Una vacuna sería la mayor arma contra el coronavirus y el mejor camino de regreso a la vida normal. Funcionarios como Anthony S. Fauci, el mayor experto en enfermedades infecciosas en el grupo de trabajo contra el coronavirus del gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, calculó que una vacuna podría ser creada en un plazo de entre doce y dieciocho meses.
La triste realidad detrás de este pronóstico prometedor es que, probablemente, la vacuna no llegará pronto.
Los ensayos clínicos casi nunca tienen éxito. Nunca antes hemos lanzado una vacuna contra el coronavirus para humanos. Nuestro récord de desarrollo de una vacuna completamente nueva es de al menos cuatro años —más tiempo del que el público o la economía podrían tolerar las órdenes de distanciamiento social—.
No obstante, si algún momento fuera idóneo para acelerar el desarrollo de una vacuna es ahora. Así que la sección de Opinión de The New York Times les preguntó a expertos en vacunas cómo podríamos acortar el proceso y crear una vacuna en los próximos meses y no en los próximos años.
A continuación, cómo podríamos lograr lo imposible.
Asumamos que ya entendemos al coronavirus
Normalmente, los investigadores necesitan años para garantizar el financiamiento, obtener aprobación y llegar a resultados de estudios pieza por pieza. Sin embargo, estos no son tiempos normales.
Ya existen al menos 254 terapias y 95 vacunas relacionadas con la COVID-19 que están siendo analizadas.
“Si quieres cumplir con ese plazo de dieciocho meses, una manera de hacerlo es poner tantos caballos como puedas en la carrera”, dijo Peter Hotez, decano de la Escuela Nacional de Medicina Tropical en la Facultad de Medicina de la Universidad Baylor.
A pesar de la presión sin precedentes para lograr una vacuna, los investigadores advierten que menos del 10 por ciento de los fármacos que inician ensayos clínicos son aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés).
El resto fracasa de una manera u otra: no son efectivas, no se desempeñan mejor que los fármacos existentes o tienen demasiados efectos secundarios.
Afortunadamente, ya tenemos una ventaja en la primera fase de desarrollo de una vacuna: la investigación. Los brotes de SRAG y SROM, que también son causados por coronavirus, generaron mucha investigación.
El SRAG y el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, son idénticos en casi el 80 por ciento y ambos usan las llamadas proteínas de espiga para adherirse a un receptor específico encontrado en células de los pulmones humanos.
Esto ayuda a explicar cómo los científicos desarrollaron una prueba para la COVID-19 de manera tan rápida.
No obstante, existe un costo por moverse de manera tan rápida. Las potenciales vacunas contra la COVID-19 ahora en la línea de desarrollo podrían ser más susceptibles a fracasar debido al avance apresurado a través de la fase de investigación, dijo Robert van Exan, un biólogo celular que ha trabajado en la industria de las vacunas durante décadas.
Él predice que no veremos una vacuna aprobada hasta al menos 2021 o 2022, e incluso entonces “esto es muy optimista y de probabilidades relativamente bajas”.
Aun así, dijo, este tipo de avance rápido “vale la pena el intento, tal vez tengamos suerte”.
El siguiente paso en el proceso es el trabajo preclínico y de preparación, en el cual una fábrica piloto es preparada para producir suficientes vacunas para los ensayos. Con base en el trabajo preliminar de los brotes de SRAG y SROM, los investigadores podrían, en teoría, realizar los pasos de planeación con mucha rapidez.
Sanofi, una compañía biofarmacéutica francesa, confía en iniciar ensayos clínicos dentro de unos meses para una vacuna contra la COVID-19 que adaptó con base en el trabajo de la vacuna contra el SRAG. Si tiene éxito, la vacuna podría estar lista para finales de 2021.
Hacer los ensayos a ‘velocidad pandémica’
Como regla, los investigadores no comienzan a inyectar a la gente con vacunas experimentales hasta después de rigurosos controles de seguridad.
Primero, prueban la vacuna en pequeños grupos de personas —algunos durante la fase 1, después en algunos cientos en la fase 2 y posteriormente, miles en la fase 3—. Generalmente, pasan meses entre las fases para que los investigadores puedan analizar los hallazgos y obtener aprobación para las fases subsecuentes.
