El desayuno más tenso que han presenciado los meseros del Club El Nogal. El aire se convirtió en cubos de hielo seco. Los socios e invitados no lo miran, quizá están acostumbrados a verlo todo el tiempo en sus instalaciones. Quizá se descrestan por otro tipo de famoso. Los meseros saben que deben correr, es mejor no hacerlo esperar. Jorge Enrique Abello pedirá un café americano 4 veces. Tensos los cachetes y una vena minúscula hinchada sobre la sien. Se está controlando. Pensé que ya había pasado por la entrevista más difícil de mi carrera, y entonces decidí hacerle un perfil a este actor que tiene fama de ogro.
– Cuéntame de los días en que diste clases de cine en el Gimnasio Moderno y llegabas muy bien vestido en un carro destartalado.
– Nunca he tenido un carro destartalado y solo di una clase de cine en el Moderno.
Asegura que todos los carros que ha tenido han sido del año. No le gustan los carros destartalados pues no sabe de mecánica y sus aptitudes se agotan luego de cambiar una llanta, que es todo lo que sabe hacer. ¿Qué le pregunto a este hombre que es hermético, metido dentro de un fuerte impenetrable, rodeado de una gran pared?
– La gente siempre me ha criticado que no soy una persona que se abra mucho, que soy cerrado. Es una manera de protegerme públicamente. A mí no me interesa que me vean a mí, sino al personaje. Si saben de mí, ven los hilos con que muevo al personaje. Atento contra mi profesión. Lo que haga yo o deje de hacer, eso me importa a mí. Las cosas que uno descubre son para uno y corresponden a la misión que uno tiene como ser humano.
Su cara es seria. Muy seria. Dolorosamente seria. Cuando habla levanta una ceja. Su voz exquisita de locutor le da más énfasis a sus palabras. Impecablemente vestido. Camisa blanca con mancuernas, blazer negro, pantalones entubados verde militar y unos zapatos de cuero marrón. No parece haberse perfumado. Se come unas frutas y un sándwich con cuchillo y tenedor con unos modales que enorgullecerían a cualquier familia real. Los meseros revolotean a su alrededor cambiándole los platos y los cubiertos, pero el café americano aún se demora.
No se considera un galán, y aunque sus canas le aterran, asegura que enfrenta el paso del tiempo con dignidad.
– Catorce años después del primer episodio de Yo soy Betty, la fea el tiempo no parece haberte afectado. ¿Haces un gran esfuerzo por mantener al galán?
– No soy un galán. El galán es una frase que dentro del entorno de la actuación puede tener algo de peyorativo, porque el galán siempre termina siendo un poco limitado como actor y hace los personajes blancos, no tiene una exigencia histriónica ni una exigencia de profundidad. El galán es la versión del melodrama del héroe. Prefiero la palabra héroe. Que acude más a la dramaturgia de lo que se pretende. Yo no me siento un hombre guapo. Cada día me veo más viejo. Veo el calendario pasar frente al espejo. ¿Cómo me voy a ver como un galán viendo eso? El melodrama por lo general es joven.
Segundo error. Qué va a ser de mí. Me provoca salir de ahí corriendo para ponerme a llorar donde él no me vea.
Media hora más tarde salimos del comedor del club hacia el parqueadero. Nos montamos a su BMW que solo tiene un año. Por dentro no huele a nuevo, pero parece. Apenas enciende el motor comienza a cantar Nat King Cole y pienso que ojalá la música que le gusta lo relaje y haga que baje la guardia. Cuando salimos del edificio cambia la música: Brahms. Comienza a acelerar por la curva que nos bota a la Circunvalar, y corre haciendo zigzag entre los carros, hacia el sur de la capital, a 100 kilómetros por hora. Vroooom. Tiene puestas unas gafas de sol de aviador Ray-Ban que dificultan que la gente lo reconozca. Vrooooom. Vrooooom. El acelerador. Nos dirigimos hacia las instalaciones del canal RCN a una rueda de prensa para la nueva temporada de Protagonistas de nuestra tele. Coge un hueco y murmulla: Fuck!
