El día que Juan Manuel Santos recuerda con más aprecio, de sus años de formación como cadete en la Armada Nacional, ocurrió cuando recibió de manos de su madre el fusil bendecido que lo acompañó desde entonces en la Escuela Naval Almirante Padilla.
Doña Clemencia Calderón Nieto estuvo junto a su hijo con total serenidad y firmeza. Al momento de entregar el arma, con la que el joven juraba honor para la defensa de la patria, Juan Manuel parecía más asustado que su madre. Ella, con mano segura y gesto cálido, lo bendijo en un camino que lo marcaría para siempre.
A la ceremonia de juramento de bandera y entrega de armas también asistió su padre, Enrique Santos Castillo, quien desde cierta distancia no pudo contener algunas lágrimas que expresarían la felicidad y orgullo que le producía que su hijo se estuviera formando en el temple, la disciplina, valentía y patriotismo que la institución naval le garantizaba.
En 1967 Juan Manuel Santos entró a la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, en Cartagena, con apenas 16 años de edad. Dos años después, en 1969 obtuvo su grado.
En ese tiempo consiguió formación y experiencia que conserva con cariño y que le ha sido de increíble utilidad durante su ejercicio como mandatario nacional.
“La formación que recibí, que es la misma que han recibido ustedes, es algo que queda para toda la vida; algo que atraviesa el espíritu y el corazón y nunca se va”, dijo durante una ceremonia de la Infantería de Marina en 2007, cuando no era aún presidente de Colombia, sino ministro de Defensa.
Juan Manuel Santos (mitad) acompañado de su padre Enrique Santos Castillo y Clemencia Calderón Nieto.
Recordaba entonces que durante el tiempo que estudió y vivió entre marinos, la exigencia física, moral y mental se convirtió en un reto excepcional que, a pesar de lo complejo, no era capaz de lacerarle el espíritu con el que entró a la escuela.
Entrar a la Armada Nacional se convirtió en una aventura que nació por aliento de su padre, el mismo que el día de la entrega de armas no ocultaba el tenue llanto de emoción por ver a su hijo erguido, con elegante uniforme y una mirada madura que le daba confianza y orgullo. “Mi padre decía que le hubiera gustado tener un hijo general, o almirante. Aunque creíamos que lo decía en chiste, como molestando, decidí que ese era mi desafío”.
Acostumbrarse al choque de ambientes que produce el cambio de la academia civil al campus castrense fue cuestión de semanas. En la escuela de Cartagena la disciplina se mide milimétricamente. Instrucciones desde las siete de la mañana hasta el medio día. Entrenamientos hasta que el sol va ocultándose. Tiempos exactos de comidas que cumplen todos los miembros, sin excepción ni privilegios.
El orden y tacto lo seguían los educandos hasta la hora de la merienda. El gigante comedor, en el que se pueden recibir hasta setecientos comensales, era recurrido por los cadetes en formación en completo silencio y cuidado. El más mínimo chiste, risa, bulla, murmullo y hasta el chirrido de las sillas al moverse, era motivo para un castigo.
Juan Manuel Santos era el cadete NA42-139 dentro de la Escuela Naval Almirante Padilla.
El mismo Juan Manuel Santos recuerda los ejercicios, enseñanzas de marcha y costumbres de los métodos militares. “El entonces brigadier mayor, que luego llegó a ser Segundo Comandante de la Armada, vicealmirante William Porras, me hacía trotar por allá al polígono, regresaba y seguía marchando. Y eso del orden cerrado y de saber marchar, es como la bicicleta; nunca se le olvida a uno y me ha servido mucho”.
También aprendió a bailar, a tocar gaita mientras fue miembro de la banda de guerra, e incluso, con el tiempo llegó a contribuir en la escritura de crónicas y relatos de la experiencia en la armada, siguiendo el oficio familiar que encabezaba su padre, director del diario El Tiempo, y que heredaría con los años en la misma casa editorial.