No obstante, “si lo hacemos del modo convencional, no hay manera de cumplir con ese plazo de dieciocho meses”, dijo Akiko Iwasaki, una profesora de Inmunobiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale e investigadora del Instituto Médico Howard Hughes.
Existen maneras de reducir tiempo de este proceso al combinar varias fases y hacer pruebas de las vacunas en más personas sin esperar tanto tiempo.
El mes pasado, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos mostró una cronología superpuesta y la describió como moverse a “velocidad pandémica”.
Es en este punto en el que la discusión sobre avanzar rápidamente la cronología se topa con los problemas de la vida real: ¿qué pasa si una vacuna prometedora en realidad hace que sea más fácil contagiarse del virus o que la enfermedad empeore para quien ya se infectó?
Ese ha sido el caso de algunas drogas para el VIH y vacunas para el dengue, debido a un proceso llamado amplificación inducida por las vacunas, en la cual el organismo reacciona de manera inesperada y hace que la enfermedad sea más peligrosa.
Los investigadores no pueden simplemente infectar con el coronavirus a los participantes vacunados para ver cómo se comporta el cuerpo. Normalmente, esperan hasta que algunos voluntarios contraigan el virus de manera natural.
Eso implica aplicar dosis a personas en las regiones que han sufrido los peores impactos del virus, como Nueva York, o vacunar a los familiares de una persona infectada para ver si ellos se contagian. Si la pandemia persiste, este paso podría ser lentificado.
“Es por eso que desarrollar vacunas toma tanto tiempo”, dijo Iwasaki. “Pero estamos haciendo que todo sea muy breve. Esperamos que podamos evaluar estos riesgos a medida que ocurren, tan pronto como sea posible”.
Es en este punto en el que las cronologías de las vacunas comienzan a divergir dependiendo de quién eres, y en el que algunas personas pueden quedarse atrás.
Si una vacuna prueba ser exitosa en los primeros ensayos, los reguladores podrían emitir una disposición de uso de emergencia para que los médicos, las enfermeras y otros trabajadores esenciales pudieran ser vacunados de inmediato —incluso antes de finales de año—.
Investigadores en la Universidad de Oxford anunciaron la semana pasada que su vacuna contra el coronavirus podría estar lista para uso de emergencia en septiembre si los ensayos resultan exitosos.
Así que los investigadores podrían producir una vacuna viable entre solo doce y dieciocho meses, pero eso no significa que podrás obtenerla. Millones de personas podrían estar en espera antes que tú. Y eso es solo si Estados Unidos encuentra primero una vacuna.
Si otro país, como China, nos gana a crearla, podríamos tener que esperar incluso más tiempo mientras aplica las dosis primero a sus ciudadanos.
No obstante, eso podría ser bueno, si resulta que la vacuna cuyo desarrollo avanzó rápidamente causa problemas inesperados. Solo después de que cientos o miles de personas sean vacunadas, los investigadores podrán ver si una vacuna desarrollada apresuradamente provocó problemas como la amplificación inducida por las vacunas.
“Es verdad que cualquier tecnología nueva tiene una curva de aprendizaje”, dijo Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas en el Hospital Infantil de Filadelfia. “Y en ocasiones, esa curva de aprendizaje tiene un costo humano”.
Empecemos a preparar las fábricas ya
Una vez que tengamos a disposición una vacuna efectiva, las compañías necesitarán empezar a producir millones —quizás miles de millones— de dosis, además de los millones de dosis de vacunas que se fabrican anualmente para las paperas, el sarampión y otras enfermedades. Es una tarea de una magnitud casi inimaginable.
Por lo general, las compañías construyen nuevas instalaciones perfectamente adaptadas para una determinada vacuna, porque cada una requiere diferentes equipos.
Algunas vacunas contra la influenza se producen con huevos de gallina, en grandes instalaciones donde una versión del virus se incuba y se cosecha. Otras vacunas requieren la utilización de tanques, donde el virus se cultiva en un caldo de células animales, para luego desactivarse y purificarse.
Esas fábricas siguen lineamientos estrictos que rigen las instalaciones biológicas y por lo general tardan casi cinco años en ser construidas, con un costo al menos tres veces mayor que el de las fábricas farmacéuticas convencionales.
Los fabricantes podrían acelerar este proceso creando o adaptando instalaciones existentes durante los ensayos clínicos, mucho antes de que la vacuna en cuestión reciba la aprobación de la FDA.
