El día en que decretaron la cuarentena en la capital peruana nadie pensó que esta pandemia duraría tanto. Todas las personas tenían que quedarse en casa, incluso aquellos que ni siquiera tenían una y andaban por la ciudad durmiendo en cualquier lugar. Por eso nació Casa de Todos, un proyecto de la Beneficencia de Lima con colaboración de la Alcaldía, que albergó a 180 personas desamparadas y de mayor riesgo frente al coronavirus en la Plaza de Toros de Acho.
De plaza de toros a Casa de Todos
Los habitantes de calle en Lima estaban acostumbrados a recibir algunas ayudas y alimentación en comedores comunitarios, proyectos de caridad de iglesias y grupos sociales. Cuando el Gobierno peruano decretó la cuarentena obligatoria el 15 de marzo hubo desabastecimiento de alimentos en el centro histórico de la ciudad, donde se concentra gran parte de esta población.
“Entonces nos preguntamos: ‘¿Qué va a pasar con estas personas que viven en la calle si ellos no tienen un lugar dónde dormir, ni un lugar digno para pasar la cuarentena?’. Es así como surgió la idea de implementar un refugio temporal para que estas personas tuviesen un lugar para resguardarse del coronavirus y, a su vez, impedir que ellos fueran un foco de contagio”, explica Guillermo Ackermann, director de la Beneficencia de Lima.
Lo primero era encontrar un lugar. La Beneficencia es propietaria de la Plaza de Toros de Acho, la más antigua de América, considerada un monumento histórico del Perú desde 1972 y Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco desde 1991. Como estaba desocupada, pues las corridas de toros en la ciudad se llevan a cabo en los últimos tres meses del año, decidieron usarlo como el lugar idóneo para implementar este proyecto de emergencia, siempre con la idea de que fuera algo temporal. Fue un reto logístico y arquitectónico montar unas tiendas sobre la arena de la plaza sin dañar la infraestructura construida en 1766.
En la arena se instaló una enorme carpa dividida en cuatro bloques con 26 camas personales debidamente separadas para cada uno. Tenían sábanas, edredones y frazadas, también roperos y útiles de aseo. Una zona era reservada para aquellos con enfermedades respiratorias, había zonas de aseo y entretenimiento, un comedor y carpas de asistencia médica.
Antes de la pandemia la Beneficencia de Lima realizó varias intervenciones para rescatar gente que luego llevaban a los albergues. Días previos a la apertura de Casa de Todos en la Plaza de Acho, visitaron lugares donde se reunían los habitantes en situación de desamparo. Allí evaluaron a las personas y priorizaron a los adultos mayores y mujeres con niños en brazos, el grupo más vulnerable frente al virus. Poco tiempo después, las mujeres fueron trasladadas a la Casa de la Mujer, otro proyecto muy similar, pero a una escala más pequeña, y la Plaza de Toros se volvió un refugio de ancianos habitantes de calle.
“Cuentan que, de la noche a la mañana, se formaron largas filas en la fachada del coso taurino. Se trataba de gente de diversas edades provenientes de múltiples zonas de la ciudad. El primer día ingresaron 120 personas, dándole un resignificado a un espacio usualmente asociado a la sangre y a la muerte”, dice «Casa de Todos: rostros de la calle en Plaza de Acho», un libro de crónicas y fotografías publicado por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicada (UPC).
Un cambio de mentalidad
Los ancianos llegaban deshidratados, con cuadros severos de desnutrición e incluso anémicos. Había quienes sufrían de enfermedades dermatológicas e infecciones, algunos tenían VIH, tuberculosis, sífilis y en la Plaza pudieron acceder a los medicamentos necesarios para tratar sus enfermedades. Cada persona que entraba debía pasar por una revisión médica exhaustiva para conocer su estado de salud y si tenían el virus. Si las pruebas daban positivo eran remitidos a un hospital para tratarlos y así evitar un brote de contagio.
Aquellos que entraban iniciaban un proceso de rehabilitación que, entre otras cosas, incluía una alimentación nutritiva, la cual fue preparada por 20 chefs en la cocina de Astrid y Gastón, uno de los mejores restaurantes del país. Al principio fue difícil hacerles comprender que era necesario que pasaran por un proceso de sanación física y psicológica. “El enorme reto de Casa de Todos fue lograr que estas personas volvieran a entender que eran personas, a quererse y a sentirse valiosos. Una vez logras eso, todo lo demás es fácil y llega como consecuencia de aprender a quererte a ti mismo”, asegura Miguel Ríos, coordinador general del programa Casa de Todos.
Por eso crearon programas psicológicos, deportivos, de entretenimiento y culturales, manejados por un equipo multidisciplinario de psicólogos, médicos, trabajadores sociales y comunicadores. Por ejemplo, muchos al llegar, empezaron a pedir libros para leer y hoy tienen una biblioteca con más de 100 títulos. “No fue solamente una suerte de campo de concentración donde estabas recluido, sino que realmente empezó un proceso de transformación en la vida de esas personas. Empezaron a recuperar la dignidad y a valorar su condición humana”, explica Guillermo Ackermann.
