Alegre, motivado y con una nueva maestría en Ingeniería a la mano, Joshua Morgan tenía esperanzas de que encontraría un empleo a pesar de la pandemia, luego podría salirse de casa de su madre y comenzar su vida.
Pero conforme los confinamientos en el Reino Unido se fueron alargando y no encontraba ningún trabajo, el joven se volvió cínico e inseguro, contó su hermana Yasmin. Morgan sentía que no podía tener un empleo en el que tratara directamente con el público, como en un supermercado, por ejemplo, porque su madre, Joanna, había tenido una operación de corazón abierto el año pasado y Morgan era “sumamente cuidadoso” con respecto a la salud de ella.
Él y su madre se contagiaron de coronavirus en enero, por lo que tuvieron que estar confinados en su apartamento pequeño de Londres durante dos semanas. Puesto que sus amigos se preocuparon por unos comentarios que hacía, ellos hicieron sonar la alarma y lo refirieron a servicios de salud mental.
Pero unos días antes del final de su cuarentena el mes pasado, Morgan, de 25 años, se quitó la vida.
“De verdad sonaba muy apagado”, dijo su hermana sobre la última conversación que tuvo con Morgan y añadió que él se sentía aprisionado y añoraba salir.
Es difícil vincular los suicidios a razones específicas, pero la repentina muerte de Morgan ha dejado a su hermana con una emoción que es difícil superar.
“El costo de la pandemia fue la vida de mi hermano”, dijo. “No solo hay personas que fallecen en un hospital, también hay gente que muere por dentro”.
Más de 2,7 millones de personas han muerto de coronavirus; tan solo en el Reino Unido parece que la cifra es hasta el momento de 126.000. Esos números son cifras tangibles del costo de la pandemia. Pero a medida que más gente se vacuna, y las comunidades reabran, hay un conteo que según los expertos es más difícil de determinar: el costo psicológico de meses de aislamiento y sufrimiento global, que para algunos ha resultado ser fatal.
Hay indicios de que vivimos una crisis de salud mental generalizada. El año pasado Japón tuvo un incremento considerable en el suicidio entre las mujeres y en Europa los expertos en salud mental han informado de un aumento del número de jóvenes que expresan pensamientos suicidas. En Estados Unidos, muchas salas de urgencias se han enfrentado a un gran número de ingresos de niños y adolescentes con problemas de salud mental.
Los expertos en salud mental dicen que los síntomas prolongados de depresión y ansiedad podrían provocar comportamientos riesgosos que a su vez conducen a autolesionarse, accidentes o incluso la muerte, sobre todo entre las personas jóvenes.
Algunos intelectuales, como el historiador israelí Yuval Noah Harari, les han pedido a las autoridades que sopesen los riesgos de la depresión si imponen nuevas restricciones por el virus. Asimismo, las autoridades de salud pública de algunas zonas que han visto un aumento en los suicidios de adolescentes han presionado para que las escuelas reabran, aunque los investigadores dicen que es demasiado pronto para relacionar de forma concluyente las restricciones con las tasas de suicidio.
En Europa, dado que la economía está paralizada y se están viviendo las secuelas de las restricciones, las repercusiones psicológicas de la pandemia podrían prolongarse durante meses, o incluso años, según los funcionarios de salud pública, y los jóvenes son los más afectados.
Sin embargo, los familiares de los jóvenes fallecidos durante la pandemia no dejan de preguntarse si los confinamientos —en los que no solo cerraron tiendas y restaurantes, sino que también obligaron a la gente a quedarse encerrada en casa durante meses— desempeñaron un papel importante en sus tragedias. Exigen más recursos para la salud mental y la prevención del suicidio.
“La salud mental se ha convertido en un término en boga durante la pandemia y ojalá siga así”, comentó Annie Arkwright, cuya hija de 19 años, Lily, se suicidó en octubre en el oeste de Inglaterra. “A tantos de nosotros no se nos han enseñado las habilidades para ayudarnos a nosotros mismos o a los demás”.
