Jimmy Bedoya

Profesional en administración policial y de empresas, doctorando en estudios sociales (UExternado), máster en administración de recursos humanos (Ucav de España), máster en administración de negocios -MBA- (UExternado), especialista en seguridad (Espol), gobierno y gerencia pública (EAN) y control interno (UJaveriana), y CIDENAL (Esdeg). Es columnista y consultor con más de 30 años de experiencia en seguridad pública, capital humano y control interno.

Jimmy Bedoya

El liderazgo perdido: ¿Por qué Colombia necesita referentes que inspiren?

En el panorama nacional se observa la ausencia de liderazgos efectivos. Diversas encuestas de opinión reflejan una desconfianza generalizada hacia las instituciones políticas y sociales. Los colombianos continúan perdiendo la fe en sus dirigentes, quienes en lugar de ser faros que guían hacia un futuro prometedor han perpetuado ciclos de corrupción, inequidad y estancamiento. Esta crisis de liderazgo no es solo un obstáculo para el desarrollo, es un llamado urgente a la reflexión y la acción colectiva.

La confianza en las instituciones está debilitada. Informes recientes del Latinobarómetro revelan que menos del 20% de los colombianos confían en el Congreso, mientras que la percepción de corrupción en el sector público sigue en aumento. Este fenómeno no se limita a la política también afecta al ámbito empresarial, donde casos de ética cuestionables han erosionado la credibilidad de grandes corporaciones. Detrás de estos números hay una realidad innegable: la ausencia de líderes con propósito. Los dirigentes actuales parecen carecer de visión a largo plazo y de una comprensión profunda de las necesidades de las comunidades que representan. En consecuencia, la corrupción y el debilitamiento de las instituciones se han convertido en parte del paisaje cotidiano, perpetuando un ciclo de desigualdad y polarización.

En su libro “El nuevo liderazgo”, Martín Cañeque ofrece una guía indispensable para entender cómo los líderes pueden habituarse a escenarios de cambios e incertidumbre. Su enfoque combina ética, empatía y capacidad de recuperación, tres pilares fundamentales para afrontar la crisis de liderazgo en Colombia. Cañeque enfatiza que el liderazgo no puede separarse de la coherencia y los valores. En el país los líderes están llamados a restablecer la confianza al actuar con transparencia y priorizarse el bien común sobre los intereses particulares. Un buen líder no solo dirige, inspira. La fortaleza de conectar emocionalmente con las personas y comprender sus necesidades es crucial para movilizar a las comunidades hacia objetivos compartidos. En un entorno volátil como el colombiano, la empatía y el talento para adaptarse a nuevos desafíos son imprescindibles. El liderazgo transformacional que plantea Cañeque es la clave para superar las barreras actuales y construir un futuro más prometedor.

Existen ejemplos en el panorama global que demuestran cómo el liderazgo transformacional incide en el rumbo de un país. Jacinda Ardern, ex primera ministra de Nueva Zelanda, es un referente de cómo liderar con empatía y visión. Su manejo de los atentados de Christchurch demostró que un líder puede unir a una nación incluso en los momentos más oscuros. Otro ejemplo es Angela Merkel, quien durante sus años como canciller de Alemania consolidó su país como un prototipo de estabilidad y liderazgo moral. Su enfoque pragmático y su compromiso con la justicia social dejaron un legado que trasciende fronteras. Estos casos contrastan drásticamente con la realidad colombiana. Mientras líderes internacionales inspiran confianza y generan cambios tangibles, en Colombia la falta de visión y compromiso sigue siendo un obstáculo.

La ausencia de liderazgo efectivo tiene consecuencias devastadoras. La corrupción, el descontento social y la polarización son solo algunos de los efectos más visibles. Pero hay otros más profundos: el estancamiento en la educación, la inseguridad en las ciudades y la incapacidad de gestionar los desafíos ecosistémicos globales, por mencionar algunos. Un ejemplo claro es el deterioro de la seguridad urbana. La falta de un liderazgo estratégico conlleva respuestas reactivas y fragmentadas que arrincona a los ciudadanos a un estado de constante vulnerabilidad. Este problema no solo afecta la calidad de vida, sino además el desarrollo económico y social.

El futuro de Colombia no depende exclusivamente de quienes ocupan altos cargos. También está en las manos de cada ciudadano que, con pequeños actos de responsabilidad y compromiso, puede contribuir a la formación de un liderazgo ético y transformador. Para el año 2025 es imperativo que las autoridades se enfoquen en fortalecer la educación en valores y liderazgo desde la academia.

Asimismo, la sociedad civil debe exigir transparencia y coherencia a sus líderes, no solo en el ámbito político, sino también en el empresarial y comunal. Como colectividad debemos dejar de esperar que los héroes surjan espontáneamente y en su lugar ser proactivos en la construcción de un liderazgo que inspire y transforme. Es tiempo de formar líderes que a través de sus acciones impulsen el mejoramiento de la comunidad en general.

El liderazgo que transformará a Colombia no llegará desde un pedestal ni desde un título. Nacerá del valor de quienes, día a día, eligen ser el cambio que desean ver. No esperemos héroes, convirtámonos en ellos. El futuro de un país no lo escribe quien promete, sino quien inspira con sus actos.

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