La región del Darién, también denominada Tapón de Darién, es una zona selvática compartida entre Panamá y Colombia. En este ecosistema la vida se hace evidente gracias a la biodiversidad de flora y fauna. Sin embargo, en los últimos años se ha convertido en un sinónimo de muerte y sufrimiento, ya que varios inmigrantes que intentan llegar a Norteamérica cruzando esta zona terminan en malas condiciones.
El clima es implacable, la humedad de la selva empapa el cuerpo y dificulta la respiración. La lluvia no es refrescante sino más bien todo lo contrario, complica el paso humano por el Darién, puesto que el suelo se convierte en lodo y caminar es casi imposible. Pero es más feroz la vida silvestre, allí habitan jaguares, serpientes e insectos que podrían atacar a los migrantes durante su trayecto.
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No obstante, el clima y la vida silvestre no parecen ser los peligros más desafiantes para los caminantes que intentan llegar principalmente a Estados Unidos; ellos se exponen a ser atacados física y sexualmente por grupos criminales que se encuentran dentro de la zona selvática la cual es una “zona de nadie”.
“La falta de opciones para una migración segura a través de rutas seguras expone a los migrantes de forma inaceptable a ataques sistemáticos y violencia sexual en el camino”, señala en diálogo con KienyKe.com, Marisol Quiceno, responsable de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras, ONG con presencia en la salida del Darién en territorio panameño.
Los peligros del Darién no son únicamente silvestres
Son en total 575.000 hectáreas de selva entre Panamá y Colombia. Llega un punto en donde no entran organismos de seguridad de ninguno de los dos países que en épocas pasadas fueron uno solo, según narra José Daniel Urdaneta, fotógrafo que ha estado en la zona en varias ocasiones para retratar esta cruda realidad.
“A partir de por lo menos dos días de recorrido ya es como tierra de nadie, donde podrá haber guerrilla, mafias que ya se organizaron porque saben que pasan gran cantidad de migrantes y los esperan en ciertos puntos. Como es tierra de nadie, no puede meterse el ejército colombiano o el panameño porque está ahí en la mitad”.
Las pocas pertenencias y dineros de los caminantes del Darién son muy apetecidas por estos grupos criminales que se han convertido en una piedra en el camino para aquellos que buscan un mejor futuro.
Un celular es un lujo para las familias que esperan noticias de ellos. Muchas de esas mismas familias, que se encuentran en Estados Unidos u otros países de Norteamérica, se encargan de auspiciar económicamente cada paso de los migrantes para hacer realidad el tan anhelado reencuentro, es por eso que cada travesía se convierte en un logro desbloqueado y para eso la comunicación es fundamental. Si no hay una llamada contestada o una llamada devuelta, se da por sentado que esa persona fue capturada por alguna autoridad migratoria o, peor aún, que ha caído muerta.
El mismo José Daniel cuenta sobre un venezolano que previo a cruzar los lugares más peligrosos dentro del Darién decidió romper el vidrio de su celular para no ser presa fácil de los grupos criminales. Sin embargo, el robo de un celular no es el mayor peligro al que se exponen, los malhechores atacan sexualmente principalmente a las mujeres y el nivel de sadismo contra ellas es aberrante.
“Me contaron una historia sobre una chica que la iban a violar y preguntaron: ‘pero en dónde está tu esposo que queremos violarte enfrente de tu esposo’”, cuenta el fotografo desde territorio panameño.
Según datos de Médicos Sin Fronteras, entre enero y agosto de 2021, se estima que más de 70,000 personas han cruzado la frontera entre Colombia y Panamá, de los cuales la mayoría son de Haití y otros de Venezuela, Colombia y Cuba. Muchos de los haitianos no solo vienen huyendo de las condiciones sociales precarias de su país, sino también de la xenofobia que han sufrido en países como Brasil y Chile, donde se asentaron algunos en un principio. Además, varios de los migrantes que cruzan el Darién son familias enteras, con niños y hasta mujeres embarazadas, quienes en ocasiones han dado a luz en la selva.
