
Una madre camina con su pequeño hijo de cuatro años por una calle llena prostitutas y decenas de habitantes de calle que tirados en el piso y metiendo bazuco los ven pasar atentamente. La escena se repite todos los días. A las 6:30 de la mañana madre e hijo deben pasar por el lugar para poder ir a la Sede B del colegio Antonio José Uribe, a menos de media cuadra del ‘Sanber’, la peligrosa olla que heredó el infierno que se vivía en el ‘Bronx’ hace pocos meses.
Apenas hay un par de policías cerca custodiando estas cuadras que recorren padres y niños para llegar al colegio. Los habitantes de calle son cientos, y están alerta a cualquier oportunidad para hacer de las suyas.
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Muchos padres de familia madrugaron para ir al colegio y asistir a un consejo de seguridad presidido por Fabio Benavides, Director de Educación Local de Santa Fe y Candelaria, y por Alejandro Vásquez, rector del Antonio José Uribe. La reunión también contó con la presencia de agentes de la Comandancia de Policía de la localidad. KienyKe.com confirmó que la situación es tensa.
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Los padres escuchaban atentamente al rector y los enviados del Distrito, quienes explicaban los mecanismos que se usarían para enfrentar la difícil situación en el 'Sanber'. Rápidamente el sepulcral silencio se transformó en suaves murmullos que pronto se volvieron gritos. Eran los padres protestando. Y no es para menos, se trata de uno de los más graves problemas de esta comunidad: Los niños más pequeños están a pocos metros de uno de los peores expendios de drogas y armas de la ciudad.
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“Vamos a contar con una mayor fuerza policial que acompañe a niños, padres y maestros a la entrada y salida del colegio”, explicó Fabio Benavides a los padres, en un intento por calmar los ánimos.
- ¡Imbécil! Igual tenemos a esos delincuentes al lado. Que la policía esté no va a hacer que se vayan- decía una madre que día a día tiene que seguir el peligroso camino al colegio.
- Estamos buscando a futuro qué hacer, hacemos lo mejor que podemos. Cualquier intervención en la olla es responsabilidad del Distrito, no del gobierno local. Ellos son los que tomarán las decisiones pertinentes, nosotros hacemos lo que está a nuestro alcance- añadió Alejandro Vásquez, el rector.
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Pero el intento por tranquilizar a los ánimos es inútil. Los padres protestan enojados e indignados. Aseguran que ninguna medida tomada hasta ahora garantiza que puedan caminar por las calles aledañas con los pequeños sin miedo a ser robados o tener que habitantes de calle consumiendo droga o prostitutas, que mientras los niños caminan al colegio, ellas ofrecen sus servicios a la entrada de viejos burdeles.
Una madre furiosa no deja de insultar. “¡Hay que ser idiotas! De nada sirve que haya más policía si ellos mismos dicen que no van a responder si pasamos por determinadas calles. Son unos incompetentes”.
Otra mamá preocupada por la situación, se acerca con la misma rabia: “¿Cómo es eso que antes pasábamos tranquilos por esta calle junto al colegio, y hoy ya no podemos por la cantidad de indigentes? Los policías solo se paran a que les dé el sol y ya”.
Los reclamos son muchos: Que son los niños pequeños los que están, que el acompañamiento es en determinadas cuadras y no en todas, que la policía permanece estática y no hace nada, que los indigentes se pavonean de su invulnerabilidad frente al colegio mientras unas autoridades impotentes permanecen quietas.
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Finalmente los padres se marchan con la percepción de que el consejo no sirvió para nada. Los bazuqueros seguirán al lado, las prostitutas seguirán deambulando escasas de ropa frente a los niños, la droga y la violencia seguirán transitando en las narices de unas autoridades que poco pueden hacer.
Un profesor, al ver las airadas reacciones comenta: “Es que la situación está muy complicada. Estos padres reclaman con justa razón. Nada más a dos cuadras está el colegio privado San Bernardo de la Salle. Allá también están esperando que el problema se les acerque un poco más para indignarse y protestar”.
Muchos padres de ambas instituciones afirman que el tráfico de droga ha llegado a los estudiantes más grandes. Aseguran que los jíbaros entregan drogas a los jóvenes por entre las rejas o a la salida para que estos la vendan adentro de los colegios.
Las estrategias de las autoridades locales no parecen suficientes. El rector del Antonio José Uribe explicó a KienyKe.com lo acordado con la Secretaría de Educación Local: “Desde el momento del operativo en el Bronx empezó un incremento de estos indigentes en el Sanber. Invadieron las calles por las que se llega al colegio. En las vacaciones se empezó un Consejo de Seguridad Local, que cuenta con la presencia del Director Local y el comandante de la estación de policía. Se citaron padres y se hizo un acuerdo con policía, ejército y la secretaría distrital para garantizar un acompañamiento con fuerza pública principalmente a la hora de entrada y salida de los estudiantes”.
Por su parte, Fabio Benavides, Director Local de Educación, añadió: “El sector amanece lleno de habitantes de calle que dejan siempre la suciedad y toda esta cuestión del consumo de sustancias y olores que son chocantes para los niños y los padres. Desde las 4 de la mañana la policía inicia un proceso de hacer la recogida de estas personas, desplazarlas del sector y hacer la entrada más segura”.
Mientras habla, una madre empieza a gritar desesperadamente: “¡Ustedes responden por la seguridad de mis hijos si esto se calienta más! Con toda esta policía se va a armar el mierdero al lado del colegio.”
Los celadores la intentan calmar y algunos profesores la atienden. Sin embargo, otro docente comenta: “Lo que pasa es que a ella la tenemos identificada. Parece que esta mamá tiene negocio en el Sanber y no le conviene que la policía esté aquí”.
Mientras los niños estudian, un operativo policial se lleva a cabo apenas a dos cuadras de distancia. El sonido de las motos retumban en los salones de clase, ignorando que agentes del Esmad están frente a frente a cientos de indigentes armados de cuchillos, palos y piedras.
“El día que lleguen tanquetas y ataquen la olla, los niños estarán en la mitad de todo. Los gases lacrimógenos, las piedras y los tiroteos claramente dañarán a los niños”, cuenta una profesora asustada. Varias veces ha sido interceptada por los habitantes del Sanber, y en una ocasión fue robada. Además debe lidiar con los piropos y las miradas morbosas de estos individuos. Asegura que la integridad física y sexual de ella, sus compañeras, las madres y los niños, está en riesgo.
Por el momento el panorama no parece mejorar. La olla se expande en lugar de reducirse, cada día llegan más indigentes al 'Sanber' y con ellos llegan más drogas, más jíbaros, más vicio, más armas, más violencia. Los niños continuarán transitando estas calles corriendo un riesgo grande. El colegio continuará abriendo las puertas cada día a los estudiantes pese a estar en medio de un infierno.


