Si en el pasado nos hubiéramos encontrado con una película o una novela que siguiera, al pie de la letra, lo que ha venido ocurriendo en las presentes elecciones en Colombia difícilmente habríamos pensado que se trataba de otra cosa que no fuera pura ficción por lo inverosímil de los sucesos que han marcado esta extraña situación que pasará a la historia sin que sepamos lo que esconde. Hacer el repaso del último año es seguir episodio tras episodio la primera temporada de una serie que podría llevar el nombre “Impotencia” cuya trama gira alrededor de la manipulación a todo un pueblo que considera, ingenuamente, que es la democracia la que impera en su país y que el voto ciudadano es el que decide qué tipo de gobierno quiere a partir de las elecciones parlamentarias y, principalmente, las presidenciales.
En el mundo somos más de siete mil millones los que lo habitamos y solo unos pocos miles de ellos tienen el control de los asuntos públicos y privados. Las medidas autoritarias tomadas durante los años recientes con el pretexto de una pandemia fueron aplicadas con rigor a partir de las directrices de esos pocos que dominan y seguidas docilmente por todos, algo tan inverosímil que sólo tenía cabida en las distopías. Poco nos está importando que las cosas sean así a nivel global y mucho menos regional, lo que se hace palpable en las elecciones que se suponen el soporte fundamental de la democracia y el resultado de la lucha por obtener y mantener nuestras libertades.
La ausencia de verdaderos líderes es uno de las causas de la impotencia que nos embarga. Qué un país como Francia se resigne a reelegir a alguien de tan poca monta como Macron, que los Estados Unidos tenga que ser dirigido por un sujeto gris e inepto, que Chile tenga como presidente a un personaje tan insignificante, por mencionar apenas unos ejemplos, es de una gravedad infinita y poco o nada nos importa. Pareciera que el gobierno de los mediocres se tomó el planeta y que quienes manejan los hilos colocan sus marionetas acá y allá importandoles poco el daño que puedan causar a cada uno de los países que van a regir con el pretexto de ganar unas elecciones que son manipuladas hasta extremos nunca vistos en el pasado.
En poquísimas semanas estaremos participando en lo que se vislumbra como una farsa electoral. La pregunta que nos hacíamos en el pasado era quién triunfa luego de una acalorada campaña; la que nos hacemos ahora es a quién designarán importando poco si tiene más votos que sus rivales. Aunque quieran hacernos creer que la suma de votos será la que decida y nos tengan convencidos de que el voto es un deber ciudadano, el escepticismo reina.
En los muchos procesos electorales, de los que he presenciado, ningún otro ha estado tan lleno de apatía ciudadana. De pronto nos encontramos que la presidencia se la disputan quienes han llegado a la recta final porque sí o porque no. Triste situación que me llena de desesperanza.