– ¿Cómo hiciste para superar el papel de Armando y que la gente dejara de verlo cuando actúas?
– Haciendo otros papeles.
El viaje hasta el canal es doloroso. Es muy difícil conversar con él y entonces recurro a preguntas estúpidas sobre lo que ha leído. Libros. Libros. Le apasiona la literatura y tiene una biblioteca infame. Le cuesta trabajo prestar sus libros y solo lo hace si sabe a dónde ir a buscar a quien se lo ha llevado. Llevamos una hora juntos y aún no ha sonreído.
– ¿No sonríes casi, no?
– Sonrío varias veces al día, sobre todo cuando llego al set. (Silencio) (Silencio incómodo) (Solo se oyen los violines de Brahms)
Estando en el set, en su elemento, no le cuesta trabajo sonreír.
Ya en el canal, parquea el carro y camina una cuadra a toda prisa hasta la rueda de prensa. Voy caminando detrás de él, casi trotando, tratando de seguirle el paso. Detrás de él puedo darme cuenta de que tiene una cintura minúscula y las piernas muy flacas. Llegamos tarde y ya el salón está lleno de periodistas que se voltean a mirarlo cuando lo ven pasar. Ninguno se atreve a saludarlo y Abello camina con la espalda muy erguida, impertérrito. Se sienta en el puesto que le ha sido asignado, serio, muy serio. Saca el celular sin haber saludado a nadie. Los ojos serios, las cejas gruesas, casi bravas. Dos periodistas se le acercan con la intención de entrevistarlo y uno de ellos posa a su lado mientras el compañero les toma una foto. Abello hace una mueca incómoda en un intento por sonreír y ambos hombre se alejan de él murmurando: “Uy, no, ese man es una mamera. Es un pedante, qué mamera de man”.
En las pantallas ha comenzado el primer capítulo del reality y Abello aún no levanta los ojos del celular. A ambos lados de él hay celebridades tomándose fotos y mostrando todos los dientes, pero él no cruzará palabra con nadie hasta que no entre Sergio Osorio, el director. Cuando llega la hora de pasar al escenario, Abello se sienta en la primera fila de bancos que han acomodado para los profesores del programa. De alguna forma su figura se destaca entre las demás. Es como si brillara, y aún no ha sonreído. Cruza ambos brazos adelante y lo observa todo muy tieso, impávido. Indudablemente, es quien más presencia tiene y él lo sabe. Cuando llega la hora de aplaudir lo hace con cara de estreñimiento.
A la salida del canal se le acercan un grupo de mujeres pidiéndole una foto. Una de ellas pasa su brazo por detrás de su espalda y Abello no saca sus manos de los bolsillos. La mujer también se ha dado cuenta de que no ha sonreído.
– ¡Sonría para la foto! –Le ordena la mujer con una sonrisa enamorada que intoxica.
– ¿Pero así no te sirve? –Responde Abello con evidente desespero.
– Es que así estás muy serio. Quiero que sonrías.
– Entonces busca a una persona que sonría. Yo soy yo. ¿Pretendes que sea otro? ¿Por qué? Búscate a otro.
Abello asegura que si no hubiera sido actor y no le interesara la literatura, no sabría qué hacer con su vida.
De vuelta en su BMW vuelve a sonar Brahms, esta vez con mayor volumen. Vrooooooom. Vroooooom. Ahora nos dirigimos hacia Zona Franca, en Fontibón, donde está grabando la serie Los Graduados con su amigo, el director Sergio Osorio.
–Yo lo único que he hecho en la vida es trabajar. No soy una persona excesivamente sociable, para nada. Tengo un par de amigos nada más. Me gusta es el mundo interior. Tengo rutinas de disciplina, no más. No soy más que eso.
