El médico más famoso de China estaba en una misión urgente.
Zhong Nanshan, ahora de 84 años, reconocido como el héroe que ayudó a descubrir la epidemia del síndrome respiratorio agudo severo, o SRAS, hace 17 años, tenía órdenes de acudir de inmediato a Wuhan, una ciudad del centro de China, y de investigar un nuevo y extraño coronavirus.
La historia oficial de China ahora retrata el viaje de Zhong como el punto de inflexión cinematográfico de una guerra que acabó por vencer a la COVID-19, cuando el médico descubrió que el virus se estaba propagando de manera peligrosa y se apresuró a Pekín para dar la alarma. Cuatro días después, el 23 de enero, el líder de China, Xi Jinping, cerró Wuhan.
Ese cierre fue el primer paso decisivo para salvar a China. Sin embargo, en una pandemia que desde entonces ha cobrado más de 1,7 millones de vidas, llegó demasiado tarde para evitar que el virus se extendiera al resto del mundo.
De hecho, las primeras señales de alarma habían aparecido 25 días antes, exactamente hace un año: el 30 de diciembre de 2019. Incluso antes de eso, los médicos y los científicos chinos habían estado ejerciendo presión para obtener respuestas, pero las autoridades de Wuhan y Pekín ocultaron el alcance de las infecciones o se negaron a actuar con base en las advertencias.
La política bloqueó la ciencia, en una tensión que definiría la pandemia. La tardía respuesta inicial de China desató el virus en el mundo y presagió las batallas entre los científicos y los dirigentes políticos por la transparencia, la salud pública y la economía que se desarrollarían en todos los continentes.
Este artículo —basado en documentos del gobierno chino, fuentes internas, entrevistas, documentos de investigación y libros, incluyendo cuentas públicas descuidadas o censuradas— examina esos 25 días en China que cambiaron el mundo.
Los científicos chinos y los laboratorios privados identificaron el coronavirus e hicieron un mapa de sus genes semanas antes de que Pekín reconociera la gravedad del problema. Los científicos hablaban con sus colegas, para tratar de dar la alarma y, en algunos casos, lo hicieron, aunque tuvieron que pagar por ello.
“También dijimos la verdad”, dijo el profesor Zhang Yongzhen, uno de los principales expertos en virus de Shanghái. “Pero nadie nos escuchó, y eso es una verdadera tragedia”.
Mientras las hostilidades políticas estallaban entre China y Estados Unidos, los científicos de ambos países continuaron sirviéndose de las redes globales construidas durante décadas y trataron de compartir información y desde el principio hubo científicos de alto nivel que reconocieron que el virus tal vez era contagioso entre los seres humanos.
El 8 de enero, el jefe del Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades (el CDC chino), George Gao, se emocionó al reconocer ese peligro durante una llamada con su homólogo estadounidense, Robert Redfield, según dos personas familiarizadas con el relato de Redfield sobre la llamada.
Sin embargo, ni Redfield ni Gao, cada uno limitado por la política, dieron la señal de alarma pública. En Pekín, altos funcionarios de salud recibieron informes inquietantes de los médicos de Wuhan y enviaron dos equipos de expertos para investigar. Sin embargo, carecían de la influencia política necesaria para enfrentarse a las autoridades de Wuhan y guardaron silencio en público.
Hasta cierto punto, el viaje de Zhong a Wuhan fue menos médico que político. Él ya sabía que el virus se estaba propagando entre la gente; su verdadero propósito era romper el atasco en el opaco sistema de gobierno de China.
Así fue como China se hizo del control, tanto del virus como de la narrativa que lo rodeaba.
Los diplomáticos chinos sostienen que el historial del país en cuanto a infecciones sofocantes después del cierre de Wuhan ha reivindicado la política de mano dura de Xi, aun cuando el gobierno cambió lo sucedido durante las primeras semanas, cuando las acciones decididas podrían haber frenado el brote. Un estudio temprano proyectó que China podría haber reducido el número total de casos en un 66 por ciento si las autoridades hubieran actuado una semana antes. De haber actuado tres semanas antes, el número de casos se habría reducido en un 95 por ciento.
La renuencia de China a ser transparente sobre esas semanas iniciales también ha dejado lagunas en lo que el mundo sabe sobre el coronavirus. Los científicos tienen poca información sobre dónde y cómo surgió el virus, en parte porque Pekín ha retrasado una investigación independiente sobre los orígenes animales del brote.
‘Todo el mundo lo vio en internet’
El 30 de diciembre, después de que los médicos de Wuhan identificaran a pacientes con una misteriosa neumonía difícil de tratar, las autoridades de la ciudad ordenaron a los hospitales que informaran de casos similares. Por política, los hospitales también deberían haberlos reportado directamente al CDC nacional en Pekín.
No lo hicieron.
Sin embargo, apenas doce minutos después de que se emitiera el aviso interno, éste se extendió a WeChat, el casi omnipresente servicio de redes sociales de China, y un segundo aviso interno posterior sobre la atención médica para los pacientes también se diseminó con rapidez en línea hasta que la noticia de un misterioso brote de neumonía llegó a Gao, el experto virólogo entrenado en Oxford que dirige el CDC chino.
