En un mundo donde las relaciones internacionales son cada vez más volátiles, América Latina enfrenta un nuevo recordatorio de su fragilidad económica. La reciente crisis comercial entre Colombia y Estados Unidos, desatada por la amenaza de aranceles del 25% a las exportaciones colombianas, puso en evidencia cuán dependiente sigue siendo la región de decisiones unilaterales de potencias globales. Aunque el gobierno de Gustavo Petro logró evitar la medida tras aceptar la repatriación de migrantes deportados desde EE.UU., el episodio dejó una pregunta abierta: ¿hasta cuándo seguirá América Latina a merced de estas presiones?
Más allá del alivio momentáneo, lo sucedido refleja un problema estructural. Sectores clave como el petróleo, el café, las flores y el banano, que en conjunto representan más del 40% de las exportaciones colombianas a EE.UU., estuvieron a punto de sufrir un golpe que habría afectado ingresos y empleo de miles de personas. Esto debería servir como una señal de alerta: la región necesita diversificar su comercio y fortalecer la cooperación Sur-Sur para reducir su vulnerabilidad ante futuras crisis.
Colombia no es la única en esta situación. Según el Banco Mundial, el 75% de las exportaciones latinoamericanas siguen concentradas en productos primarios, como commodities agrícolas y minerales, lo que las hace altamente sensibles a la volatilidad de los mercados internacionales y a políticas proteccionistas como las impulsadas por EE.UU. En 2023, el comercio entre América Latina y Estados Unidos alcanzó los 1.2 billones de dólares, pero la relación sigue siendo asimétrica. Mientras los países latinoamericanos dependen en gran medida del mercado estadounidense, sus economías también necesitan importar bienes de capital y tecnología de ese mismo país para impulsar la industrialización.
El anuncio de los nuevos aranceles deja en evidencia las limitaciones de un modelo basado en la integración con el Norte Global, sin una diversificación real. Depender de un solo mercado no solo es riesgoso, sino que reduce el margen de maniobra de los países de la región en la toma de decisiones estratégicas. En este contexto, la cooperación Sur-Sur no solo aparece como una alternativa viable, sino como un imperativo para fortalecer la autonomía económica.
La idea de una cooperación reforzada entre países del Sur Global no es nueva. Desde la creación del Grupo de los 77 en 1964, los países en desarrollo han buscado formas de reducir su dependencia de las economías avanzadas. En las últimas dos décadas, China ha sido un actor clave en este proceso: el comercio entre América Latina y China se multiplicó por 26 entre el año 2000 y 2022, alcanzando los 450 mil millones de dólares, según la CEPAL.
Sin embargo, limitar la diversificación a la relación con China sería un error. América Latina tiene la oportunidad de ampliar sus alianzas con otras regiones emergentes como el sudeste asiático, África y Medio Oriente. La Alianza del Pacífico, conformada por México, Colombia, Perú y Chile, es un ejemplo de cómo la integración regional puede impulsar la competitividad global. No obstante, es necesario que estos esfuerzos vayan más allá de los acuerdos comerciales y aborden también la innovación tecnológica, la seguridad alimentaria y la transición energética.
Si bien la cooperación Sur-Sur presenta oportunidades, también enfrenta desafíos importantes. La infraestructura logística en América Latina sigue siendo insuficiente para conectar eficientemente a la región con otros mercados emergentes. De acuerdo con el Índice de Desempeño Logístico del Banco Mundial, solo Chile y Panamá están entre los 50 países con mejor infraestructura logística del mundo.
Otro obstáculo es la falta de complementariedad económica entre las naciones del Sur Global. Mientras América Latina sigue dependiendo de la exportación de commodities, economías como India y Vietnam han logrado diversificarse hacia sectores de manufactura y servicios tecnológicos. Para superar esta brecha, es fundamental que la región avance en la industrialización y en el desarrollo de capacidades tecnológicas, para agregar valor a sus productos y aumentar su competitividad global.
Finalmente, la cooperación Sur-Sur no debería verse como un sustituto de las relaciones con los países desarrollados, sino como un complemento. Estados Unidos y la Unión Europea seguirán siendo mercados estratégicos para América Latina, y cualquier estrategia de diversificación debe buscar un equilibrio entre fortalecer las relaciones tradicionales y explorar nuevas oportunidades.
Esta crisis no es solo un problema comercial, sino una oportunidad para que América Latina replantee su modelo económico. La resiliencia de la región dependerá de su capacidad para innovar, atraer inversión y construir una economía menos vulnerable a las presiones externas. Para ello, se requiere una estrategia que combine la diversificación comercial con políticas industriales claras y un compromiso con la sostenibilidad.
La cooperación Sur-Sur no es una solución mágica, pero puede desempeñar un papel clave en este proceso. Fortalecer los lazos con otros mercados emergentes no solo reducirá la dependencia de América Latina de sus socios tradicionales, sino que también contribuirá a consolidar un orden internacional más equilibrado y multipolar.
El futuro de la región no está escrito por las grandes potencias, sino por la capacidad de sus propios países para definir su destino y construir una red de alianzas estratégicas que les permita navegar un mundo en transformación. La cooperación Sur-Sur es más que una alternativa: es una necesidad para un futuro más estable y autónomo.