Si bien durante los primeros confinamientos la gente quizá haya sentido cierta solidaridad, esa sensación comenzó a desaparecer cuando quedó claro que las restricciones afectaban más a ciertos grupos en desventaja, incluyendo a los jóvenes.
“Si eres joven, buscas esperanzas”, dijo Rory O’Connor, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Glasgow que se especializa en el estudio del suicidio. “Pero el mercado laboral va a estar constreñido y las oportunidades para construir tu vida van a ser menos”.
A medida que se acercaba el invierno, los expertos en salud mental empezaron a ver más adolescentes en las salas de urgencias y alas de psiquiatría y advirtieron de un aumento en el consumo de drogas, el vicio del juego o las autolesiones. Una encuesta de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos realizada en junio reveló que los adultos más jóvenes, junto con las minorías étnicas y los trabajadores esenciales, presentaban más pensamientos suicidas y un mayor consumo de sustancias.
“Imagínate a una persona joven en una habitación pequeña, que toma sus cursos en línea y tiene una vida social limitada debido a las restricciones”, explicó Fabrice Jollant, profesor de Psiquiatría en la Universidad de París. ”Quizá se sientan tentados a consumir más drogas o beber más alcohol y es probable que tengan menos actividad física, todo lo cual puede contribuir a síntomas de depresión, ansiedad y dificultades para dormir”.
Para Pepijn Remmers, dichas tentaciones tuvieron consecuencias trágicas.
El año pasado, Pepijn, de 14 años recibió las restricciones del confinamiento con una vibra positiva. Era un adolescente aventurero y sociable; empezó a tocar el piano y se colaba por las tardes bajo la valla del campo de fútbol de las afueras de Ámsterdam para jugar con su mejor amigo, Thijs.
Pero conforme la pandemia avanzaba, Pepijn tuvo dificultades para concentrarse y las clases en línea se volvieron “muuuuy aburridas”, les dijo a sus padres. Unas restricciones nuevas en el otoño le impidieron jugar fútbol.
En octubre, comenzó a consumir drogas, de acuerdo con su padre, Gaston Remmers, y en diciembre su rutina de ejercicio disminuyó. Cuando sus padres se percataron de que su patrón de sueño se había alterado, lo llevaron con un terapeuta.
“Le preguntábamos si estaba deprimido y nos respondía: ‘¿Deprimido? No sé lo que es eso, no creo que lo esté. Me siento aburrido, pero no me siento deprimido”, recordó Remmers.
Entonces, una fría noche de enero, Pepijn salió de casa. Lo encontraron al día siguiente en una tienda de campaña, donde había tomado drogas y encendido una parrilla para calentarse. Remmers dijo que la muerte de su hijo fue causada por una combinación de intoxicación por monóxido de carbono y drogas.
“Con la pandemia, las cosas que le daban emoción a su vida, las que cosas que hacían que mereciera la pena ir a la escuela, desaparecieron”, añadió.
Cuando la muerte de Pepijn llegó a los titulares en los Países Bajos, un legislador preguntó si el encierro lo había matado. No es tan sencillo, dijo Remmers.
Pero agregó que “proporcionó un contexto en el que ciertas cosas llegan a ser una posibilidad, y que de otro modo no habrían ocurrido”.
Tras varios confinamientos en el Reino Unido el año pasado, una línea telefónica de ayuda al suicidio para jóvenes, Papyrus, vio aumentar sus llamadas un 25 por ciento, en línea con un incremento de alrededor del 20 por cada ciento cada año.
Según la organización, no está claro si esto es un signo de que hay más personas que experimentan más pensamientos suicidas o síntomas de problemas de salud mental o si la gente se siente ahora más cómoda de pedir ayuda.
Annie Arkwright dijo que esperaba que la creciente preocupación por la salud mental de los jóvenes durante la pandemia hiciera que más de ellos compartieran sus problemas y buscaran ayuda.
“Es bien visto que cuando un niño pequeño se cae les diga a sus padres que le duele la rodilla”, expresó Arkwright. “Esta misma actitud debe extrapolarse a la salud mental”.
Por: Elian Peltier e Isabella Kwai, The New York Times