“Simplemente, no pueden esperar”, afirmó Iwasaki. “Si resulta ser una vacuna terrible, no la distribuirán. Pero al menos tendrán la capacidad” de hacerlo si la vacuna es exitosa.
La Fundación Bill y Melinda Gates afirma que construirá fábricas para siete vacunas. “Aunque terminemos solo eligiendo máximo dos de ellas, vamos a financiar la fabricación de las siete, para así no perder tiempo”, dijo Bill Gates durante una aparición en “The Daily Show”.
Al final, Estados Unidos tendrá la capacidad de fabricar en serie solo dos o tres vacunas, aseguró Vijay Samant, exdirector de fabricación de vacunas en Merck.
“La tarea de fabricación es irrealizable”, afirmó Samant. “Paso noches en vela pensando en eso”.
Consideremos solo un paso aparentemente sencillo: colocar la vacuna dentro de viales. Los fabricantes necesitan adquirir miles de millones de viales y miles de millones de tapones para sellarlos. Se necesitan máquinas sofisticadas para llenarlos con precisión, y cada vial es examinado en una línea de alta velocidad.
Posteriormente, los viales son almacenados, distribuidos y entregados a la población a través de una cadena de instalaciones y camiones con temperatura controlada. En cada una de estas etapas, los productores ya están teniendo dificultades para satisfacer la demanda existente, afirmó Samant.
Es un embotellamiento similar al que causó la escasez de respiradores, cubrebocas y otros equipos de protección personal justo cuando la COVID-19 empezó a surgir por todo Estados Unidos.
Si hablas lo suficiente sobre vacunas, un nuevo tipo de vacuna llamada ARN mensajero (ARNm), saldrá inevitablemente a colación. Hay esperanzas de que pueda fabricarse en una velocidad récord.
Gates incluso la sumó a su lista de la revista Time de las seis innovaciones que podrían cambiar el mundo. ¿Es este el milagro que estamos esperando?
En vez de inyectarles a los sujetos antígenos de enfermedades específicas para estimular la producción de anticuerpos, las vacunas ARNm le dan instrucciones al cuerpo para que cree él mismo esos antígenos.
Debido a que las vacunas ARNm no necesitan ser cultivadas en grandes cantidades y luego ser purificadas, su producción es mucho más rápida. Podrían cambiar el curso de la batalla contra la COVID-19.
“Por otro lado”, dijo van Exan, “nadie nunca ha fabricado una vacuna ARN para humanos”.
Los investigadores que están realizando decenas de pruebas esperan cambiar eso. Entre ellos, se encuentra una realizada por la compañía farmacéutica Moderna. Respaldada por capital de inversionistas y estimulada por fondos federales de hasta 483 millones de dólares para combatir la COVID-19, Moderna ya ha logrado acelerar la elaboración de una vacuna ARNm.
Entrará en la fase 1 de ensayos clínicos este año y la compañía afirma que podría tener lista una vacuna para los trabajadores de primera línea este mismo año.
“¿Podría funcionar? Sí, podría funcionar”, afirmó Fred Ledley, profesor de Biología Natural y Ciencias Aplicadas de la Universidad de Bentley. “Pero en términos de probabilidades de éxito, lo que dicen nuestros datos es que hay menos posibilidades de aprobación y los ensayos tardan más tiempo”.
La tecnología data de hace varias décadas, pero aun así el ARNm no es muy estable y puede descomponerse dentro del cuerpo.
“A estas alturas, estoy esperando que cualquier cosa funcione”, afirmó Iwasaki. “Si funciona, maravilloso, será genial. Simplemente no sabemos”.
La obsesión con la ARNm demuestra lo atractivo de los tratamientos nuevos y no sometidos a ensayos durante una crisis médica. Con la insatisfactoria realidad de que nuestro arsenal estándar tarda años en avanzar, la vacuna ARNm ofrece una narrativa tentadora, mezclada con esperanza y una pizca de misterio. Sin embargo, es más riesgosa que otros enfoques establecidos.
Agilizar las aprobaciones regulatorias
Imaginemos que llega el día prometido. Los científicos han creado una vacuna exitosa. Han fabricado enormes cantidades. Las personas están muriendo. La economía está en pedazos. Es hora de empezar a inyectar a la población.
Pero primero, el gobierno federal quiere echarle un vistazo.
