Las imágenes del derrocamiento de varias estatuas de Hafez Al-Assad, fundador del régimen familiar que hasta hace poco gobernó Siria durante más de cinco décadas, son más que alentadoras si se le mira desde la óptica de la democracia. A su vez, saber que Bashar Al-Assad, hijo de Hafez, huyó del país y se exilió en Rusia, junto con su familia, bajo la tutela de Putin resulta un poco desalentador desde el ángulo de la justicia liberal.
Así, el médico asilado en Rusia heredó de Hafez Al-Assad un sistema totalitario que se consolidó tras el caos político que definió las dos décadas posteriores a la independencia de Siria en 1946.
Siria, al igual que Líbano, fue una provincia otomana desde principios del siglo XVI y tras la derrota del Imperio Otomano después de la Gran Guerra (o Primera Guerra Mundial), pasó a estar bajo ocupación francesa en 1919. En 1923 se convirtió en un mandato francés bajo la égida de la Liga de las Naciones (antecesora de la ONU).
Dicho mandato desató una revuelta contra el dominio francés entre 1925 y 1927, que fue finalmente sofocada por el uso de las fuerzas militares francesas. Después de dos décadas de relativa calma, Siria alcanzó su independencia en 1946, poco después de terminar la Segunda Guerra Mundial. No obstante, y como suele suceder, ni la estabilidad ni la paz llegaron de la mano de la independencia, pues, entre 1949 y 1970, el país sufrió 20 golpes de Estado o intentos de derrocamiento.
En medio de la profunda y arraigada inestabilidad política, emergió Hafez Al-Assad, un hombre que, con el tiempo, se convertiría en la figura central que moldeó, a golpe de fuerza y terror, el futuro de Siria.
El ascenso al poder de Hafez Al-Assad refleja una historia de transformación, no solo personal, sino también de la política siria. Cuenta la leyenda que nacido en 1930 en el seno de una familia alauita empobrecida, Hafez nunca tuvo la intención de convertirse en dictador ni de involucrarse en política. Su sueño inicial era ser médico (como su hijo Bashar), pero las dificultades económicas de su padre, Ali Sulayman, quien adoptó el apellido "Al-Assad" (el león), lo llevaron a buscar su destino en otros caminos.
De tal suerte, decidió inscribirse en la Academia Militar de Homs en 1950, un lugar donde no se requerían cuotas y donde comenzó a forjarse su destino propio, no solo como piloto de la Fuerza Aérea, sino como un hombre que supo sobrevivir a un entorno marcado por conspiraciones y luchas internas al interior del establecimiento militar.
Su involucramiento en la política siria se intensificó en la década de los 60´s, cuando participó activamente en el golpe baazista que derrocó al presidente Nazim Al-Kudsi en 1963. Para ese momento, Hafez ya había escalado posiciones clave, destacándose como miembro del Comité Militar del Partido Baaz y tomando el control de la Fuerza Aérea. Su papel en la política se fue consolidado en 1966, cuando asumió el cargo de ministro de Defensa tras un golpe interno dentro del mismo Partido Baaz, liderado en aquel entonces por Salah Jadid.
En noviembre de 1970, Hafez protagonizó su propio golpe de Estado, marcando el inicio de lo que se conoce como "Revolución Correctiva". A pesar de las promesas de cambio, el régimen que verdaderamente Hafez impuso se caracterizó por una estabilidad totalitaria que condujo a Siria de un Estado poscolonial inestable a un régimen totalmente controlado.
La base de este sistema antidemocrático fue la creación de un aparato estatal altamente represivo, que se consolidó durante los 30 años de su gobierno. La figura de Hafez, estuvo marcada por una brutal represión contra cualquier tipo de oposición, desde la disidencia intelectual hasta los movimientos populares. Este legado de represión fue heredado por Bashar en 2000, tras la muerte de su padre. A pesar de su escasa formación política, el médico Bashar fue preparado para continuar con el régimen familiar después de que su hermano mayor, Bassel, muriera en un accidente automovilístico en 1994.
En efecto, Bashar asumió la presidencia con el mismo enfoque totalitario de su padre, reprimiendo con brutalidad y terror cualquier forma de disidencia, como se evidenció durante la "Primavera de Damasco" en 2000, cuando se sofocaron brutalmente las demandas de libertad de expresión y de apertura al régimen. Las cárceles recientemente descubiertas así lo confirman.
A partir de 2011, con el estallido de la Primavera Árabe, las protestas masivas en Siria exigieron el fin del régimen de Al-Assad. La respuesta de Bashar fue una represión que escaló en una guerra civil prolongada, en la que el uso de armamento indiscriminado y armas químicas contra la población civil se convirtió en una característica central del conflicto. A partir de ese momento, se desató una guerra cuyo objetivo era derrocar no solo a Bashar Al-Assad sino al régimen opresor en general. Durante la conflagración, la Rusia de Putin jugó un rol decisivo. Al parecer, todo estaba bajo control.
Sorpresivamente, el mundo empezó a registrar que a finales de noviembre las tropas enemigas de Al-Assad avanzaban velozmente con dirección a Damasco. Los fantasmas de la Primavera Árabe volvieron a recorrer la región y, en pocos días, pudimos asistir a la estrepitosa caída de la dinastía Al-Assad. La crisis se ha correspondido con el término de la administración demócrata del Viejo Joe (Biden).