El relleno sanitario de Doña Juana, en el sur de Bogotá, está rodeado de montañas fértiles donde hay surcos de cultivos de haba, papa, alverja y fresa e incluso algunas vacas alimentando a sus terneros. A simple vista no se ve basura, apenas una montaña amarilla de tierra árida que parece un desierto. Sin embargo, el olor delata este depósito de basura con 24 años de antigüedad y 596 hectáreas de extensión.
A la distancia, varios camiones de basura –900 en un día– se mueven lentamente por caminos laberínticos. Van cargados de todo tipo de desechos sólidos que los bogotanos han dejado en bolsas plásticas afuera de sus casas. Otros transportan residuos hospitalarios, como pedazos de piel, órganos y sangre. Al relleno sanitario llegan 6018 toneladas de basura en un día; el 15 por ciento de los desechos producidos en el país. Lo que alguna vez fue una finca de una señora llamada Juana se convirtió en un depósito que hoy acumula más de 33 millones de toneladas de basura. A solo 500 metros de distancia está ubicado el barrio Mochuelo Bajo.
Cinco perros gozques que no dejan de ladrar dan la bienvenida. El Mochuelo Bajo es un barrio que a su vez se divide en cuatro: Barranquitos, La Esmeralda, Paticos y Lagunitas. Tan solo una malla verde y un alambre de púas los separa del relleno sanitario. Barranquitos, el más cercano a Doña Juana, se asemeja a una vereda. Las casas son de una sola planta; las calles, cortas, empinadas y sin pavimentar. Hace frío y la poca gente que se ve está abrigada. El paisaje resume la fuente económica de sus habitantes, quienes pueden dedicarse a la agricultura, ganadería o trabajar en el relleno sanitario.
El relleno sanitario de Doña Juana tiene una extensión de 596 hectáreas.
Afuera de una pequeña casa de tejas improvisadas y ventanas sin vidrios conversan dos mujeres y un hombre moreno llamado Silvio, uno de los 6 mil habitantes del Mochuelo Bajo, donde el mal olor de las basuras va y viene con las corrientes de aire. Silvio, quien no reveló su apellido, es de un caserío en Yurayaco (Caquetá). La violencia lo obligó a trasladarse a la capital hace un par de años. Vive con su esposa y dos hijos en una vivienda que construyó con las ganancias de la venta de galletas negras, más conocidas como cucas. Pese a que se cree que el barrio es ilegal, tiene una escritura pública de su casa con sello de la Notaría 58 de Bogotá.
Silvio se acerca, saluda de manera amable y sin dudarlo responde a la pregunta: ¿Qué es lo más difícil de vivir cerca al relleno de Doña Juana? Habla de los fuertes y penetrantes olores que en días soleados o en épocas de lluvia se alborotan. De las gripas que padecen sus hijos y de las grandes cantidades de moscos y ratas que entran a su casa. “Hace dos días maté dos ratas del tamaño de un gato pequeño”, dice.
Cada quince días, trabajadores del Relleno de Doña Juana visitan las casas de los habitantes para entregarles un atrapamoscas y un plato desechable amarillo con un fuerte veneno que atrae a estos insectos. También un cartón tóxico para los ratones y ratas. Pero la vida útil de estas trampas es corta. Según cuenta Silvio, en cierta época del año son tantas las moscas que parecen nubes negras. Comerse un plato de comida se convierte en una verdadera hazaña. En el caso de los roedores, las familias se ven obligadas a taponar las puertas con varios trapos.
Silvio es uno de los habitantes del Mochuelo Bajo. En sus manos tiene uno de los platos con veneno que ayudan a minimizar las plagas.
César González, otro habitante de Barranquitos, dice: “Quisiéramos una solución porque estamos amañados aquí. Radicados y acostumbrados, pero necesitamos que arreglen los malos olores”. Las cuatro hijas de César, todas menores de edad, sufren de enfermedades respiratorias, ardor en los ojos y fuertes dolores de garganta y estómago. El aire que se respira parece ser el responsable.
Según un estudio realizado entre mayo de 2005 y enero de 2006 por la Universidad del Valle, el aire presente en los barrios Mochuelo Alto y Mochuelo Bajo tiene partículas de PM10, sustancia que inflama los bronquios; Benceno, un gas incoloro que causa alteraciones del ritmo cardíaco, puede producir leucemia y convulsiones, y Xileno, un líquido que puede presentar molestias en el estómago, los pulmones, hígados y riñones. También problemas de memoria e irritación de la piel, ojos, nariz y garganta.
