Aquel 6 de marzo de 2020, sobre el mediodía aproximadamente, Colombia se enteraba de una noticia de aquellas que no queríamos conocer. Quizá todos sabíamos que iba a llegar, pero nos resistíamos a creer que pasaría pronto y traería tantos cambios a nuestras vidas. El país registró el primer contagio de covid-19, por cuenta de una joven que había estado en Milán, Italia.
En ese momento todo se silenció, todo se detuvo. Nos invadió el miedo y la incertidumbre de que en nuestro país sucediera lo que ya estábamos observando en Asia, Europa y otras partes del mundo, donde los contagios cobraban vidas de una manera impresionante. La humanidad no estaba preparada para detener este caos y eso incluía a los humanos de Colombia. Nos pusimos a pensar en lo que estaba por venir y el panorama no era alentador.
Históricamente, Colombia ha cargado con un sinnúmero de situaciones desafortunadas como el conflicto armado, el narcotráfico y su metástasis, tragedias naturales y demás eventos que esta nación ha padecido. Ahora se sumaba esto, un virus desconocido del cual empezábamos a saber a finales de 2019 y que quizá se veía como algo lejano, algo que era por allá de China y no saldría de allá.
La noticia nos cambió la vida. Podemos decir que esta pandemia ha puesto un punto de quiebre en el tiempo. A veces nos referimos a una era pre-covid, que describe todos los componentes de aquella vida que teníamos y prácticamente se anuló. Nos vimos obligados a vivir encerrados; a la hora de salir, el tapabocas se convirtió en una prenda más de nuestro atuendo y en un elemento vital de protección y supervivencia. El alcohol y el gel antibacterial, que se veían solo en los botiquines, los baños y las carteras de las personas más meticulosas, pasaron a ser fundamentales en nuestro día a día. ¡Incluso aparecían en los comerciales de las franjas prime-time!
Nos despedimos de muchísimos momentos y actividades que parecían cotidianos y no valorábamos tanto como ahora. Tuvimos que alejarnos de las personas que más queremos: dejamos de lado las fiestas, reuniones, viajes y toda vieja excusa para compartir como familias, amigos y comunidad. Adiós a los calurosos abrazos, los tiernos besos, los cordiales apretones de manos. En algunos casos, adiós para siempre a esos seres que partieron por culpa de este virus, esas vidas que tanto apreciamos.
Colombia vivía con resignación esta noticia: el virus había llegado, pero tanto las autoridades como nosotros estábamos confundidos por no tener la certeza sobre cómo actuar. Esta enfermedad llegaba sin aviso y nuestras únicas armas eran el tapabocas, un juicioso lavado de manos y aferrarnos a la fe que profesamos.
Aquel 6 de marzo, esa fecha que nunca olvidaremos, empezaba a fijar el rumbo de nuestras nuevas vidas. Los medios nos mostraban los posibles caminos que recorreríamos: comenzábamos a conocer frases como protocolos de bioseguridad, distanciamiento social, aislamiento selectivo y unidades de cuidado intensivo, entre otras, nos fueron permeando con el paso de los días.
La atmósfera en el país fue cambiando por completo. El virus se convirtió en nuestro más acérrimo enemigo. Había miedo e incertidumbre ante lo que iba a pasar, pero de ninguna forma nos imaginamos la forma impresionante en que iba a escalar la situación.
El personal de salud empezaba a prepararse, como si de un batallón se tratara, para enfrentar una guerra que jamás pensaron librar, más allá de las proporciones de las batallas a las que ya le 'ponían el pecho' a diario. Se convirtieron en todo un símbolo de lucha, valentía y resiliencia. Más allá de algunas precariedades por las que están obligados a realizar su labor, con gallardía y amor propio sacrifican su vida por el bienestar de los demás.
Con el pasar de los días veíamos con angustia el aumento de los casos de contagio y, lo más grave, las muertes: la luz de aquellas personas que se fue apagando y que los médicos, enfermeras y el personal de salud, luchaban por mantener encendida. Cada caso recuperado era sinónimo de victoria, era esa esperanza de creer que todo es posible.
La lucha del personal de salud es constante, la angustia permeaba con el aumento de contagios y muertes, algunos salían desde las ventanas de sus casas a aplaudir, expresando su admiración y cariño a estos profesionales por tan heroica y loable labor, pero por esas paradojas del destino y sumada a la ignorancia e inconciencia humana, algunos fueron atacados, amenazados y no se podía entender cómo se cometía tan infame injusticia con esas personas que salvan vidas.
