La geopolítica es dinámica e interdependiente. Así, mientras los delegados de Rusia y EE.UU. viajaban a Arabia Saudita para discutir sobre el fin de la guerra, los líderes europeos se reunían en Paris a efectos de lo mismo. Por su parte, Zelensky esperaba en Turquía para decidir si se dirigía a Riad o regresaba a Kiev.
Sucedió lo último y de inmediato fue enfático al decir que Ucrania no reconocerá acuerdo alguno sin la obvia participación de Kiev. En tanto que esto sucedía, parte del mundo no salía del asombro por el discurso de JD Vance, vicepresidente de los EE.UU., quien no fue precisamente a Múnich para hablar de las relaciones estratégicas trasatlánticas sino de democracia.
Ayer, sobre las 4 de la tarde -hora de la Florida- desde Mar-a-Lago Trump dijo que Zelensky era un dictador impopular y lo culpó directamente de iniciar la guerra en suelo propio. Aunque la declaración sea un contrasentido histórico, se debe conectar con lo que Vance dijo en Múnich.
La tesis del vicepresidente Vance es parcialmente correcta en tanto que no se puede temer a la democracia y que sus resultados deben ser acatados y respetados porque la discusión de fondo es la legitimidad de las instituciones que componen un régimen democrático históricamente consolidado.
El problema real es que se legitimen posiciones antidemocráticas dentro de la misma democracia. Dicho de otra manera, la historia tiene múltiples ejemplos de cómo la democracia acaba con la democracia misma al legitimar posiciones extremas tales como el socialismo, fascismo, comunismo o nazismo que son expresiones abiertamente antidemocráticas y equivalentes en cuanto a su criminalidad.
De tal suerte, la democracia debe poner unos límites y no puede abrir la puerta a ese tipo de manifestaciones radicales que se soportan sobre lo que lúcidamente llamó Ortega y Gasset, la Rebelión de las masas. Un clásico cuya tesis se ha validado a tiempo presente gracias al poder que vienen ejerciendo las redes sociales en la política y, sobre todo, en la democracia.
Ahora, el error de los europeos (y en otras regiones del globo) es que han prohibido, por ejemplo, al fascismo o al nazismo, pero han permitido y alentado al comunismo y al socialismo. He aquí el verdadero problema y es creer que el socialismo y el comunismo son moralmente superiores a la democracia y al capitalismo y, por lo tanto, no resultan una amenaza para la humanidad olvidando, con ello, a los millones de muertos que han dejado por donde se han consolidado como regímenes políticos indiscutibles.
Conectando lo dicho por Vance en Múnich y lo que Trump desde Mar-a-Lago ha expresado resulta válido especular que parte del acuerdo entre Trump y Putin puede contemplar unas elecciones en Ucrania para salir de Zelensky y subir un líder pro-ruso que haga el resto de la tarea algo más fácil. Una operación política que Putin conoce de sobra.
Por lo tanto, se debe esperar un poco a los hechos y aislar las palabras para lograr descifrar qué tipo de concesiones ha hecho Putin para que Trump rompa con el asilamiento al que lo había llevado la administración del Viejo Joe (Biden). La imagen de la mesa de negociación en Riad, ratifica ese dinamismo tan propio de la geopolítica. Rusia y EE.UU. a cada lado de la mesa y los líderes saudíes en el medio, hace tras años era impensable una foto como la que vimos. El hecho solo es comparable con la negociación entre Kruschev y Kennedy para salir de la crisis de los misiles en Cuba.
De otro lado, es claro que para terminar la guerra favorablemente, Putin necesita de Trump pero ¿Trump qué puede necesitar de Putin? ¿Contener a China e invertir la diplomacia triangular de Nixon? ¿El tema viene por los lados del Canal de Panamá?, o, ¿el asunto va por Groenlandia?
Este cambio de política y discursos como los de ayer tienen repercusiones en la política interna de los EE.UU. En Washington algunos republicanos, como John Curtis y John Kennedy, reaccionaron de inmediato, pues, lógicamente no comparten la tesis revisionista de Trump para exculpar a Putin de la agresión a Ucrania. Como tampoco la comparten, en su inmensa mayoría, en Kiev. Trump se equivoca si cree que la democracia se defiende así misma de amenazas internas y no de externas como sugirió Vance.
Por último, se debe señalar que el futuro de las relaciones trasatlánticas está en juego. Tal como John Bolton, ex asesor de Trump, había anunciado: el presidente quiere salir de la OTAN. Y esto es un paso claro en esa dirección. Aunque Trump no lo haya formalizado, con estar del lado de Putin, ya es una ruptura con sus aliados históricos dejando a Europa Occidental a merced de lo que Putin, o quien sea su sucesor, decida. La crisis en la alianza trasatlántica es un hecho geopolítico consumado.
Con esta mala jugada, Trump ha roto con la OTAN y con toda una tradición de ochenta años que tenía en el flanco Occidental de Eurasia a un bloque de aliados para equilibrar las cargas de lo que sucediera al interior del conocido “pivote geográfico de la historia”. El futuro del flanco Este de Eurasia es algo en suspenso donde toman atenta nota aliados como Corea del Sur, Japón y Taiwán. Muchos recuerdan que Trump dijo que se escribía cartas de amor con Kim Jong Un. Por su parte, Xi Jinping guarde silencio estratégico.