Muchas veces, en el fútbol como en la vida, no se entiende cuando ocurren cosas que no esperamos, que nos duelen, que nos hacen sentir mal, que nos hacen preguntarnos "¿Por qué tenía que pasar esto?". Y con el paso del tiempo, encontramos la respuesta. Eso pasó porque tenía que pasar para que ocurriera esto otro.
En el fútbol hay muchos ejemplos. Derrotas incomprensibles en su momento que tenían que pasar para que después se convirtieran en grandes triunfos. El Maracanazo de 1950 le enseñó a Brasil de tal forma que se convirtió después en la selección más ganadora de los mundiales. Más recientemente, Argentina comenzó perdiendo inesperadamente el primer partido del mundial de Catar. Tenía que ser así para que de ahí en adelante todo fuera diferente y terminaran ganando la Copa del Mundo.
En esta Copa América, Colombia, con su fútbol, hizo todo bien en la primera fase para ganar el grupo por delante de Brasil y así jugar contra Panamá y poder superar los cuartos sin ningún tropiezo. Pero en el camino estaba Uruguay, el obstáculo más difícil en su camino a la final. Se sabía que iba a ser complicado ganarle, que muy seguramente se tenía que sufrir para lograrlo. Que por fútbol las fuerzas eran parejas, pero nadie podía imaginar lo que realmente pasó.
Tres opciones claras de Uruguay, todas dilapidadas por Darwin Núñez; otro gol de Colombia de cabeza y una inexplicable expulsión de Daniel Muñoz, que había sido una de las figuras no solo de ese partido sino de la copa.
Y entonces ahí vinieron los lógicos rechazos a su actitud de sangre caliente al responder con un codazo a un pellizco de un rival que pretendía lo que finalmente ocurrió: que Colombia se quedara con un hombre menos. Jugar con 10 contra Uruguay no estaba en los planes de nadie, pero como lo reconoció el propio Bielsa, el DT de Uruguay, eso terminó haciéndoles más daño a ellos que a Colombia. Porque surgió en cada uno de los jugadores una fuerza especial de unión, solidaridad, de sobre esfuerzo para correr, pelear cada balón, perseguir, luchar, retroceder y hasta seguir atacando para aprovechar los espacios que el rival dejaba en su afán de conseguir el empate.
Y los cambios otra vez le salieron al técnico Lorenzo. Hizo lo correcto en el caso de Arias, el que salió y el que entró. También al sacrificar a James, después al meter a Mina. Todo bien desde las decisiones con cabeza fría desde el banco, pero los que siempre ganan o pierden son los jugadores, y el partido lo convirtieron ellos en una batalla que terminó con final feliz.
¿Por qué pasó esto? ¿Por qué se tenía que hacer expulsar Muñoz y dejar a su equipo con uno menos más de 50 minutos del segundo tiempo? La respuesta es porque eso era lo que tenía que pasar para llegar a la final con lo único que nos falta cuando enfrentamos a equipos que ya han ganado y que tienen una historia en el fútbol: la fuerza mental. La misma que tiene y le sobra a los argentinos. Ya en eso, después de ganarle a Uruguay de la forma como se le ganó, es muy difícil que nos vayan a ganar.
Por fútbol, en el presente, Colombia tiene un poco más que Argentina, que después de ganar el mundial no ha vuelto a jugar con la misma trascendencia individual y colectiva. Y si la fuerza mental está equiparada producto de lo ocurrido con este partido ante Uruguay, ya no será ni de camiseta ni mucho menos por temor que Argentina supere a Colombia.
Se recordará por siempre esta batalla campal que libraron los jugadores de Colombia para ganarle a Uruguay con un jugador menos, sobre todo si se gana el título ante Argentina y volveremos a decir: ¡Todo pasa por algo!
