Cuando se es joven sueles oír hablar mucho del futuro. Quienes ya hemos doblado la esquina de la vida hace tiempo, estamos viviendo el futuro del que tanto oímos hablar en aquellos años lejanos. ¡Vaya, conque esto era el futuro! Si un mago en mi adolescencia, me hubiese enseñado en una bola de cristal el gobierno de Iván Duque como mi futuro en el entonces improbable siglo XXI, habría hecho todo lo posible por exiliarme en algún atolón desconocido de la Melanesia.
Me equivoqué, no lo hice y el destino me deparó a cambio la inolvidable experiencia que estoy viviendo hoy en día. Esta semana, además, le oí decir en la BBC a don Iván que de haber reelección en Colombia, sus conciudadanos habrían optado por repetir la aventura. La sola idea produce escalofríos, qué duda cabe. En fin, pero como la carta política de los colombianos impide semejante adversidad, los electores tienen de aquí al mes de junio la posibilidad de encontrarle reemplazo al pupilo de Luigi Echeverry.
Las opciones no son muy alentadoras. Según los sondeos se trata de elegir entre el infarto de miocardio y el cáncer de páncreas. La misma demoscopia apunta a una tercera alternativa encarnada en una septicemia letal que amenaza al hasta ahora bien situado cáncer. La verdad, la cosa no tiene mucha importancia porque ambos son fichas del presidente eterno.
Las razones del avance de la septicemia son tres: su nombre ya es suficientemente conocido, aparenta imagen de honestidad y eficacia, y ha vendido muy bien la idea de total desvinculación de la clase política tradicional; pero detrás del cáncer y la septicemia, insisto, está agazapado el hombre más poderoso de Colombia.
Estas son unas elecciones atípicas, como todo mundo sabe. Las primeras presidenciales que se celebran sin protagonismo de los dos partidos históricos —que han mangoneado durante dos siglos en este país— ni de las excrecencias políticas surgidas durante los veinte años del uribato. La novedad de esta contienda electoral ha consistido en tres plataformas que aglutinaron a un montón de candidatos para pasar por el colador de unas primarias; más un quinteto de corredores por libre, de entre los cuales se despegó amenazadoramente septicemia letal en los últimos metros de la competencia.
En una de las tres plataformas arriba mencionadas estaba lo menos impresentable para la convivencia de los colombianos. Pero sus integrantes, haciendo gala de enorme torpeza, concurso de egos y ánimo autodestructivo se encargaron de demostrar que el centro no existe. Quemaron al que en mi opinión era el menos malo de los candidatos, que es como hay que medir en Colombia siempre, absolutamente siempre, a los aspirantes a la primera magistratura del país.
Antes de escribir esta columna estuve a punto de titularla “Gracias Ingrid por tu colaboración”. Al final lo descarté como ya han visto, pero no quiero dejar pasar la oportunidad para manifestar mi agradecimiento a la señora por su participación en el evento. Entró como un elefante en una tienda de Baccarat y así les fue a sus anfitriones. Su destacada intervención contribuyó en buena medida, a darle continuidad a la desesperanza que acompaña desde hace tanto tiempo a quienes solo hemos visto en este país estirpes condenadas a cien años de soledad. Con el paso del tiempo uno le va tomando cariño a su desventura.
Pasaré este trance electoral leyendo Las islas de las tres sirenas, de Irving Wallace. Las curiosas costumbres de unas imposibles islas del Pacífico me resultan más sugerentes que participar con mi voto en una derrota. Yo mismo me privé de tan singular aventura por ligar mi destino al de Colombia. “Está previsto todo menos el fracaso”, solía decir un amigo hace tiempo ante cualquier eventualidad más o menos trascendente; y por lo visto, aquella fórmula sigue estando en vigor.
Por una decisión equivocada, no me queda otra opción que soñar con paraísos perdidos, y admitir que soy presa de un incurable síndrome de Gauguin, fácil de adivinar si no habían oído hablar antes de semejante mal. Y si no lo adivinan y les interesa, los dejo en manos de Mr. Google, que todo lo sabe.
Pálpito: La división del electorado uribista entre Gutiérrez y Hernández podría dar la victoria a Petro en primera vuelta.