Este virus seguía cometiendo sus estragos, nos obligó a permanecer encerrados, con miedo de salir de nuestras casas, con temor de acercarnos a cualquier persona, nos costó aceptar que nuestra vida empezaba a cambiar, no concibíamos el hecho de estar así, a las malas, todo por resguardarnos de esta infame enfermedad.
Impotencia, ansiedad, rabia, tristeza, oscuridad, se vivía en el ambiente, calles vacías, silenciosas hacían apagar ilusiones, sueños, proyectos; solo quedaba tener fe y esperanza en algún milagro que pudiera revertir esta horrorosa situación que nos mantenía en jaque.
Colombia es un país que históricamente no ha contado con una economía estable, que en un gran porcentaje de la ocupación laboral es informal, y esta pandemia arrasó con la productividad de este país de una manera abismal. Empresas, industrias, sectores económicos y negocios se vieron forzados a cerrar sus puertas, el desempleo aumentó en unos niveles que jamás se habían visto y así se empezaba a evidenciar otra pandemia, la crisis económica.
En las puertas de un gran número de hogares veíamos trapos o telas de color rojo, como símbolo que allí se pasaba hambre, dificultades que muchísimas familias padecían, con impotencia se reflejaba esa dura realidad que por cuenta de esta enfermedad no solo dejaba sus crudas huellas en la salud de las personas, sino también en la calidad de vida.
Emprendimiento y reinvención son otras de tantas palabras que conocimos a través de este tiempo, nos aferramos a la unión y solidaridad para buscar alternativas y formas para sobrevivir a estos momentos tan duros y dolorosos que se convirtieron en el pan de cada día y que el colombiano con su ingenio y creatividad natural, buscaba suavizar.
Un buen número de una afortunada fuerza laboral, se vio obligada a laborar desde casa, algo un tanto impensado, pasamos de saludar a nuestros compañeros y amigos de frente, a hacerlo a través de una insípida pantalla.
Los colegios y universidades se silenciaron, sus aulas y pasillos se enfriaron con aquella penumbra de soledad y todo se remitió a una conectividad a distancia, para continuar con los procesos de enseñanza y aprendizaje que son fundamentales para la sociedad, pero que esta oportunidad afrontaba una gran dificultad especialmente para los más pequeños de esta cadena
El encierro mostró algunos males que estaban ocultos, enfermedades mentales, trastornos, violencia intrafamiliar, suicidios y otros factores que degradan nuestra ya golpeada sociedad, profundizando dolor y preocupación hacía un futuro que tenía ilusiones apagadas y poco optimistas.
Hemos sentido dolor, impotencia, noches sin dormir y llorado mucho por todo lo sucedido, nos despedimos de familiares y amigos, de personas que amábamos con todo nuestro corazón, los vimos por última vez sin saber que por causa de esta de esta enfermedad no tendríamos otra oportunidad de compartir con ellos, de disfrutar su compañía, sonreír y sentir su esplendor.
Este tiempo nos llevó a cambiar prioridades, forjar nuevos rumbos, a ponerle atención a las cosas y momentos realmente importantes y reflexionar como personas y como sociedad, para tratar de salir victoriosos de aquel profundo pozo invadido por la oscuridad y temor.
Ha llegado una vacuna que se convierte en aquella luz de esperanza que alimenta nuestra ilusión de que todo esto termine de una buena vez, quizá nuestras vidas ya no vuelvan a ser como antes, ojalá esta situación haya cambiado mentalidades y corazones para poder mantener una prometedora ilusión hacia el mañana.
Un año después, Colombia registra 2.269.582 casos de contagios y la cruda suma de 60.300 fallecidos, un número traducido en familiares, amigos y compañeros que libraron esta dura batalla de la cual no pudieron salir adelante y que tendremos siempre presente su valor y recuerdo.
Con estas humildes y pequeñas líneas, quiero rendirles un homenaje a todas las víctimas de esta pandemia, aquellas personas que estuvieron a nuestro lado por algún motivo y que le dieron valor a nuestros momentos. También expreso mi admiración a todos aquellos profesionales que sacrifican sus vidas por el bienestar de las nuestras y que con su capacidad, fortaleza y vocación demuestran que son los verdaderos héroes.
Desafortunadamente esto aún no termina, tenemos mucho camino por recorrer, nos queda la responsabilidad y el compromiso de cuidarnos y cuidar a los demás; de todas formas siempre con la esperanza e ilusión de que la oscuridad pase con la luz que irradiará el optimismo y la fe en construir un futuro mejor.
Por: David Palencia