Después de poco más de siete años, con 79 fases de operaciones diferentes que recopilaron materiales y pruebas para sustentar 130 denuncias contra 533 personas acusadas, la Fiscalía General de Brasil disolvió el primer día de febrero la unidad conocida como “Lava Jato”, formada por nueve fiscales (durante su época de auge, llegaron a ser 13) y dedicada exclusivamente a investigar este caso desde Curitiba, capital del estado de Paraná, sur de Brasil.
La decisión de la fiscalía cierra una era que alteró no solo el mapa político en el país, sino también en toda la región, desnudando a políticos y empresarios como nunca antes había sucedido.
La historia de la Operación Lava Jato comenzó, justamente, en un lavadero de autos (lava jato, en portugués) donde se blanqueaba dinero y tuvo su auge en el descubrimiento de los sobornos que Petrobras, empresa estatal dedicada al petróleo, pagaba a políticos. Esas investigaciones acabaron salpicando (o mejor, empapando) a múltiples organizaciones internacionales en Perú, México y Colombia, entre otros varios países.
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El descubrimiento llevó a los ciudadanos brasileños a la calle para realizar marchas multitudinarias contra la corrupción y, de alguna manera, impulsó el triunfo del actual presidente, Jair Bolsonaro, quien se definió como un enemigo de la “vieja política”, a pesar de demostrar los mismos vicios (y otros nuevos) en sus poco más de dos años de gestión. “No es que quiera terminar con la Lava Jato. La Lava Jato se terminó porque en mi Gobierno no existe la corrupción”, dijo el mandatario de ultraderecha en octubre de 2020.
La prisión del expresidente Lula, actualmente cuestionada por los excesos que cometieron los investigadores y su sesgo político, fue uno de los grandes capítulos de la Lava Jato. Pero, además, la operación conjunta mandó a la cárcel a los expresidentes Alejandro Toledo, de Perú, Ricardo Martinelli (Panamá) y Mauricio Funes (El Salvador). Por su parte, otro peruano, Alan García, se suicidó cuando estaba por ser detenido.
Desde Curitiba, alejados de los centro de poder como Brasilia, Río de Janeiro o Sao Paulo, los fiscales consiguieron casi 300 detenciones, con 278 condenas efectivas y recuperaron más de cuatro billones de reales (cerca de 800 millones de dólares).
La constructora Odebrecht, nacida en Brasil y con sedes en casi toda América Latina, tuvo que pagar más de ocho billones de reales de multa debido al descubrimiento de su “departamento de sobornos”, desde el cual se repartían sobres con dinero para “comprar licitaciones”, entre otras actividades ilegales.
El “fin de la Lava Jato”, que ahora pasará a ser una dependencia dentro del Grupo de Actuación Especial en el Combate contra el Crimen Organizado (Gaeco), sucede justo en un momento de falta de credibilidad de la operación en el ámbito jurídico, que terminó con la exposición de los diálogos entre el exjuez Sergio Moro -quien después fue ministro de Justicia de Bolsonaro- y el por entonces jefe de la Lava Jato, Deltan Dallagnol. Este contenido se hizo público el 1° de febrero por medio del fiscal de la Corte Suprema, Ricardo Lewandovski, tras un pedido de los abogados defensores del expresidente Lula. En las conversaciones, se revela una grave falta de imparcialidad de los involucrados en las investigaciones.
Son más de 50 páginas de mensajes seleccionados por el perito Claudio Wagner, en los cuales Moro no demuestra la “neutralidad” que debería tener un juez federal para juzgar los procesos presentados por la Fiscalía General de la República. Además, entre las recopilaciones de la pericia, entre septiembre de 2015 y junio de 2017, hay chats de la aplicación Telegram -por fuera del tratamiento oficial- en el cual el entonces juez reclamaba informaciones y sugería fuentes para ser escuchadas en el proceso contra Lula.
