Encontrarlas no es sencillo porque son reservadas. Tienen sus motivos: dos de ellas ya han recibido amenazas telefónicas y saben que están siendo perfiladas por lo que hacen. De todas maneras, las mamás de la primera línea se arriesgan a reunirse todas las noches para hacer lo que la sociedad espera de las madres, de una forma poco ortodoxa: cuidar y resistir.
En el punto de encuentro no hay electricidad y las ventanas muestran que la noche está a punto de caer. Aunque tuvieran los rostros descubiertos, no sería posible distinguir sus rasgos porque es escasa la luz que entra por las ventanas. Tampoco es posible distinguir a cada una de las mamás de la primera línea por la ropa, porque alguien les donó uniformes. Solo la voz, que es la segunda huella digital de los seres humanos, ayudaría a distinguir quién es quién. No vale la pena: no hemos llegado a este lugar revelar sus identidades, sino a compartir lo que hay en sus corazones.
Eso sí, lo más seguro es que ellas ya se conocen las caras. Tres de ellas llegaron por separado al Portal de la Resistencia el primer día del paro nacional. No se conocían, pero las unió la rabia de haber parido en un lugar donde la gente no nace con la dignidad puesta, como debería ser.
Sus hijos las esperan, así como las familias de los otros manifestantes tienen en casa a alguien que los piensa y los llora. Por eso, la primera misión que se echaron al hombro fue la de llevar a sus casas, sanas y salvas, a otras chicas que se encontraban por el camino y quedaban desorientadas por las aturdidoras. “A mí me cuidan mis amigas”, dice la canción, y ellas cumplieron esa función.
Con el tiempo, el número de madres organizadas fue creciendo. También se acercaron a los jóvenes organizados en la primera línea, como se les denomina a quienes caminan adelante en las manifestaciones con escudos, para protegerse de las armas que se usan en el control de protestas.
Comenzaron a acompañarlos en sus actividades. Así adoptaron el nombre de Mamás de la primera línea y se alzaron con escudos para cuidar de hijos que no son suyos, mientras los que sí parieron aguardan en casa.
Cuando el Esmad intensifica sus acciones, ellas abandonan la línea y se dedican a rescatar y cuidar a los que quedan heridos y desorientados. “Las mamás de la primera línea y los chicos que están en primera línea no somos vándalos. La primera línea es simplemente un cordón que se hace para que el manifestante pueda a seguir haciendo su parte, pero nosotras, en sí, somos mamás cuidadoras de la vida”, afirman.
Cuando el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) se acerca, ellas confiesan que sienten “el miedo, el escalofrío de que no podamos llegar a casa; pero nos motiva que, si no llegamos a casa, estamos luchando por algo que va a ser grande para nuestros hijos y por nuestros hijos”.
Los hijos de las madres, las madres de los hijos
Una de las madres confesó que sus hijos aún son muy pequeños; pero que, cuando sean grandes, quieren ser parte de la primera línea. Las madres que tienen hijos más grandes dicen que cuentan con todo el apoyo de ellos para organizarse como lo hicieron, porque “saben que es por algo bueno que se está luchando”.
Los chicos, según ellas, también tienen una opinión sobre la policía: “dicen que son personas que no tienen valores, que no los educó una mamita como nosotras”. Posiblemente, si se les preguntara lo mismo a los hijos de un agente del Esmad sobre quienes se forman en la primera línea, responderían algo similar. La diferencia es que los agentes tienen exoesqueletos y salud de régimen especial, mientras las madres marchan en sudadera, con un escudo de latón y tinto en la barriga.
Una de las madres confiesa que quisiera ser profesora o azafata, para viajar por todo el mundo y que sus hijos lo conozcan también. Para lograrlo, primero necesita terminar su bachillerato y reunir lo que cuesta un curso de auxiliar de vuelo, es decir, unos 2.4 millones de pesos en la academia más económica.
“Muchas veces me tocó retirarme de estudiar para cuidar a mis hijos, pero todo con empeño y con amor se puede. Hasta el momento he dado muchísimas gracias a mis hijos, porque ellos son el motivo por el cual uno lucha todos los días”, confiesa. En este momento, esta mamá de primera línea está intentando, una vez más, terminar su bachillerato. Sus materias favoritas son religión, español y ciencias.
Lo del curso de auxiliar de vuelo se complica porque no tiene un empleo estable —algo que es aún más difícil de conseguir sin el bachillerato terminado— y la pandemia ha empeorado su situación económica. Su prioridad es atender las necesidades inmediatas: la comida y el techo de sus hijos, ya que vive en arriendo. “Igual, no sé, rebuscando, vendiendo tinto, reciclando. Incluso las ayudas que nos llegan acá son importantes para nosotras, porque nos ayudan con la comida de nuestros hijos, pero pues ahí vamos”, dice con esperanza.
Hasta las últimas consecuencias
Contrario al prejuicio que algunos sostienen sobre los manifestantes, las mamás de la primera línea creen en la superación individual. Han educado a sus hijos para que luchen y se esmeren por conseguir lo que quieren: “que no hay obstáculo grande, que todo se puede en esta vida estudiando y saliendo adelante, sin pasar por delante de los demás”.
Entonces, según ellas, su lucha no es por la falta de oficio o la espera de un regalo, sino por recuperar la dignidad: “todos tenemos una vida que continuar, pero ¿para qué continuamos una vida si este mundo no nos va a garantizar un futuro, un estudio, una salud? Entonces, no es que no tengamos nada que hacer: es que luchamos por lo que queremos y por lo de nuestros hijos, incluso hasta por los de quienes nos critican, porque eso lo hacemos por todos”.
Las mamás de la primera línea no ven en los negociadores del comité del paro una representación de sus voces o sus necesidades. Al no ser una representación del pueblo, dicen que las conclusiones a las que lleguen no solucionarán mayor cosa y que el paro no se levantará porque el comité lo ordena.
Epílogo
El flash de la cámara instantánea iluminó todo el cuarto por un segundo. La mamá de la primera línea que posó para la fotografía quedó deslumbrada, literalmente. Una vez se apagó el flash, todos notaron que era tarde. Ya no había ninguna luz que rebotara en las superficies. Era hora de salir.
Esta es la segunda entrega del especial El paro en papel, dedicado a las figuras de un paro que no reposará en las hemerotecas. No deje de leer las siguientes entregas.