Al comprender que soy una unidad inteligente y programada para sobrevivir a cualquier desafío de la cotidianidad, no necesitaré más excusas para no crecer ni madurar, pues como un adulto consciente puedo asumir la responsabilidad de los actos de mi vida, erradicando los disfraces de la culpa, la manipulación y la victimización.
Más allá de mi egoísmo, entiendo que nadie me cambia, redime, humilla, limita y destruye sin que consciente o inconscientemente yo lo permita.
Estoy descubriendo que mi alma está compuesta de intuición e inteligencia espiritual, las cuales me permiten enfocar la fuerza interior para la consecución de mis metas y objetivos trazados en una armónica interacción con el universo.
El premio es aprenderme a amar tal y como soy corrigiendo de manera voluntaria cualquiera de mis defectos de carácter más tóxicos y destructivos.
Así podemos formar vínculos sanos, llegando a ser personas más humanas, amorosas y compasivas a través del orden, la bondad, el optimismo y el servicio a los demás.
Cada problema contiene en su núcleo la oportunidad de resolverlo para ser mejores personas. Por eso, insisto que el triunfo sobre cualquier adversidad en la vida es lograr una actitud que nos permita actuar desde la serenidad y el equilibrio.
Más allá del ego, la gran lección es que todos los errores cometidos se convierten en tierra abonada por el dolor y la experiencia para que nazcan nuevos frutos.
Es así como nuestra vida se volverá más alegre y amable, lejos del malestar cotidiano causado por ese desagradable habitante interior llamado pesimismo, el cual hace que el planeta siga igual o peor de lo que está.
Sin duda, las personas con una actitud lejos del egoísmo ayudarán a transmitir vibraciones amorosas y compasivas que, a pesar de la incertidumbre actual, son el amanecer de un nuevo mundo.