– ¿A quién admiras? (otra pregunta estúpida e incómoda)
– Lo mejor para no ver a alguien es idealizarlo. Si tú quieres no conocer a alguien, idealízalo, idolátralo. Ya, lo mataste, esa persona dejó de existir. Hay gente que respeto mucho, pero no tengo ídolos. Admiro mucho a Heidi y Rolf Abderhalden, los directores de Mapa Teatro, con quienes hice El Principito.
– ¿Qué papel interpretaste?
– ¿Cuál crees que sería mi personaje en El Principito?
– El zorro…
– Exactamente.
Yo me desternillo de la risa. La respuesta era evidente. Tan evidente que he logrado que sonría, y cuando lo hace se le forma un hoyuelo en el cachete izquierdo.
– ¿Te permea lo que la gente piensa y dice sobre ti?, ¿te afecta?
– Pues no, porque yo ¿qué puedo hacer? Yo tengo que cumplir con una rueda de prensa que se alargó y no tuve tiempo de comer. Tengo que salir a grabación. El set está parado si no llego. Eso le cuesta plata a todo el mundo y eso recae sobre mis espaldas en este momento. Entonces, ante eso, el valor más importante es cumplir con mi responsabilidad. Si yo no tengo tiempo y a alguien le molesta, pues tampoco tengo tiempo de dar explicaciones. No puedo perder tiempo. No está dentro de mi ámbito lograrlo. Si esas personas no aceptan eso, o sienten que es un rechazo, pues… ¿Yo qué puedo hacer? Si mi vida fuera diferente yo podría asumir otro tipo de cosas, pero no lo es. Tampoco soy una persona que quiera figurar masivamente. Yo no soy una persona que vea mi trabajo relacionado con los medios de comunicación. Lo que a mí me gusta de mi trabajo es hacerlo. Y ahí me comprometo y doy todo porque salga bien. El tema de mass media, la verdad, sí me aburre un poquito.
– ¿Qué te aburre?
– No me traman mucho las entrevistas. No me gusta hablar mucho de mí mismo, me parece que eso es un poquito insolente. Me parece que ese cuento que te meten de que tú eres una persona pública y tienes que trabajar como una persona pública, yo no creo en eso. Yo tengo mi trabajo y es ser actor. Mi misión es difundir las cosas en las que trabajo, pero de ahí en adelante no más. Yo no creo que sea una persona importante o interesante por mi vida privada. Mi vida privada me corresponde a mí. Creo que si te preguntan puedes decir sí o no. Estoy en el derecho de escoger, y si a alguien no le gusta, pues es problema de esa persona. Yo no me voy a poner a reflexionar frente a eso.
Un taxi se le cierra y Abello debe hacer una maroma un tanto agresiva para evitar que nos estrellemos. De inmediato se disculpa.
Mientras está grabando solo genera un buen ambiente. Nada queda del supuesto pedante que su público cree conocer.
– ¿Tu persona pública es muy diferente a la persona que eres en privado?
– No sé. Dímelo tú.
– No tengo idea.
– ¿Cómo me ves públicamente? Yo pensaría que sí, que el de la foto es uno y yo soy otro. Porque el de la foto es alguien que quieren ver. Y yo soy yo.
– ¿Hay cierta actuación, un rol, cuando estás entre la gente y los medios?
– No, lo que pasa es que de alguna manera te perciben distinto porque ven lo que anhelan ver de ti. Ven lo que te muestra la imagen de los personajes o las fotografías, lo que ven de un producto de ti. ¿Pero que te vean a ti? No creo, no me queda tan claro eso. Yo ya entendí, hace mucho tiempo, que los mass media juegan un gran papel en la imagen que la gente tiene de uno. Yo hoy en día no pretendo ajustar mi imagen al deseo de las personas.
– ¿Eres consciente de cómo te presentas ante la gente, de cómo te ve la gente?
– No. No. Soy consciente de hasta dónde quiero llegar con la gente y hasta dónde puede llegar la gente conmigo.
