En estos días de confinamiento, las manos en Baraya, el pueblo de Sucre donde se fabrican las escobas de varita, hacen de todo, menos las trenzas del oficio que les da para comer.
En la tierra donde la sabana besa al San Jorge y la llanura empieza su descenso al río, se levanta sobre cascajo y playón el pueblo de Baraya, un cuadro vivo de artesanía y tradición del municipio de Galeras.
En esta población, el arte de trenzar varitas sobre una cuerda es un acto de fe, como el árbol mismo de donde extraen la materia prima de sus escobas flacas. Las palmas que adornan sus paisajes enraízan sobre los estériles playones de cascajo y se elevan para acariciar la brisa bajera del río San Jorge.
En las copas de las mamonudas palmas florece la fibra verde, néctar de la artesanía, por el que se trepan los campesinos con ingenio y perseverancia, desafiando las alturas en busca de los cobollos, que después de unos días de sol, las manos de hogares barayeros trenzarán hasta convertirlas en escobas bailadoras. Porque las escobas de esta tierra barren bailando los suelos de muchos hogares y terrazas del territorio colombiano.
Baraya, un cuadro vivo de artesanía y tradición
El arte de fabricar escobas para ganarse el sustento es un acto de lealtad y fidelidad a su cultura, que diariamente se sobrepone a los comentarios peyorativos de algún foráneo atrevido que desconoce el valor de esta tradición.
Fabricar escobas es la única fuente de ingresos en un pueblo donde no hay nada más que hacer. La limpieza hasta de sus bolsillos es una inspiración que se viste de optimismo en cada docena de escobas, que los barayeros cuelgan en la puerta de la casa en espera de la llegada de un comprador.
La bandera
Cuando el presidente Duque empezaba a tomar las primeras medidas para contrarrestar la expansión de la pandemia, su esposa, María Juliana Ruíz, pidió a los colombianos colgar la bandera tricolor en señal de entusiasmo para superar los efectos de coronavirus. Sin embargo, ausentes de entusiasmo por el hambre, la postal que se repite en los barrios y poblaciones más pobres del país, como Baraya, es la de fachadas de casas con trapos, pedazos de tela, pañoletas o camisetas rojas ensartadas en palos que cuelgan como bandera. Un SOS macondiano de hambre y pobreza.
Algo nos va a matar
El canto de los gallos en la mañana de un sábado de abril despide los colores de la aurora. Los primeros rayos del sol se escapan entre las pocas hebras de neblina en el horizonte. Las últimas gotas de rocío caen de los techos de palma amarga y zinc de las viejas casas. El silencio se hace hondo en las calles. En la plaza principal, al lado del solitario parque infantil, un par de gallinas corre por entre el subibaja y los columpios persiguiendo un saltamontes. La tienda contigua a la plaza abre sus puertas al público, la soledad que reinaba en la comarca se va disipando con la llegada de los primeros compradores.
El tendero saca ahora un radio de baterías, lo cuelga en la enramada de palma y mientras mueve el largo alambre que hace las veces de antena ubica el dial de las noticias. Suena el himno nacional después de un par de comerciales. Las primeras noticias de la mañana: “En el día de ayer cerramos con 3.439 casos de coronavirus, 153 fallecidos y 634 pacientes recuperados”.
Un señor que compra cuatro onzas de azúcar y una papeleta de café, al escuchar el titular de la noticia, se santigua en un santiamén, sin bajar la diestra se quita de la cabeza el sombrero concho y ventea su rostro, como queriendo escapar de su realidad de escasez en el filo de la amenaza del virus; seguidamente suelta un comentario con voz de protesta y preocupación: -¡Uh carajo! ahora si es verdad, o nos mata el coronavirus o nos mata el hambre.
Las poblaciones del departamento de Sucre han tenido que parar su principal actividad económica por las restricciones de la cuarentena nacional; en el caso de Baraya, la fabricación de escobas de varita. Esta vez la para no es por un intenso verano que dificulta la extracción de la vara, sino por la amenaza del coronavirus. Difícil situación en un pueblo donde las manos de los hombres, mujeres, jóvenes, adultos mayores y niños viven en función del arte hecho tradición.