El cadete NA42-139
Juan Manuel Santos jamás olvida su identificación como el cadete NA42-139. Precisamente, era integrante del contingente número 42, y con él entraron otros 166 alumnos. Dentro de su grupo, el actual Presidente recuerda al comandante de compañía, al capitán Duque, quien le impartió algunos castigos que él mismo reconoce como merecidos, como cuando una vez se escapó de la escuela por una locura de amor.
“Una vez me escapé para encontrarme con una novia que tenía. Un miércoles ella me llamó para decirme que me invitaba a almorzar en el Club de Pesca y que iba a llevar al papá, lo que para mí mostraba que quería algo serio. Me volé en una ballenera y me descubrieron antes de irme”, recuerda Santos. Su gracia le costó cuatro días en el calabozo y la nostalgia de no haber podido cumplir la cita a quien era su enamorada.
El cadete seguía comprendiendo la seriedad del escenario en el que navegaba. “Los cadetes teníamos también un estricto régimen disciplinario que entonces se llamaba ‘rutina disciplinaria’, el cual, estoy seguro, sería hoy cuestionado por su extrema severidad. No era raro, entonces, que el cadete sancionado tuviera que levantarse una hora más temprano que los otros, perder su hora de almuerzo y acostarse una hora más tarde, para trotar sin descanso con un morral a la espalda, mientras un compañero de un curso superior vigilaba que no fallara a su castigo”, añade.
La única debilidad que afectaba a Santos en la Marina eran los mareos durante sus excursiones al mar.
Pero fue precisamente esa exigente conducta la que hoy tanto agradece el cadete NA42-139. “Adquirí las prácticas del buen marinero, se arraigaron en mí varios de los principios básicos que deben estar en el corazón de todo ser humano y afiancé mi orgullo como colombiano. De corazón, puedo decir que me siento como un marino más”.
Como anécdota, Santos recuerda muy bien que cuando avanzó en su experiencia armada y fue nombrado comandante de su curso, en él recaía la responsabilidad del manejo del mismo. Cualquier error de sus subalternos lo pagaba con castigo el dirigente. El liderazgo y la acertada toma de decisiones comenzaron a perfilarlo como una cabeza visible dentro del grupo, además de contar con las mejores calificaciones durante los años que estuvo en preparación. Muchos de quienes lo acompañaron en la formación como cadete dicen que desde entonces él ya soñaba con ser presidente de Colombia.
En sus palabras, en su paso por la armada “aprendí disciplina militar y adquirí un profundo sentido de lo humanista. Para mí no sólo fue una academia castrense; también significó una invaluable formación en valores, que han sido pilares en mi trayectoria pública y privada, además de mi vida personal”.
Y lo único que por momentos lo desvanecía fue su debilidad a las “mareadas espantosas”. No es desventaja de uno, sino de casi todos los que se enlistan en la armada. Santos conoció la bravía del mar, en sus azules más pronunciados. Pero en contraste vio la más limpia imagen de un amanecer y un ocaso en medio del océano, o un horizonte infinito. Los mareos trataban de opacar su experiencia, pero con el tiempo aprendieron a dominarlos. No iban a dejar que tan valiosos momentos los arruinara un ocasional malestar.
“Me enseñaron a navegar, no sólo por las aguas colombianas, sino también por las corrientes de la vida. Comprendí que, como decía Séneca, cuando uno tiene un puerto de destino, todos los vientos son favorables, incluso los vendavales y los huracanes”, decía hace poco tiempo Santos, cuando ya como el mandatario nacional que alguna vez soñó, visitaba de nuevo a su Escuela Naval Almirante Padilla.
Cada vez que puede, Santos acompaña ceremonias y juramentos de bandera de su Armada Nacional. La considera una escuela, un hogar y un honor. Lo que comenzó como un comentario de su padre se convirtió en una catapulta para su carácter. Santos recuerda a ese cadete a través de fotografías; pero hoy, frente al espejo, a quien ve es al Comandante en Jefe.
De cadete a Comandante en Jefe
Vie, 16/05/2014 - 03:37
El día que Juan Manuel Santos recuerda con más aprecio, de sus años de formación como cadete en la Armada Nacional, ocurrió cuando recibió de manos de su madre el fusil bendecido que lo acompañ