– ¿A ti qué te importa el qué dirán?
– Pues, mira, han dicho tantas cosas de mí… Cuando trabajas en los medios y no te conocen, pues especulan acerca de quién eres tú. Las especulaciones a veces son agradables y a veces no lo son. Yo ni veo ni leo lo desagradable, no me entero. Ni de lo bueno ni de lo malo, no me interesa. Los halagos son como los perfumes, tienes que olértelos pero no tragártelos. Y lo mismo sucede con las cosas feas. Al principio me afectaba y me dolía. Eso te desmorona y te pone mal. ¿Qué alguien hable mal de ti porque sí? Imagínate que alguien diga que eres pedante porque no tuviste tiempo para él. Lo que pasa es que yo soy directo y seco. ¿Quieres que te lo diga amablemente? Yo no soy una azafata. Yo procuro ser muy honesto. Yo hago mi trabajo. Si mi trabajo toca a la gente y la afecta, eso me parece hermosísimo. Esa era mi misión. Soy muy feliz cuando eso pasa. Pero de ahí en adelante, ni me creo gran cosa ni creo lo que me dicen.
– ¿Cómo controlas tu ego?
– La vida se encarga solita de eso. La vida te da tu pau-pau cuando te montas en algo que no es. Y te da duro. A mí la vida se ha encargado de decirme, ¿Ah, sí? Ah, ¿eres tan berraco? ¿Te crees tan bueno? Toma y aprende.
Su prioridad es su trabajo. Si no tiene tiempo, tampoco da explicaciones que justifiquen su aparente antipatía.
– ¿Todavía sientes nervios cuando te paras frente a un público, que no estés grabando?
– ¡Claro! Me muero del miedo. Si estuvieras cerca te darías cuenta de que estoy temblando. De eso se trata. La vida se trata de luchar con tus miedos. No tendría gracia alguna si esos miedos se disiparan, porque solo lo verdaderamente importante es lo que está en el ámbito del conflicto, lo que te duele, lo que te hace sufrir, lo que te pone contra la pared. Ahí es donde tienes que resolver. Si eso no está pasando pues no estás haciendo nada. Ni por ti ni por nadie.
– ¿Eres un pavo real?
– No. Yo soy un mono.
Hemos llegado al set, donde la grabación ha estado parada esperando a que él llegara. De inmediato se le transforma la cara y comienza a sonreír. No se trata de una sonrisa intermitente, no. Tiene una sonrisa estampada en la cara, permanente. Se ha transformado en un payaso. La actriz Carla Giraldo, que también está grabando con él, le da una patada en la cola y él reacciona dándole un pedazo de roscón con bocadillo, aún sonriente. Es montador, vulgar y supremamente físico con los hombres. Les da manotazos en la espalda, los empuja y juega todo el tiempo. En el set lo quieren. Director, actores, producción, maquillador, vestuarista. Todos lo quieren.
– Es un parcero. Y cuando actúa es como un niño con un juguete. –Dice Pepe, quien es el coordinador de piso. –Este es el verdadero Jorge Enrique Abello, el resto es una fachada.
Hacia las 6 de la tarde comienza a bostezar. Ha sido un día más largo y complejo de lo normal. Lo que más quisiera sería dormir, poder descansar. Pero en cada momento libre que tiene prende su iPad y continúa estudiando el libreto.
Desde la emisión de Yo soy Betty, la fea, Abello lleva casi 14 años protegiéndose. 21 años si se cuenta toda su carrera como actor. Ha sido capaz de construir una fachada acartonada, antipática e insoportable con la que logró que su vida privada quedara en un segundo plano. ¿Y quién puede culparlo por eso?
Las dos caras de Jorge Enrique Abello
Dom, 04/08/2013 - 15:01
El desayuno más tenso que han presenciado los meseros del Club El Nogal. El aire se convirtió en cubos de hielo seco. Los socios e invitados no lo miran, quizá están acostumbrados a verlo todo el