El hambre se viste de rojo
Lejos de ser un sábado de movimiento y comercio, en Baraya es un día más de la extensa cuarentena nacional. En las calles no se ven desfilar los campesinos con sus burros o bicicletas yendo a cortar la materia prima de las escobas. El sol se hace fuerte y los niños tampoco salen a diseminar las varitas sobre el andén. Un billar ubicado al lado de la vía yace como un cementerio cerrado. En la mañana del día número 25 de la cuarentena, después de tantos años de exponer su mercancía a la vista de los viajeros, los habitantes de Baraya no colgaron en las puertas de sus casas las escobas de varita. Por primera vez en su historia, izaron trapos rojos en señal de hambre.
El hambre se viste de rojo y no de entusiasmo en un pueblo que ha hecho patriotismo con su tradición artesanal en la geografía latinoamericana, y hoy manda señales bíblicas para que los padres de la patria se aparezcan con un bocado de comida.
Lentamente un camión atraviesa el pueblo. A su paso las miradas esperanzadas de pobladores se pierden con decepción en la carrocería vacía. Un par de señoras de la tercera edad se asoman con disimulo a la puerta de su casa, pasa el camión, y una de ellas le dice a la otra con desilusión: – No, no es el camión de los mercados.
Adriana Jaraba es una habitante de este corregimiento que se dedica junto con su familia a la fabricación de escobas. Hoy también ha colgado una camiseta roja en su casa. “Necesitamos ayuda. La situación está difícil. No hemos podido hacer más escobas porque no se puede salir a sacar varita, y tenemos escobas amontonadas en la casa que íbamos a llevar a vender en la fiesta del Milagroso de La Villa. Ya los ahorritos de las ventas se nos acabaron. Cada día nos toca hacer maromas para comprar el arroz y la liga”.
Seguirán izando trapos rojos en señal de hambre
Las escobas que se fabrican en este pueblo se venden como pan caliente en los mercados de Barranquilla y Cartagena. Aunque las fiestas de peregrinación del Milagroso de La Villa de San Benito Abad representan una cifra significativa en ventas de este elemento de aseo. Sin material con que hacer más escobas y sin nadie a quien venderle, decenas de familias tienen represadas en sus casas un centenar de escobas.
El optimismo de sacarlas a la puerta se ha ido extinguiendo con el desespero del hambre y la escasez, pan de cada día en los hogares de esta población que antes comía de lo que sus manos han convertido en una tradición hereditaria.
La radiografía de lo que se vive en este pequeño pueblo de la región Caribe colombiana es una fiel copia de la difícil situación de muchos hogares que viven del rebusque, de la informalidad, como el 45% de los colombianos, según cifras del Dane, y que ante la cuarentena obligatoria no pueden salir de sus casas a buscar el sustento. Aunque el Gobierno Nacional realizó el giro del subsidio de $160.000 a muchas familias en el territorio colombiano, en Baraya varios hogares no fueron favorecidos con este subsidio, a los que les llegó, se le están agotando en la medida en que la cuarentena se extiende.
El pueblo de las escobas de varita que es vendido al mundo como cuadro vivo de artesanías en el Festival de la algarroba de cada enero en Galeras, espera hoy con desesperación el turno de los mercados que la Alcaldía Municipal reparte con parsimonia en los barrios del casco urbano.
Según el Dane, la población ocupada por cuenta propia en los centros poblados y zonas rurales dispersas en Colombia es del 51%, porcentaje que dice poco, los que habitan en Baraya desde niños tienen la obligación de aprender hacer escobas porque no hay más nada que hacer.
La gobernación de Sucre anunció el 12 de abril la entrega de ayudas humanitarias a las familias más vulnerables del departamento de Sucre, es la hora y estas ayudas aún no llegan a la comunidad de Baraya, como tampoco llegan las prometidas por la alcaldía municipal de Galeras.
Por: Jairo Castro / @Racosta26. Estudiante del diplomado de periodismo digital de KienyKe y la UPB.