A pocas cuadras de las casas de César y Silvio vive Porky, un cerdo de dos meses de edad que se comporta como un perro. El animal es alimentado con arroz viejo y cáscaras de frutas y verduras a punto de descomponerse. Su propietaria es Vitelvina Velasco, una mujer de 43 años, madre de cinco hijos y líder comunal. Ella padece varias enfermedades a causa del relleno sanitario. Vitelvina debe dormir con oxígeno desde hace cuatro años y fue diagnosticada con EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). También sufre de tos crónica y una evidente dificultad para respirar y hablar porque cada palabra que dice la deja sin aliento. Su piel morena está cubierta por una alergia desde hace varios años. Tiene algunas costras por la rasquiña que le produce. La hidrocortisona que le recetan solo le calma la picazón.
Pero Vitelvina no es la única persona con problemas en la piel. Varios niños del barrio tienen brotes y granos infectados difíciles de tratar. Los habitantes de Barranquitos aseguran que el Hospital de Vista Hermosa, ubicado en el Mochuelo Alto, tiene buena atención. Pero cada vez que acuden por una enfermedad la respuesta es la misma: “Es el virus del relleno de Doña Juana”.
Beatriz Villanueva es un de las habitantes más antiguas del Mochuelo. Lleva más de 20 años en este lugar.
Pero vivir en aquel lugar, ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar, no siempre fue malo. Algunos habitantes tienen buenos recuerdos. Antes de la apertura de la ‘La Juana’ –como la gente bautizó al relleno–, el Mochuelo Bajo era un potrero de pasto abundante donde se levantaron diez casas de manera artesanal. Doña Aleida, Don Pedro Campo y Don Pedro Bolívar fueron los fundadores. La mayoría ya fallecieron.
Beatriz Villanueva, una mujer menuda de rubor natural, fue una de las primeras habitantes. Llegó allí hace 28 años. En esa época, su familia estaba conformada por su esposo y sus dos hijas, de 2 y 6 años. “El lote estaba ‘pelado’, hicimos un ranchito con un pedazo de tela negra impermeable. Y ahí poco a poco construimos la casa”, recuerda Beatriz. En una sola habitación, Beatriz crió a sus cuatro hijos, quienes solían correr en aquel potrero que hoy está cubierto por cerca de mil casas, una chancha de microfútbol, un parque, un par de tiendas de abarrotes donde un huevo vale 250 pesos y un jardín infantil donde las profesoras aseguran que la talla y peso de sus alumnos es más baja en comparación con otros de la ciudad.
Luz Marina Urrego, madre comunitaria y habitante del Mochuelo desde hace 24 años, también es testigo de la transformación del barrio. En su memoria está aquel 26 de septiembre de 1997 cuando 1.200.000 toneladas de basura se vinieron abajo. Eran las 4.00 p.m. y una explosión alertó a los vecinos. Todo sucedió nueve años después de la apertura del relleno. La basura que contaminó al río Tunjuelito afectó a 288 mil personas de barrios aledaños. Luz Marina asegura que del cielo llovía basura y se veía una corriente de gas palpitar en el horizonte.
Tres días después el olor del relleno empeoró. Roedores y moscos se apoderaron de las calles. Poco después comenzaron los problemas de salud. El pasto se tornó amarillo. Según los periódicos, el derrumbe de Doña Juana fue investigado por expertos extranjeros. La emergencia hizo que los hospitales El Carmen, Tunjuelito, Meissen, Kennedy y El Tunal se pusieran en alerta amarilla. Ese día se derrumbó una cantidad de basura equivalente a la que Bogotá producía en 6 meses. Nadie quería vivir en aquel lugar.
Cerca al relleno Doña Juana viven más de 300 niños. La mayoría sufren de enfermedades respiratorias y alergias en la piel.
Viendo televisión Luz Marina conoció el fallo reciente del Consejo de Estado que ordenó al Distrito de Bogotá pagarle 227 mil millones de pesos a los afectados. Ella es una de los mil demandantes, pero hasta ahora no sabe más que lo dicho en los medios de comunicación.
El relleno sanitario de Doña Juana se abrió el 1 de noviembre de 1988 como una solución para el manejo de las basuras de Bogotá. En los años setenta, la ciudad tenía basureros improvisados en las calles, plazas y zonas verdes. Para esa época, una firma suiza llamada Buhler and Buhler Miag hizo un estudio para procesar la basura y convertirla en abono agrícola. Pero el proyecto costaba 80 millones de dólares, demasiado dinero para la ciudad. La solución fue la apertura de un nuevo basurero en el sur de Bogotá.
Los medios de comunicación anuncian que la vida útil y el terreno autorizado de Doña Juana va hasta el 2013, la empresa a cargo (El Centro de Gerenciamiento de Residuos Sólidos Doña Juana) dice que el relleno tiene algunos lugares con una capacidad estimada de 20 años más. Mientras tanto, el alcalde Gustavo Petro anuncia que la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá será responsable del aseo de la ciudad desde 18 de diciembre. Una estrategia para incluir a los recicladores en el negocio del aseo, valorado en 322 mil millones de pesos al año. Por su parte, los habitantes siguen su vida. Ignorantes de tales noticias.