“¿No se hablaba de todo eso en Internet?”, dijo Gao cuando le preguntaron cómo se enteró de los casos de Wuhan. “Todo el mundo lo vio en internet”.
Más tarde esa noche, la Comisión Nacional de Salud de China ordenó a los expertos médicos que fueran a toda prisa a Wuhan por la mañana.
Horas más tarde, el servicio de noticias médicas ProMED emitió un boletín para los profesionales de la salud mundial, incluida la Organización Mundial de la Salud.
En Wuhan, el brote parecía concentrarse en el mercado mayorista de mariscos de Huanan. Una semana antes, los médicos locales habían enviado fluido pulmonar de un trabajador del mercado enfermo de 65 años a Vision Medicals, una empresa de genómica en el sur de China. Encontraron un coronavirus muy similar al SRAS. Otros dos laboratorios comerciales pronto llegaron a la misma conclusión.
Ninguno se atrevió a hacerlo público.
Vision Medicals envió sus datos a la Academia China de Ciencias Médicas en Pekín y envió a un alto ejecutivo a advertir a la Comisión de Salud de Wuhan.
El equipo de Pekín que llegó a Wuhan el último día de 2019 fue informado a la brevedad sobre los resultados del laboratorio.
Para entonces, el gobierno de Wuhan había confirmado públicamente que los hospitales de la ciudad estaban tratando una neumonía inusual, pero negó que fuera potencialmente contagiosa.
De manera simultánea, la Comisión Nacional de Salud dijo a los laboratorios comerciales que destruyeran o entregaran las muestras con el virus y ordenó que los resultados de la investigación se publicaran solo después de haber obtenido la aprobación oficial. El jefe de la Comisión de Salud de Guangdong, siguiendo las órdenes de Pekín, envió a un equipo a Vision Medicals para incautar su muestra.
A más de 800 kilómetros al este, Zhang, un importante virólogo del Centro Clínico de Salud Pública de Shanghái, estaba muy preocupado.
Al igual que otros laboratorios chinos, Zhang y su equipo habían descifrado el código genético del virus y concluyeron que podía ser contagioso. A diferencia de los demás laboratorios, él sentía el deber de publicar la información para ayudar a los investigadores a trabajar en pruebas, tratamientos y vacunas.
Después de que el equipo de Zhang terminó de secuenciar el virus el 5 de enero, su centro advirtió internamente a las autoridades en Shanghái y a los funcionarios de salud en Pekín, con recomendaciones de medidas de protección en los espacios públicos.
También se preparó para publicar los datos, un paso que adquirió mayor urgencia después de que visitó Wuhan para hablar en una universidad el 9 de enero. Ese mismo día, el gobierno confirmó que la nueva enfermedad era un coronavirus, pero los funcionarios continuaron minimizando el peligro potencial.
El 11 de enero, Zhang estaba a punto de abordar un vuelo a Pekín cuando recibió una llamada de su compañero de investigación de muchos años, Edward Holmes, un experto en virus de la Universidad de Sídney.
Para ese momento, China ya había reportado su primera muerte por el virus. Zhang ya había enviado su secuencia al GenBank, una vasta biblioteca en línea de datos genéticos.
Holmes le dio un empujoncito a su amigo. “Mira el creciente número de casos en Wuhan”, le dijo.
Era una decisión que solo Zhang podía tomar, le comentó Holmes. Liberar los datos implicaba arriesgarse a ofender a los funcionarios de salud que intentaban controlar la información.
“Le dije que la liberara”, dijo Zhang.
Pronto los datos aparecieron en un sitio web de virología.
Unas dos horas y media después, Zhang aterrizó en Pekín. Cuando encendió su teléfono, empezaron a llegar mensajes.
“Sacarlo de manera rápida era el único objetivo”, dijo Holmes. “Sabíamos que habría consecuencias”.
Sociedad rota
Redfield, director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, era un viejo amigo de su homólogo chino, Gao. Los dos hombres habían hablado después de la alerta de ProMED, pero Gao insistió en que el virus se había propagado solo de los animales del mercado, no de persona a persona.
Pero ahora, el 8 de enero, Gao dijo que el virus había infectado a los trabajadores médicos y se estaba propagando entre humanos.
En términos políticos, era una situación peligrosa para ambos hombres.
A medida que su guerra comercial con China se intensificaba, el gobierno de Trump había eliminado casi por completo una asociación de salud pública con Pekín que había comenzado después de la debacle del SRAS y que tenía por objeto ayudar a prevenir posibles pandemias. Al retirarse, dicen los funcionarios actuales y anteriores de la agencia, Washington se privó de la posible información de inteligencia sobre el virus y perdió la oportunidad de trabajar con China para combatirlo.
En virtud de la asociación, se enviaron equipos de médicos estadounidenses a China y, con el tiempo, ayudaron a capacitar a más de 2500 funcionarios de salud pública chinos. Otro programa estadounidense en el país, llamado Predict, buscaba detectar patógenos peligrosos en animales, en especial coronavirus, antes de que pudieran llegar a los humanos.