“El material que Moro nos contó es muy bueno. Si es verdad, es una palada de cal sobre el 9”, escribió Dallagnol en una comunicación llevada a cabo poco después de las 19 horas del 29 de julio de 2016. El número “9” era la forma peyorativa que los fiscales usaban para mencionar a Lula, debido a la ausencia de uno de los dedos de la mano, que el expresidente perdió en un accidente de trabajo.
“Una fuente me informó que está molesta por haber tenido que elaborar escrituras exprés para transferir propiedades del hijo del expresidente (Lula). Aparentemente, la persona está dispuesta a dar información. Entonces, se los paso a ustedes. La fuente es seria, eh”, había escrito Moro el 7 de diciembre de 2015, dándole indicaciones a Dallagnol. “¡Gracias! ¡Entraremos en contacto!”, respondió el fiscal, según otra conversación revelada por el portal The Intercept, responsable por filtrar las comunicaciones en una serie llamada “Los Mensajes Secretos de la Lava Jato”, que fue lanzada durante la noche del domingo 9 de junio de 2019.
Un día antes, el sábado 8 de junio, el fundador de The Intercept, Glenn Greenwald, había recibido, de parte de un hacker, los archivos con los intercambios de mensajes entre los fiscales. “Tuvimos que apurarnos, ya que la fuente exigía conocer la fecha de publicación del primer reportaje debido a su interés por invertir en la bolsa de valores y capitalizar con el impacto de la divulgación de los mensajes”, explica en el libro Vaza Jato (Vazar es “filtrar” en portugués) su autora, la periodista Leticia Duarte, quien cuenta el detrás de escena de la publicación de los documentos que sacudieron a todo un país.
“La solución fue publicar en un momento en el cual las bolsas no estaban operando, por eso la decisión de salir un domingo por la noche. Esa determinación resolvió el problema con la fuente, pero creaba otro: las notas estaban en fase de ajustes y terminarlas a tiempo significó una titánica lucha contra el reloj”, agregó la escritora, que trabajó en conjunto con la redacción del medio en el libro lanzado en octubre de 2020 (Editorial Mórula).
“El desenlace que cierra la Lava Jato es un tanto irónico, ya que los fiscales de la operación, tal vez la más moderna en logística de la historia, fueron descubiertos por medio de un hackeo simple de sus conversaciones vía Telegram. Si bien ya había dudas sobre la imparcialidad en las investigaciones, estos intercambios entre Moro y los fiscales dejaron ver el detrás de escena. Hay un juez imparcial, que orienta y pide resultados, algo que nunca debería ser así”, explica Regiane Oliveira, periodista del diario El País Brasil, que forma parte del grupo de trabajadores de prensa encargado de divulgar los artículos de los documentos de Vaza Jato.
“La operación Lava Jato cambió los destinos de Brasil para siempre, ya que antes era imposible pensar en políticos y empresarios influyentes siendo presos”, recuerda Oliveira, que también es autora del libro El Príncipe: Una biografía no autorizada de Marcelo Odebrecht, empresario condenado a 19 años y cuatro meses de prisión por la operación Lava Jato, acusado de los crímenes de lavado de dinero, corrupción activa y asociación criminal. “El final de la Lava Jato, como la conocemos hasta ahora, se debe también a un interés de lados definitivamente opuestos; tanto Lula como el propio Bolsonaro prefieren que se disuelva, ya que últimamente estaba alcanzando a muchos políticos”.
El final definitivo de la Operación Lava Jato llega en un momento crucial, cuando Bolsonaro dejó de lado, al menos momentáneamente, su discurso contra la “vieja política y la corrupción” para repartir millones de reales de las arcas públicas a miembros de partidos sin ideología (la mayoría, pertenecientes al Centrao) que son famosos por vender su apoyo parlamentario a cambio de cargos públicos. De esa manera y con esos aliados liderando el Congreso, el presidente pretende blindarse de un posible proceso de impeachment.
Por: Agencia Anadolu