En agosto de 1945, el Enola Gay, un avión B-29 de la Fuerza Área de los Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Así era derrotado el Impero del Japón en la Segunda Guerra mundial. 105.000 personas murieron. Otras 130.000 quedaron heridas.
Entonces el gobernante del País del Sol naciente era el emperador Hirohito. Estaba en el trono de 1926. Desde hacía mucho tiempo atrás, el pueblo nipón ha creído que el emperador es la representación de Dios en la tierra. Se le llama Temo, que significa “soberano del cielo”. La actual familia imperial, a la que perteneció Hirohito, ha estado al mando desde el año 600 antes de Cristo. Eso la convierte en la dinastía real más antigua del mundo.
La mayor prueba de Hirohito
Después del ataque de los Estados Unidos, Japón se sumió en una crisis terrible. No sólo fue económica sino también moral, espiritual incluso. Se habla de que, luego de la derrota hubo miles de suicidios. Se tiene la tradición de que la familia real viva casi que aislada. Sin embargo, Hirohito habló por la radio de su país para anunciar que la guerra había terminado.
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Cuando Estados Unidos ocupó el país luego de la victoria, se sugirió que se tratara a Hirohito como criminal de Guerra. Al respecto, el General Douglas McArthur insistió en que se le diera inmunidad para mantener la unidad del pueblo y como gesto de buena voluntad.
“Como consecuencia de la guerra otros aspectos sociales se vieron afectados: Las condiciones económicas pésimas en las que se hallaba el país, el estado anímico de los ciudadanos por las pérdidas materiales y humanas, la agitación entre los sectores más radicales del ejército persistentes en continuar la guerra hasta la muerte”, explicó Raquel Rubio Martin, historiadora de la Universidad de Tokio.
Así, Hirohito se convirtió en la cabeza visible del Japón que luchaba por salir del atraso y por recuperarse de los estragos de la guerra. A él, los historiadores le reconocen el hecho de haber sacado a Japón de la época medieval para llevarlo a la modernidad.
“Continúen adelante como una sola familia, de generación en generación, confiando firmemente en la inmortalidad del Japón divino, conscientes del peso de las responsabilidades y del largo camino que os queda por delante. Dediquen todos sus esfuerzos para la construcción del futuro. Manténgase fieles a una firme moral, seguros de su propósito, y trabajen duro aprovechando al máximo sus virtudes sin retrasaros de la línea de progreso del mundo”, dijo en Hirohito en su discurso de rendición.
El emperador Hirohito murió en 1989.