantó y pidió perdón al borde de las lágrimas. “Jamás debí hacerlo. Fue un error. Me decepcioné a mí mismo”, ha declarado arrepentidísimo.
El caso de Trudeau es una demostración de que la corrección política y puntillosidad de la sociedad occidental, mostrando un falso remordimiento por el pasado, está pasando de castaño oscuro.En este blog ya hablé hace tiempo, de la tontería que cometieron los dos principales equipos de fútbol español, el Barcelona y el Real Madrid, que eliminaron la cruz que figura en los escudos de sendos clubes, para no ofender la sensibilidad de los musulmanes por las camisetas que se venden con tales escudos en los países con mayoría de ese credo religioso. Esta mojigatería se enmarca en el cúmulo de episodios similares que pretenden reescribir la historia con el molde de nuestra actual sociedad, cada vez más remilgada y más cursi. Mal por Trudeau, y mal por todos nosotros que ahora mirando al pasado y machacando el lenguaje para ser políticamente correctos, estamos llegando al colmo del disparate. Recuérdese un discurso de Nicolás Maduro hablando de “millones y millonas”. Y aquella vez que, echando mano de una cita bíblica y seguramente pendiente de la corrección política en su lenguaje, habló de la “multiplicación de los panes y los penes”. A propósito. Ahora que caigo en cuenta, ¿en dónde estarán pidiendo esconderse una pareja de amigos que hace años, en tiempos de carnaval, decidieron disfrazarse, ella de monja y él de pene? Muy realista, por cierto, este último; con dos balones forrados en tela y atados a los pies, profusión de venas y sistema de eyección de espuma de afeitar en la cabeza. Al paso que vamos, si van a escudriñar en nuestro pasado, nos esperan a todos, mazmorras inquisitoriales y tormentos medievales sin nombre.