La madrugada del 6 de febrero de 1979 un incendio acabó con la plaza de mercado de San Mateo ubicada en la ciudad de Bucaramanga en Colombia. El lugar era orgullo de los locales por ser su principal centro de comercio durante casi un siglo y gozar de una arquitectura colonial que incluyó un puente considerado como la primera estructura peatonal de la población.
El centro de comercio fue destruido por el incendio que recuerda con tristeza Alfredo Vera, un vendedor de diversos tipos de ají que vivió la tragedia de 1979 quien se ha convertido en uno de los referentes de la ciudad por la calidad de sus productos, los 38 años de vida dedicados a la plaza y las historias que cuenta mientras vende.
“Yo perdí, claro. Cuando eso yo vendía una cebolla cabezona grande ocañera. Tenía como siete bultos y cuatro mil sacos de fique nuevos. Dije como a las cuatro de la tarde que al otro día los sacaba y a las 4:30 am del siguiente día se incendió la plaza”, relata Vera.
Las causas del incendio, sucedido un martes, nunca se precisaron, aunque para Vera hubo manos criminales detrás del episodio. “Dicen que les metieron candela a unos zapatos a propósito. Otros dicen que fue un corto”.
“Cuando se incendió la plaza yo ya estaba acá desde cinco años atrás. Recuerdo que ese día me pegué una borrachera en la noche para pasar la tristeza”, detalla Vera entre risas.
El comerciante, de 75 años, menciona que luego del incendio a varios vendedores los reubicaron y que pudo seguir con su actividad comercial a la que ha dedicado casi cuatro décadas de su vida. “Yo no tengo pensión. Yo estaré hasta que pueda trabajar”, afirma.
La resurrección de su vida como comerciante se la debe a entidades que le prestaron dinero, aunque “con intereses”. “Todo lo perdí, yo vendía mucho plátano. Me prestaron plata. Pero hoy en día no saco más plata prestada”.
El comerciante explica que vende al menos 20 tipos diferentes de ají, entre los que el color y el picante varía. La mayoría de sus productos provienen de fincas de su departamento Santander de municipios como Matanza, Rionegro, Lebrija y Piedecuesta, aunque ofrece algunos que ocasionalmente le llegan desde México y Chile.
“Tengo frascos de ajís de 3.000, de 6.000 y 6.500 pesos. (…) Hay uno muy bueno para el corazón. Es también de Santander y tengo garrafas de 10.000 pesos”, cuenta Vera mientras atiende a uno de sus clientes, muchos de ellos turistas despistados que llegan a la plaza a buscar lo mejor de la gastronomía local y que se encuentran con la historia de recuperación del lugar luego del incendio.
Al hablar de su futuro no se desvincula de la plaza y espera que su legado, que se adhiere a las fibras de la historia de Bucaramanga, perdure con sus hijos sobre los que dice que son quienes de a poco empiezan a administrar su tradicional negocio.