La Fundación Caracoluz y su lucha contra el hambre de los niños más vulnerables ha sido reconocida con el Scotiabank Youth Award. El egresado de la Universidad Santo Tomás que creó el proyecto habló con Kienyke.com sobre la importancia de formarse para el servicio.
Las realidades fuera de la vista
El sur de Bogotá puede contar muchas historias sobre la realidad del país. Hasta ese lugar llegaron millones de personas de todo Colombia, desterradas de sus lugares de origen, y sin más expectativa que la de conservar lo único que pudieron traer del campo: sus propias vidas.
Los buses llegan con dificultad, las nomenclaturas de las casas están de adorno y las personas están acostumbradas a serpentear sobre las rocas para volver a sus casas luego de largas jornadas de trabajo y tras perder varias horas de su día en medios de transporte.
La movilidad social es aún más difícil de alcanzar en entornos así. Claro, siempre existen las excepciones de personas que combinaron el tesón con la oportunidad y volaron; pero la regla es que el potencial de un niño se desvanece entre mañanas sin desayunos y tardes sin atenciones. En situaciones de crisis, como aquella que explotó con la pandemia, las condiciones de vulnerabilidad económica son las primeras en sucumbir.
Las personas con vocación de servicio urgen en ese tipo de situaciones, especialmente si estas vienen en forma de funcionarios o civiles capacitados para ayudar, pero a veces hasta la loma no llega ni la curiosidad. Eso ocurre cuando se estimula al joven a pensar en sí mismo e ignorar la necesidad de construir tejido social, ese hilo invisible con el que nadie cae y todos ascendemos.
Mientras aparta la vista de las ventanas y lee las copias que lo convertirán en un profesional competente, el universitario promedio sueña con salir de la monotonía en un avión que lo lleve tan lejos como se pueda. Desde un aula de clase en el norte o el centro de Bogotá, bajo la calidez de una biblioteca, en la ventana segura de las redes sociales o entre las disertaciones del bar por las tardes, no es tan fácil comprender las realidades que se viven apenas a unos kilómetros de distancia. No alcanza a verlas, pero allí están.
Ejercitar la solidaridad
En la localidad de Ciudad Bolívar, en el límite que separa a Bogotá con el municipio de Soacha, se encuentra el barrio Caracolí. Su historia no es muy diferente a las de las urbanizaciones populares que se alzaron sobre las lomas: llegaron a ocupar terrenos de engorde, alzaron sus casas como pudieron, resistieron con valor a quienes trataron de desalojarlos y presionaron al Estado para que hasta allá llegaran los servicios básicos y algo de pavimento.
La autoridad se hace presente de forma esporádica en Caracolí, ya que poco o ningún provecho electoral puede sacar de comunidades que son más autogestionadas que otra cosa. Además, a la mayoría de los profesionales del futuro les queda más sencillo mirar hacia un lado y concentrarse más en recibir que en dar. Afortunadamente, hay excepciones que son luz y ejemplo.
Diego Valero es un abogado egresado de la Universidad Santo Tomás, una institución interesada en educar personas con vocación de servicio. Tras las experiencias en campo que la universidad le ofreció durante sus años de formación, más sus propios años de vida en la localidad de Ciudad Bolívar, él decidió que su ruta de vida iría mucho más allá de ganar dinero con procesos judiciales infinitos.
“Cuando la universidad abre un espacio para que visites comunidades vulnerables, te das cuenta de que no estás solo en el mundo. Ves que realmente hay gente que no tiene absolutamente nada y que tú lo tienes todo. Eso te abre la mente y te pone retos completamente distintos, quizás, a los de egresados de otro tipo de universidades. Empieza uno a replantearse para qué y para quiénes uno está sacando adelante una profesión”, confesó Valero.
La experiencia en Caracolí lo motivó a crear la Fundación Caracoluz. Esta entidad sin ánimo de lucro representa un apoyo significativo para las familias de ese sector y otros barrios identificados con vulnerabilidad extrema; de forma especial, es un impulso para los niños que crecen en condiciones adversas.
Diego Valero explica que este emprendimiento social está enfocado en tres ejes fundamentales: el desarrollo del lenguaje, los juegos, la interacción y el cuidado. La desnutrición crónica y aguda, además de la falta de estimulación, son problemas constantes que afectan seriamente el proceso de crecimiento de un niño.
Un desayuno balanceado para un niño en condiciones de inseguridad alimentaria es un gran paso para apoyar su futuro, y justo eso es lo que ofrecen en el comedor comunitario, pero no se quedan ahí: también se hace seguimiento a las curvas de crecimiento y se ofrecen servicios como el de odontología y acompañamiento de tareas.
Lea también: La Santo Tomás: del aula a las regiones con investigación
Además: Un invento para ir a estudiar sin morir en el intento
Los pequeños también son invitados a jugar y crear en sus tiempos libres, en espacios de tipo taller, para desarrollar sus habilidades motrices y sociales. Para estas actividades cuentan con el apoyo de jóvenes del lugar y estudiantes de la Universidad Santo Tomás, a quienes también se les inculca la importancia de servir a sus vecinos más pequeños para salir adelante como comunidad.
La Fundación Caracoluz es una muestra más de esos procesos de autogestión. “Lo ideal sería que nosotros no tuviéramos que ponernos la camisa del Estado para empezar a cubrir esas necesidades que, en teoría, nos corresponde a nosotros como ciudadanos. Digo ‘en teoría’ porque yo creo que sí nos corresponde como ejercicio desde la solidaridad”, anota el abogado tomasino.
Reconocimiento al servicio
A Diego Valero le parece importante que los egresados de la Universidad Santo Tomás sigan brillando por su esencia comprometida con las comunidades, como lo han hecho incluso desde antes de la fundación de esta república. “Creo que es necesario que sigamos destacando por llegar a los lugares donde no llegan otros egresados, otros estudiantes o siquiera el mismo Estado. Tenemos una vocación distinta, un sentido de servicio como ningún otro, y lo vamos a mantener durante mucho tiempo”, anota Valero.
En ocasiones, el reconocimiento a la entrega hacia las causas importantes es tan significativo y discreto como la sonrisa de un niño o la tranquilidad de una madre. Otras veces, los reflectores se posan sobre quienes se esmeran en construir un mundo mejor.
El abogado tomasino ya ha recibido ambos galardones. Por un lado, tiene la satisfacción de haber alcanzado a cerca de 600 niños con su cruzada contra el hambre y el rezago. Por el otro, la Fundación Caracoluz fue recientemente galardonada con el Youth Award de Scotiabank, un reconocimiento que se entrega cada año a las seis mejores iniciativas de voluntariado juvenil en todo el mundo. Él fue el único colombiano elegido.
“Estoy muy contento, no únicamente por recibir un galardón al trabajo que me ha ocupado durante los últimos años de la vida -y seguirá haciéndolo en el mediano plazo-, sino porque es un aliciente para muchos jóvenes de Colombia, de Bogotá y de nuestra querida universidad para seguir reforzando el ejercicio de la labor voluntaria, que tiene un contenido y un propósito fundamental”, anota Diego Valero.
El premio que recibió este profesional entregado también incluye una recompensa económica. Él ha decidido utilizar ese dinero para seguir sirviendo a sus vecinos, cosa que continuará haciendo hasta cuando se solucione el problema estructural, se asomen más fundaciones a suplir estas carencias o el Estado, finalmente, se apersone de estas personas que son revictimizadas una y otra vez.