Senna, un genio tras el volante

Sáb, 04/05/2013 - 04:01


Si hay una palabra precisa para definir a Ayrton Senna es rápido. Y junto a esta, agresivo, decidido, provocador, cuya ambición no se limitaba a la comprobación práctica del rendimiento j
Si hay una palabra precisa para definir a Ayrton Senna es rápido. Y junto a esta, agresivo, decidido, provocador, cuya ambición no se limitaba a la comprobación práctica del rendimiento justo sino que iba más allá de sí mismo. Ganó tres campeonatos mundiales de la Fórmula 1 y protagonizó durante una década la escena de la Gran Carpa, fue galardonado en Europa, honrado en Japón y convertido en ídolo y símbolo de su natal Brasil. De aquel chico nervioso y tímido en sus primeros años en los karts terminó siendo una especie de ‘enfant terrible’ del mundo del automovilismo.

Escuche la leyenda de Ayrton Senna a 25 años de su muerte:

“O lo haces bien o lo dejas de hacer” La leyenda dice que Milton, su padre, le construyó a su hijo menor un kart equipado con frenos de disco y un motor extraído de una picadora de caña, que le permitió alcanzar una velocidad de 60km/h. Como padre típico, pensó que era el juguete perfecto para un hijo inquieto y agitado, una buena alternativa a las bicicletas y los carritos de rodajas tan comunes en la época. En la biografía escrita por  Ernesto Rodrigues ‘Ayrton, o herói revelado’ (Ayrton, el héroe revelado), cuenta el testimonio de un vecino de la familia en Sao Paulo, “fue escalofriante. Él tenía unos cuatro años y todo y todo el mundo lo veía andar en el kart. Ya en la primera vuelta de la calle nos quedamos impresionados por la noción que él tenía”. Pasó de inspirar ternura a suscitar incredulidad. De los años en los karts aprendió a pilotar bajo la lluvia y recibió de Sid Mosca, su casco particular de amarillo con dos líneas, que siempre utilizó en sus años como piloto. El deber no es el éxito, es la lucha Habría que estar allí, en mayo de 1984 viendo cómo el joven piloto de la modesta casa Toleman le descontaba al líder de la carrera, el francés Alain Prost, uno, dos y tres segundos por vuelta hasta hacer posible lo que unos minutos antes parecía una quimera: ganar el Gran Premio de Mónaco arrancando desde la puesto 14. ¿Cómo lo hizo? Fue una mezcla de dos ingredientes que desde ese se convirtieron en su sello personal: la suerte y la genialidad. El periodista Nigel Roebuck señaló que “detrás del volante debía estar un talento único, una inteligencia poco común”. Sin embargo, ese día también el propio Senna supo de una buena vez cómo eran las cosas en la F1: por decisión de los comisarios la carrera finalizó por falta de condiciones climáticas, arrebatándole la victoria, que él creyó conseguir, y que celebró a rabiar, imbuido de un espíritu de satisfacción que debió ceder a la dura realidad. Ayrton Senna, Kienyke Quien no tiene enemigos, tampoco suele tener amigos La relación entre Alain Prost y Ayrton Senna parece sacada de una novela psicológica. No ha habido una rivalidad semejante en la historia de la F1, y en el deporte podemos compararla con la que protagonizan en el fútbol los hoy desdibujados equipos españoles, Real Madrid y Barcelona, o con la hostilidad entre Muhammad Alí y Joe Frazer. Las circunstancias de su pugna eran usuales: Prost,  el monarca del equipo McClaren y de la F1, que había ganado los campeonatos de 1985 y 1986, consentido del director de la FIA, Jean Marie Balestre, veía amenazada su posición con el atrevido, insolente y por lo demás divertido Ayrton Senna aquel 1988. Al comienzo la rivalidad estimuló el espíritu de lucha al interior del equipo McLaren, pero llegó un punto en que debieron acordar un pacto de no agresión entre los dos pilotos. Acuerdo que muchas veces ambos pasaron por alto, enfrascados en la lucha por el campeonato mundial. En 1988 Senna lo