Sin embargo, en julio de 2019, sin explicación pública, Estados Unidos retiró al último médico estadounidense del CDC chino. Meses después, cerró una oficina independiente del CDC estadounidense en Pekín. El programa Predict también se suspendió.
Un perro guardián sin dientes
En la teoría, Ma Xiaowei, director de la Comisión Nacional de Salud de China y el funcionario sanitario más poderoso del país, esgrimió formidables recursos para detener el virus en Wuhan.
En la práctica, tenía las manos atadas.
En la jerarquía del Partido Comunista, estaba al margen de la élite. Fuera de Pekín, los funcionarios de control de enfermedades solían seguir las instrucciones de los supervisores locales, no de Ma.
Sin embargo, el 8 de enero, Ma envió un equipo a Wuhan. Las autoridades de Wuhan afirmaron que no se habían detectado nuevos casos en días y el nuevo equipo de Pekín no puso en duda esa evaluación de manera pública.
Ma no ignoraba los crecientes riesgos. Un turista de Wuhan que visitaba Tailandia se convirtió en el primer caso confirmado fuera de China. El 14 de enero, la Comisión Nacional de Salud convocó a una videoconferencia a los funcionarios médicos de toda China, que se llevaría a cabo en secreto en ese momento, en la cual se establecieron las precauciones contra el virus.
Después, la comisión envió una directiva interna de 63 páginas en la cual indicaba a los hospitales y centros de control de enfermedades de toda China cómo rastrear y detener el nuevo virus, y parecía asumir que era contagioso.
A pesar de eso, las instrucciones se daban evasivas en relación con el tema clave. No había “ninguna prueba clara en los casos de transmisión de humano a humano entre los casos”, declaraba una sección.
A mediados de enero, Xi presidió una reunión con una veintena de altos funcionarios del país. No hubo mención del coronavirus, al menos en los resúmenes oficiales de entonces.
El 18 de enero, Ma reclutó a Zhong para liderar una tercera delegación a Wuhan.
Allí, Zhong supo de sus antiguos alumnos que “la situación real en Hubei era mucho peor de lo que se veía en las noticias o se hacía público”, declaró a un periódico de Guangdong.
Sin embargo, los funcionarios insistieron en que el brote era manejable cuando el gobernador de la provincia de Hubei, Wang Xiaodong, recibió al equipo de Zhong en la sala de conferencias de un hotel.
Por fin, uno de los funcionarios reconoció que era probable que 15 trabajadores médicos del Hospital Unión de Wuhan se hubieran infectado, una admisión que confirmaba la propagación de humano a humano. Era todo lo que Zhong necesitaba, y su equipo se apresuró a ir a Pekín.
La visita dio a Ma, el principal funcionario de salud, cobertura política para presionar a los principales líderes para que actuaran con urgencia.
A la mañana siguiente, Zhong fue al complejo amurallado de los líderes del Partido Comunista Chino, Zhongnanhai. Xi se encontraba en el suroeste de China y el primer ministro Li Keqiang escuchó la advertencia de los expertos de que el virus se estaba propagando.
Tres días después, China había confirmado 571 casos de coronavirus, aunque los expertos estiman que el número real era de muchos miles. Xi cerró Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes.
Reescribiendo la historia
Once días después, Xi se enfrentaba a una crisis política.
En la internet china resonaba con furia el caso de Li Wenliang, un médico de Wuhan que fue reprendido por la policía después de intentar alertar a sus colegas sobre el coronavirus. Li se encontraba en una unidad de cuidados intensivos después de contraer el virus. Audaces periodistas chinos publicaron reportajes muy reveladores de errores y mentiras en las semanas anteriores.
Bajo fuego, Xi defendió su historial en una reunión del Politburó el 3 de febrero, en la que afirmó que había actuado de manera temprana.
Las infecciones y las muertes siguieron en ascenso. El 7 de febrero, Li murió. Las interrogantes sobre el control del poder de Xi se extendieron en China y en el extranjero.
Ansiosos por mostrar que Xi seguía al mando, los funcionarios encargados de la propaganda publicaron su discurso en el Politburó de principios de febrero, con lo que solo provocaron más preguntas.
Hasta entonces, los primeros comentarios conocidos de Xi sobre la crisis eran del 20 de enero. No obstante, en su discurso, Xi afirmó que había dado instrucciones internas sobre el brote ya desde el 7 de enero, antes de que China anunciara de manera oficial que la enfermedad era un coronavirus.
En la internet china, los ciudadanos preguntaban por qué no se les había advertido antes, dado que el tema era lo suficientemente urgente como para llegar al despacho de Xi. También preguntaban por qué las instrucciones precisas de Xi no se habían hecho públicas.
El discurso de Xi presagiaba lo que vendría, reescribiendo la historia de la crisis mientras sucedía.
“Debemos responder activamente a las preocupaciones internacionales”, dijo Xi a los líderes, “y contar una buena historia de la lucha de China contra el brote”.
Por: Chris Buckley, David D. Kirkpatrick, Amy Qin y Javier C. Hernández / The New York Times