Para los países que luchan contra la pandemia de coronavirus, Suecia es un ejemplo seductor. Mientras que las mayores economías del mundo han cerrado, este país escandinavo pequeño y bien gobernado ha permitido que la mayoría de los negocios permanezcan abiertos.
Aparentemente, la estrategia se basa en la “inmunidad de grupo”, o inmunidad colectiva, en la que se produce una masa crítica de infección en poblaciones de menor riesgo que, en última instancia, frena la transmisión.
Pero la realidad no es tan simple para Suecia. Las autoridades gubernamentales parecen estar a favor de esta estrategia, luego en contra, y luego a favor de nuevo si los datos parecen prometedores. Y es peligroso asumir que incluso si la estrategia funciona en Suecia, funcionará en otros lugares. Los líderes se aferran a las estrategias en un momento de gran incertidumbre, pero el modelo sueco debe abordarse con cautela.
En Suecia, los negocios no están procediendo como de costumbre. No se permiten la mayoría de los viajes y reuniones masivas y algunas escuelas están cerradas. Sin embargo, las restricciones del gobierno son considerablemente menos severas que en muchos otros países. Los restaurantes y los bares siguen funcionando, algunos de ellos con un mínimo de distanciamiento.
Los resultados han sido variados. Suecia tiene el mayor número de muertes y casos de COVID-19 per cápita de Escandinavia, pero está por debajo de algunos de sus vecinos del sur. La perturbación económica ha sido considerable, pero no tan debilitante como en otros países.
En la capital, Estocolmo, el principal funcionario de enfermedades infecciosas de la nación estimó recientemente que casi el 25 por ciento de la población ha desarrollado anticuerpos.
Es demasiado pronto para saber si la estrategia ha funcionado. Estocolmo no es toda Suecia. Y el hecho de que el 25 por ciento de su población tenga anticuerpos no es motivo para celebrar la inmunidad. No sabemos si ese porcentaje es preciso porque no hay datos disponibles, la precisión de las pruebas de anticuerpos sigue siendo incierta y ni siquiera sabemos qué significa una prueba de anticuerpos positiva.
Hay cierto optimismo derivado de que la mayoría de las personas infectadas tendrá cierta inmunidad temporal, pero si la inmunidad es de corta duración y solo está presente en algunos individuos, ese ya incierto 25 por ciento se vuelve aún menos convincente.
Tampoco sabemos aún qué porcentaje de la población total sería necesario para alcanzar el objetivo de inmunidad de grupo. Podría ser tan alto como el 80 por ciento de la población.
Incluso si tuviéramos un conocimiento perfecto del caso sueco, copiar la estrategia en un país como Estados Unidos supone un riesgo enorme. El pueblo estadounidense es mucho menos saludable que el sueco.
Las tasas de diabetes e hipertensión, dos de las condiciones subyacentes de mayor riesgo, son mucho más elevadas en Estados Unidos. Cuatro de cada diez estadounidenses son obesos. Una estrategia de inmunidad colectiva en Estados Unidos significaría que muchas de estas personas tendrían que someterse a alguna forma de encierro durante muchas más semanas, probablemente meses.
Además, el ejemplo de Suecia demuestra que una estrategia de inmunidad de grupo no hace mucho para proteger a las poblaciones en riesgo. Las muertes entre los ancianos en Suecia han sido dolorosamente altas. En un país más densamente poblado como Estados Unidos, y con una mayor proporción de personas vulnerables, el costo humano de una estrategia de inmunidad colectiva podría ser devastador.
Pero, ¿qué pasa con la economía? No tendríamos que elegir entre un cierre indefinido y la ruleta rusa. Es necesario que haya una transición que equilibre los riesgos.
Desde esa perspectiva, Suecia es el futuro, pero no por una estrategia de inmunidad de grupo, sino porque se puede desplegar una estrategia más orientada hacia el distanciamiento social cuando el momento lo requiera, cuando los anticuados métodos de salud pública puedan fomentar una relajación gradual de las restricciones de una manera que pueda ajustarse a medida que aprendamos más y desarrollemos nuevas herramientas, como tratamientos, comprensión de la inmunidad, mejoras en las pruebas y datos epidemiológicos.
La clave estará en que los países no bajen la guardia demasiado pronto. Deben poner en marcha una infraestructura de pruebas y trazabilidad de contactos que les permita identificar los brotes tempranamente, aislarlos y ponerlos en cuarentena según sea necesario.
En Estados Unidos, este es un objetivo realista si hay suficiente voluntad política, fuerza en las políticas de hacienda pública y coordinación. Estas cosas, no la experiencia sueca, deberían guiar nuestros próximos pasos.
Por: Ian Bremmer, Cliff Kupchan y Scott Rosenstein