Una vez los barbudos descendieron de Sierra Maestra a La Habana en enero de 1959, empezaron a desmontar rápidamente el antiguo régimen a través de varias reformas en diferentes sectores como el de la salud, el educativo y el agrario, impulsando no pocas nacionalizaciones y, por supuesto, ejecutando a todos los opositores que en virtud de la justicia revolucionaria fueron a parar a los paredones mientras el resto desertaban de la Isla. En consecuencia, el régimen revolucionario se consolidó rápidamente.
Dos años después y tras el desastre de Bahía de Cochinos, el presidente Kennedy había quedado debilitado internacionalmente y Fidel Castro encontró en esto la oportunidad propicia para continuar con la siguiente fase de su plan, cual era “exportar” la revolución al resto del continente.
En ese contexto, Kruschov calculó que podría sacar provecho de ello para responder a la instalación del arsenal nuclear que la OTAN había desplegado en Turquía y, en efecto, decidió enviar 150 barcos que trasportaban ocultamente 40.000 hombres y todas las cabezas nucleares que finalmente serían instaladas.
Así, tras varias alertas hechas por parte de la CIA, el 16 de octubre de 1962 La Casa Blanca fue debidamente notificada con las respectivas fotografías aéreas que, gracias a la tarea de un avión espía, ratificaban que los EE.UU. tenían un perentorio problema de seguridad nacional.
Como suele pasar, la información se filtró a la prensa que de inmediato empezó a presionar para que Kennedy se dirigiera al país, tal como finalmente lo hizo anunciando un bloqueo militar contra la Isla e invitando a Kruschov para que detuviera esa “clandestina, temeraria y provocativa amenaza a la paz mundial”.
En teoría, Kennedy tenía sobre la mesa solo tres opciones: 1) un ataque preventivo con el objeto de destruir el arsenal nuclear en cuyo caso el Kremlin hubiera respondido de manera inmediata; 2) una aproximación a Moscú a través de un garante que facilitara una salida negociada o 3) un bloqueo naval, llamado estratégicamente “cuarentena”, que permitiera ganar tiempo para obtener mayor información en función de una mejor decisión. En momentos como estos, el tiempo apremia y la estrategia se reduce a muy pocas alternativas que tácticamente maniobradas pueden conducir a una óptima salida.
Por lo tanto, mientras los barcos soviéticos avanzaban rumbo a Cuba, la tensión se elevaba y la población entraba en pánico ante lo que era, un casi inminente, choque nuclear. Todo el poder aéreo, naval, terrestre y nuclear estaba en alerta máxima; incluso 180.000 efectivos se preparaban para entrar en combate en puntos como Florida, Georgia y, obviamente, Guantánamo.
En tanto que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se agitaba, los soviéticos evitaban a toda costa que La Casa Blanca tuviera información precisa sobre la auténtica capacidad nuclear y mientras iban y venían las acusaciones, un avión U2 estadounidense fue derribado en la Isla. Lo que era abiertamente un acto de guerra; sin embargo, el presidente Kennedy, en un acto de probado liderazgo, aguardó hasta el último momento para encontrar una salida que evitara la confrontación directa, tal como algunos asesores lo aconsejaban.
De manera que, el Fiscal General (Robert Kennedy) fue a visitar al embajador soviético, Anatoly Dobrynin, en busca de una última oportunidad que les permitiera resolver la crisis a pesar de lo sucedido con el “U2”. El embajador fue claro, el retiro de los misiles en Turquía a cambio del retiro de los misiles en Cuba. Kennedy respondió de inmediato que gestionaría el tema al interior de la OTAN porque no era una decisión unilateral. Lo que valió que el poder de la negociación bilateral fuera más efectivo que las demenciales pretensiones de Castro.
Comprometido Washington a promover el retiro de los misiles en Turquía y a no intervenir en Cuba, Kruschov dio la orden de desmantelar las bases nucleares para llevar de regreso todos los misiles y aunque los términos y el carácter del acuerdo eran confidenciales, Kruschov en declaraciones radiales comunicó al mundo entero que la crisis había terminado. Castro se enteró de lo pactado como lo hizo cualquier ciudadano en Sao Paulo, en Sofía, en Kuala Lumpur, o en Detroit.
Durante estos trece días* que el mundo estuvo en vilo de sufrir una catástrofe nuclear por cuenta de la irresponsabilidad e irracionalidad de Castro, se gestó uno de los mejores ejemplos de cómo gestionar una crisis en política exterior. Tanto así que 60 años después de lo sucedido, sigue siendo un hito obligado en el estudio de las crisis diplomáticas.
*A manera de recomendación, el lector puede encontrar en “Thirteen Days: A Memoir of the Cuban Missile Crisis” información más detallada por uno de sus protagonistas. No sobra decir que este libro inspiró dos muy interesantes películas: The Missiles of October (1974) y Thirteen Days (2000).