Hay apellidos que marcan un destino. Hubo un árbitro de fútbol paraguayo llamado Carlos Amarilla, un portero argentino Luciano Palos, y en Buenos Aires un experto en violencia familiar de nombre Norberto Garrote. Lo cuenta en un libro sobre gentes que han caído bajo el influjo de su apellido, el escritor Walter Duer.
Que la presidenta del Banco Santander se llame Ana Botín no deja de ser el presagio de una vida. Pero hay veces, por lo visto, que son los demás quienes pretenden que un apellido tome el rumbo correcto sin mucho éxito, como sucedió a Juan Carlos Monedero.
Hugo Chávez encargó al señor Monedero, un español profesor de Ciencia Política, el estudio para la implantación de una moneda común en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela y, en lugar de enrumbar su apellido por la ruta de los hados, la realidad venezolana convirtió ese nombre en un chiste siniestro.
El señor Monedero fue consejero de Hugo Chávez durante casi una década, y recibió el encargo por parte del “Comandante eterno”, de asesorar a su gobierno para implantar un dinero común y desarrollar una unidad financiera en Latinoamérica. El proyecto no solo no llegó a buen puerto, sino que con la intervención milagrosa del “Jesucristo de la economía”, la moneda venezolana se convirtió en basura.
El hijo de Dios de las finanzas, según el heredero de Chávez Nicolás Maduro, es otro español de nombre Alfredo Serrano Mancilla, director de un centro llamado CELAG que dice estudiar estrategia política en Latinoamérica, dentro del cual el señor Serrano ejerce además de “teórico de la economía cristiana”. Serrano y Monedero fueron afines y colaboradores y, mientras este último buscaba el derrotero correcto de su apellido, tuvo tiempo para fundar un partido marxista en España llamado Podemos. En realidad, refundó --en compañía de otros-- el viejo Partido Comunista de toda la vida.
Consecuencia de este arroz con mango, como dicen los venezolanos, es el éxodo de millones de personas en búsqueda de una vida digna lejos de un experimento del que no es necesario ser un entendido en datos de macroeconomía para saber que ha privado a la gente de productos de la dieta diaria, al tiempo que escasean las medicinas y los elementos esenciales para la salud. Con una hiperinflación de más del 3.000 por ciento que es la manifestación final de la quiebra del Estado.
En estas circunstancias el Banco Central de Venezuela se dedica a emitir ediciones periódicas de papel moneda. Con la última, el billete de mayor denominación —de 50.000 bolívares, algo más de 8 dólares— apenas alcanza para comprar dos kilos de carne. Billete que, por cierto, supera en 10.000 el salario mínimo. Uno de 500 bolívares no sirve ni para comprar un huevo, que cuesta 900.
Así que la emisión constante de efectivo inservible se ha convertido en material de artesanía, con la que muchos venezolanos tratan de conseguir unas monedas que de verdad sirvan para algo.
Se les ve por las calles de las ciudades colombianas vendiendo productos que, con ingenio e imaginación, fabrican a base de billetes sin ningún valor. Única utilidad que encuentran a la moneda detrás de la cual, cada unidad trae conmovedoras historias de privación y sufrimiento. Como el monedero que ilustra esta crónica y cuyo fabricante, sin saberlo y sin proponérselo, encontró el destino de un apellido: un insignificante bolsito expuesto en una acera.
El monedero
Dom, 17/11/2019 - 08:15
Hay apellidos que marcan un destino. Hubo un árbitro de fútbol paraguayo llamado Carlos Amarilla, un portero argentino Luciano Palos, y en Buenos Aires un experto en violencia familiar de nombre Nor