Colombia es un país acostumbrado a vivir al borde del abismo. Ningún colombiano vivo hoy —incluyo en esta cuenta a uno de mis parientes más cercanos que supera los cien años de edad— ha conocido a este país en paz. Aquí hay generaciones enteras que han soñado con ese estado ideal nunca alcanzado; y todos sus gobernantes parece que disfrutasen manoseando el sustantivo abstracto de tan poquitas letras. Esa cosa intangible que es el bálsamo de fierabrás de todas las campañas políticas; el juguete al que luego, una vez alcanzado el poder, se reviste de palomas blancas, acuerdos, armisticios, diálogos, conversaciones en el exterior, facilitadores, gestores, entregas de armas… ¡Tienen hasta un premio Nobel de la cosa! Y un último camelo del último charlatán de tarima: ¡la Paz total!
Pues bien, sigamos soñando con esa quimera que llegan muy malas noticias del vecindario. Como si fuera poco el sufrimiento antiguo y puntualmente renovado por manos criminales que nunca faltan en este pueblo, lo vivido el pasado fin de semana y días sucesivos en Caracas, no es solo presagio de más días aciagos para los pobres venezolanos. Es una amenaza real para Colombia, y no cualquier amenaza. En Venezuela se juega una partida de ajedrez que no es precisamente un campeonato de parque pueblerino. Se trata de un torneo de grandes maestros.
Todo cuanto ocurre al otro lado nuestra frontera oriental es ya tan previsible, repetitivo y cansino que ha terminado por anestesiarnos. Es la típica situación en la que los árboles no dejan ver el bosque, y cuando menos lo esperemos Colombia se encontrará enfrentada a la actividad que despliegan aquí al lado de Rusia, China, Irán y Cuba. Estamos entretenidos con el asunto de las actas de las pasadas elecciones que nunca aparecieron, con las vicisitudes de María Corina Machado y Edmundo González, con las astracanadas de Nicolás Maduro y con la inevitable y justificadísima indignación que produce la violación de derechos humanos por parte de la dictadura chavista.
Todo eso está muy bien, pero deberíamos detenernos aunque fuera solo en dos frases de Maduro de esta semana. El recién reencauchado presidente venezolano señaló la intención de reformar la Constitución para “ampliar la democracia, definir el perfil de la sociedad y construir la base de la nueva economía”. Añadió que la nueva Carta Magna será poderosa, clara y luminosa. Esto, por una parte. En otro momento, éste sin embargo menos poético y de evidente ofuscación, avisó que Venezuela está lista a “tomar las armas”, de ser necesario, con el fin de defender “el derecho a la paz” y que en ese trance su país “se va preparando junto con Cuba, junto con Nicaragua, junto con nuestros hermanos mayores del mundo.”
No veo por ninguna parte conceder a esta frase la importancia que merece. ¿Quiénes son esos “hermanos mayores del mundo” a los que Maduro ve en lucha armada defendiendo a Venezuela? ¿Y por qué lo dice con tanta seguridad al día siguiente de su fraudulenta toma del poder? ¿Lo dice solo porque es un deslenguado? No lo creo. La clave, me parece, está en su intención de reformar la Constitución. ¡La Constitución, el gran fetiche de Hugo Chávez! ¿Qué pretende modificar Nicolás Maduro en una Carta Magna a la que Chávez en su momento calificó como un texto “perfecto”?
Habrá que estar muy atentos a lo que nos depare esta nueva movida política al interior de Venezuela, porque en la redacción de ese texto puede llegar envuelto un regalo envenenado para toda la región: la sanción con rango constitucional de participación de fuerzas extranjeras en la “defensa del legado de Hugo Chávez”, etc. etc. Y en tal caso, que nadie espere ver a Daniel Ortega y a Rosario Murillo empuñando un fusil para enfrentar una invasión de “fuerzas reaccionarias y del fascismo en la patria del Libertador”; si es que llega a haber una intervención, pongamos por caso, norteamericana. No, ahí estarán los “hermanos mayores del mundo” al amparo de la nueva ley de leyes de nuestro vecino.
Los tres “hermanos mayores”, más la inteligencia cubana, forman hoy un activo cuarteto que trabaja horas extras para sujetar al régimen con tecnología china, armas rusas y desarrollo de naves no tripuladas iraníes. Un satélite del gobierno de Pekín será el encargado de llevar internet al país. Los días previos a la toma de posesión de Maduro vimos el reparto de armas rusas a los grupos paramilitares de apoyo al régimen; y el desarrollo de drones con apoyo directo de Teherán que, según informaciones de prensa, en este momento tendría lugar en una base aérea venezolana, son ejemplos tangibles del auxilio “fraternal” que hoy recibe el régimen de Maduro.
Apoyo susceptible siempre de acrecentarse; y de crear vasos comunicantes con los grupos guerrilleros colombianos, que hoy tienen en Venezuela su zona de mayor confort. Aseguró el periódico El Tiempo hace unos días, que “agentes iraníes estarían entrenando grupos armados en Colombia para manejar drones”, una tecnología que en la guerra de Ucrania ha demostrado con creces su eficacia letal.