No obstante, todos los migrantes comparten un solo sueño: la búsqueda de una mejor calidad de vida fuera de sus territorios. Para ellos el amor por la patria no alcanza a cubrir las necesidades y por esa razón se ven obligados a atravesar el encantador y peligroso Darién.
Normalmente, recorrer la selva puede tomar alrededor de cuatro o cinco días, pero hay afortunados que logran cruzarlo en tres. Así también, hay personas que demoran 11 días o aquellas que mueren dentro de la selva, bien sea a manos de criminales o por consecuencia de la dificultad orográfica a la cual se enfrentan.
“Las personas atendidas por nuestros equipos presentan cuadros de deshidratación, diarrea, así como afectaciones cutáneas y laceraciones en las extremidades tan severas que, en muchos casos, les impide continuar el camino. Los migrantes que llegan a la consulta de MSF refieren que muchos de sus compañeros han caído por despeñaderos o se han ahogado por las crecidas de los ríos”, advierte Marisol Quiceno.
Pero aún en medio del sinuoso camino, hay espacio para el cooperativismo. La camaradería entre caminantes es notable; andan en grupo, intentan defenderse, se cargan entre ellos y alivian cargas dejando comida en el camino. Para poder llegar más rápido a Bajo Chiquito, salida del Darién del lado panameño, los migrantes van dejando viandas durante el trayecto que son recogidas por quienes vienen atrás cargando los mismos sueños.
Las cargas se alivianan para enfrentar los trayectos más difíciles. Según José Daniel, la denominada “Montaña del Diablo” es uno de esos lugares más complicados de atravesar ya que deben cruzarlo casi que gateando. Otro es el río, al cual deben enfrentarse personas que ni siquiera saben nadar, y todo se complica más cuando el cauce está muy crecido. Pero no hay opción, hay que cruzarlo porque el tiempo en la selva se convierte en un enemigo más.
El Tapón del Darién: sufrimiento para unos, negocio para otros
La problemática migratoria a nivel mundial es un negocio muy bien organizado. En cada trayecto recorrido por los migrantes hay algún “coyote” dispuesto a ganar mucho dinero ofreciendo sus servicios para trasladar a las personas de un lugar a otro. El sueño de una vida digna para los migrantes, es el negocio perfecto para los “coyotes”.
“Del lado colombiano hay como una organización que saca a los migrantes en unas lanchas, los llevan a un punto, les enseñan la ruta y después ellos van solos”, cuenta Urdaneta con preocupación.
De la misma manera, en Panamá, otra organización los lleva hasta la zona fronteriza con Costa Rica a otro costo, y así sucesivamente hasta llegar a Norteamérica. Sin embargo, el negocio ha sido tan lucrativo del lado colombiano que hay miles de migrantes esperando un turno para subirse en una lancha desde Necoclí hasta la entrada del Darién. La espera puede demorar semanas ya que faltan lanchas para tantos ‘clientes’. La situación humanitaria es preocupante, mientras los gobiernos brillan por su ausencia.
“La respuesta humanitaria en Necoclí con la coyuntural aglomeración de 19.000 personas es insuficiente, de igual manera, la respuesta en Panamá es escasa para el volumen de personas que está llegando al país desde Colombia”, afirman desde Médicos Sin Fronteras.
El Darién es la zona más complicada que atraviesan los desterrados, lograr cruzarlo es una hazaña, pero a decir verdad, este es tan solo uno de los primeros pasos para poder llegar a destino. Cruzar esta zona selvática parece una eternidad, pero en realidad es un pequeño trayecto de todo el camino a recorrer.
Decir que estos miles de migrantes buscan una mejor vida es una exageración; para ellos es tal vez la búsqueda de una vida, esa que no encontraron en sus propios países; esa vida que fue negada a causa de la violencia, el hambre, la falta de oportunidades o el desgobierno.
La necesidad ha sido el gran detonante de toda esta problemática en la que muchos ponen su vida en riesgo con un solo objetivo: encontrar una vida digna. Mientras tanto, ningún país se hace responsable de esta catástrofe, en un mundo en donde las fronteras son más importantes que las personas.