obtuvo por primera vez, causando un carnaval en su país, un año después, en la última carrera en Japón, ambos pilotos chocan, Senna logra recuperar su coche hasta llevarlo a los boxes para continuar su carrera. Prost, más político y al tiempo más práctico, acude a toda prisa a la oficina de los comisarios. El resultado: Senna regresó ardido a su país y juró largarse de la F1. Más cerca de Dios que de la carne El epitafio de su tumba en Sao Paulo dice “Nada me puede separar del amor de Dios”. En efecto, su marcado espíritu religioso fue un rasgo que lo caracterizó, tanto dentro como fuera de las pistas. En el documental ‘Senna’ dirigido por Asif Kapadia en el 2010, podemos ver a un hombre que ante la hostilidad de quienes rodean su diario vivir encuentra en Dios un refugio y la seguridad que la fe da a quienes creen en ella. Por eso, Manis Pandey, productor del documental señala que “al mundo le dio un vistazo de la grandeza, a Brasil le dio esperanza, y a Dios le agradeció todo”. Apego ascético que no eximió de líos de faldas, según María Kaura Curzi, “Ayrton confesó en una entrevista a Playboy Brasil en 1990, que él conocía como hombre a Katerine” que era la esposa de Nelson Piquet desde 1987, ese mismo año salió con la modelo brasilera Marjorie Andrade. Sin embargo, su romance más sonado fue con la modelo y presentadora Xuxa, con el detalle significativo de que ella era más famosa que él en Brasil. No fue una relación fácil, en parte por los temperamentos de ambos, por la vorágine de la fama de Senna en el mudo y por sus trabajos: ella no podía salir mucho de su país, y Senna se la pasaba en Europa la mayor parte del año. Xuxa resumió muy bien su relación con él “¿cómo hacemos para que nuestras vidas coincidan?”. Ayrton Senna y Xuxa, Kienyke La curva fatídica “Ese fin de semana no sonrió”, comentó el médico de emergencia de la F1, Sid Watkins. El ambiente no podía ser más tenso: Senna no había ganado ninguna carrera de la temporada y estaba obligado a resarcirse del dominio aplastante de la revelación de entonces, Michael Schumacher. Presión que no hizo sino crecer con los días: el joven piloto alemán Ronland Ratzeberger se accidentó en las prácticas libres y murió unas horas después, en tanto su compatriota, Rubens Barrichello, sufrió un aparatoso accidente sin mayores consecuencias. Agrega Watkins “él no quería correr, yo le dije que nos fuéramos a pescar, porque le gustaba hacerlo”. No lo hizo. Ese domingo Senna como de costumbre leyó la Biblia y resaltó un pasaje: “Dios le dio el más grande los dones: que fuera él mismo”. En la curva Tamburello, a más de 300 km/h chocó contra el muro de contención. No se levantó, lo que encendió la alarma aquella tarde. Cuando el equipo de paramédicos llegó lo encontró con el último aliento de vida. “Le quité el casco, le entubamos la garganta, pero no había nada qué hacer… suspiró y su cuerpo se relajó, ahí supe que su espíritu había partido”, añadió Watkins. Casi dos décadas después de aquel fatídico día, no se sabe con exactitud qué fue lo que sucedió. Todo parece indicar que fue una falla del automóvil de Williams, que venía presentando problemas y desajustes desde el inició de la temporada. Lo revelador es que Senna no sufrió ni un rasguño ni un moretón por el accidente, murió cuando una pieza de unos diez centímetros le atravesó el cráneo, dejándolo con vida pero sin esperanzas. Aún hoy de discute por qué la FIA no canceló el Gran Premio de Imola, cuando la muerte de un piloto es uno de los motivos principales para tomar dicha decisión en Italia. Su funeral en Sao Paulo fue multitudinario, sentido hasta los limites de la tristeza generalizada. Murió en la cresta de la ola, cuando mejor estaba piloteando, lo que en parte creó su mito y aseguró su inmortalidad.  
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