Eso podría parecer una pesadilla burocrática, un sello en un papel que podría costar vidas. Hay una queja común entre los investigadores: por cada científico empleado por la FDA, hay tres abogados. Y lo único que les interesa es establecer responsabilidades.
Sin embargo, las autorizaciones de la FDA no son una mera formalidad. Las aprobaciones suelen tardar un año entero, durante el cual científicos y comités consultivos examinan los estudios para asegurarse de que la vacuna es tan segura y efectiva como los fabricantes dicen.
Si bien algunos pasos en la cronología de una vacuna pueden acelerarse o incluso ignorarse por completo, el de las aprobaciones no es uno de ellos. Hay historias de horror del pasado, cuando las vacunas no eran debidamente probadas.
En los años cincuenta, por ejemplo, un lote mal producido de una vacuna de polio fue aprobado en pocas horas. Contenía una versión del virus que no estaba completamente muerta, por lo que los pacientes a los que se les aplicó terminaron contrayendo polio. Varios niños fallecieron.
Un escenario similar en la actualidad, con la COVID-19, podría ser devastador, con los movimientos antivacunas y los teóricos de la conspiración en línea ansiosos por obstaculizar la respuesta de la salud pública.
Así que, aunque la FDA podría hacer esto lo más rápido posible, estemos conscientes de que pasarán meses antes de que cualquier vacuna reciba el visto bueno para ser usada en la población.
A estas alturas, podrías estar preguntándote: ¿por qué entonces todos estos equipos de investigación están anunciando pronósticos tan optimistas cuando tantos expertos están escépticos incluso sobre una cronología de dieciocho meses? Quizás porque no solo es la población la que está escuchando, sino también los inversionistas.
“Estas empresas de biotecnología están emitiendo un montón de comunicados de prensa”, afirmó Hotez. “Solo tienes que darte cuenta de que están escribiendo esto para sus accionistas, no para fines de salud pública”.
¿Qué sucede si tarda aún más tiempo del que pronostican los pesimistas?
La COVID-19 vive bajo la sombra del virus más desconcertante que hemos enfrentado: el VIH. Tras casi 40 años de trabajo, esto es lo que hemos logrado con nuestros esfuerzos para conseguir una vacuna: unos cuantos ensayos clínicos de fase 3, de los cuales uno de hecho empeoró la enfermedad, y otro tiene un porcentaje de éxito de apenas el 30 por ciento.
Los investigadores afirman que no esperan conseguir una vacuna exitosa contra el VIH hasta el 2030 o después, lo que alargaría esa cronología a unos 50 años.
Es poco probable que este sea el caso de la COVID-19 porque, a diferencia del VIH, no parece mutar significativamente y además existe dentro de una familia de virus respiratorios conocidos. Aun así, cualquier demora será difícil de soportar.
Sin embargo, la historia del VIH ofrece un rayo de esperanza de cómo se puede continuar viviendo incluso sin una vacuna. Los investigadores desarrollaron una letanía de medicamentos antivirales que redujeron la tasa de letalidad y mejoraron los indicadores de salud de las personas que viven con sida.
Los medicamentos de hoy pueden reducir la carga viral en una persona VIH positiva a tal grado que el virus no se puede transmitir a través del sexo.
Los fármacos terapéuticos, no las vacunas, podrían cambiar del mismo modo la batalla contra la COVID-19. En marzo, la Organización Mundial de la Salud comenzó una búsqueda global de medicamentos para el tratamiento de pacientes con COVID-19.
De ser exitosos, esos medicamentos podrían reducir el número de hospitalizaciones y ayudar a las personas a recuperarse más rápido desde casa mientras se estrecha el tiempo de infección para que menos personas contraigan el virus.
Combinemos esto con rigurosas aplicaciones de pruebas y rastreo de contactos —el proceso donde los pacientes infectados son identificados y sus contactos recientes son notificados y puestos en cuarentena— y el futuro comienza a verse un poco más esperanzador.
Hasta el momento, Estados Unidos está realizando menos de la mitad del número de pruebas requeridas y necesitamos reclutar a más de 300.000 rastreadores de contactos. Sin embargo, otros países han comenzado a reanudar sus actividades siguiendo exactamente estos pasos.
Si todas estas cosas se combinan, la vida podría regresar a la normalidad mucho antes de que exista una vacuna lista para ser inyectada en tu brazo.
Por: Stuart A. Thompson