Sin embargo, también había muchos retos de convivencia. En el libro «Casa de Todos», Silvia una asistente social recuerda que al principio fue muy difícil la convivencia. Algunos trabajadores trataban mal a los habitantes de calle y había muchas quejas por el comportamiento, pues algunos seguían robando dentro del albergue. Por ejemplo, el libro narra cuando Eloy Sotelo Fermín, de 70 años, no quería sacar unas cajas que podían contaminar al resto de albergados.
Eloy es uno de los internos que se ha vuelto una suerte de símbolo e imagen del proyecto, pues aparece en todos los reportajes que han hecho sobre Casa de Todos tocando su flauta dulce. Es uno de los albergados que tiene algún tipo de problema de salud mental: asegura ser una especie de profeta y dice que varios expresidentes peruanos son familiares suyos. El coordinador general del programa explica que ahora todos, tanto trabajadores como albergados, son más conscientes de esta problemática muy común en las personas sin hogar, y ellos han aprendido que son parte de una familia y deben respetar ciertas normas.
Es difícil decirle a una persona que ha vivido por muchos años en la calle que ahora está confinado a vivir dentro de unas paredes, compartir espacio con compañeros bajo unas reglas, unos horarios y unos límites a los que no estaba acostumbrado. A pesar de las dificultades de sentirse encerrados, todos compartían algo y es que entendían que estaban en el refugio para no morirse, y eso ayudó a que se generara un sentido de pertenencia, de cofradía, de familia y solidaridad. Casa de Todos se volvió una comunidad.
Historias de la Casa
La noticia de Casa de Todos trascendió las fronteras. La Unión Europea y El Vaticano mandaron notas de saludo y agradecimiento, y medios internacionales llegaron a reportar sobre el albergue. Gracias a este cubrimiento, varias personas han logrado identificar a sus familiares en los videos y fotografías publicadas, y se han dado 25 reencuentros familiares. El proyecto hizo búsquedas y procesos de reconciliación que permitieron que cerca de 40 albergados pudieran retornar a vivir con sus familias y abrieran un cupo en la Plaza para otro adulto mayor en situación de calle.
Hay historias que han marcado a todos los que trabajan en Casa de Todos. Por ejemplo, al principio uno de los albergados llamado Alejandro Pacora dormía en el suelo, pues no lograba acostumbrarse a la cama, ni conciliaba el sueño. También la milagrosa historia de un habitante de calle llamado Alcides Pérez Haro, quien sufrió un accidente dentro de la Plaza que le produjo un derrame cerebral. Cuando lo llevaron al hospital, los médicos fueron muy directos y decían que no había muchas posibilidades. Pese a esto, sus compañeros le enviaban diariamente mensajes de apoyo para su pronta recuperación y milagrosamente se salvó y volvió a la Plaza de Acho.
“Muchos de ellos en la intimidad me decían: ‘A mí no me cantaba un cumpleaños hace 10 o 15 años’. [...] La Navidad fue muy emotiva, por ser una época que recuerda mucho a la familia. Muchos de ellos están en la calle por un conflicto familiar. Armaron el pesebre y recibieron regalos, fue algo absolutamente significativo”, recuerda Miguel. “El proyecto termina siendo eso, una suerte de distribuidor de esperanza, de segundas oportunidades”.
La solidaridad peruana
El trabajo que ha hecho Casa de Todos es admirable, pero no soluciona el problema. Se estima que solo en Lima Metropolitana existen más de 3.000 personas en situación de calle. “Hay muchas personas sin hogar. Casa de Todos es una primera respuesta, importante, necesaria, no solo por la cantidad que puede atender, sino por el mensaje y por darles visibilidad a estas personas en situación de desamparo, pero no soluciona el problema”, dice Miguel.
Al poco tiempo de abrir el albergue se dieron cuenta que era necesario evitar a toda costa que estas personas regresaran a la calle al finalizar la pandemia. Por eso construyeron una Casa de Todos permanente en un terreno de 5 mil metros en la urbanización Palomino, a donde se mudaron el pasado 22 de enero. “Hace una semana inauguramos nuestra primera Casa de Todos permanente. Nos falta aún algo de financiamiento, pero la idea es crear más. Lo más importante es que se está creando una red de albergues y de gente que trabaja con temas sociales”, señala Miguel.
Casa de Todos es un punto de partida para conseguir el reto más importante: una ciudad sin personas desamparadas. También quieren que se replique este proyecto benéfico en otros lugares del mundo en donde este problema tiene complejidades similares, especialmente en ciudades latinoamericanas. Lastimosamente, no existen muchos proyectos que estén dedicados a solucionar este problema, sobre todo porque los habitantes de calle son invisibilizados.
“Ruego a Dios que nunca más vuelva a suceder esta pandemia, pero nunca va a haber una misma casa como esta, una misma cama, un mismo amigo que está ahí o que está sentado allá. Esto queda para la eternidad”, dice Manuel Antonio Alejandría Huamaní, un albergado entrevistado en el libro «Casa de Todos».
El próximo año Perú conmemora el bicentenario de la independencia y para celebrarlo se ha hablado mucho sobre la identidad peruana. “Nosotros estamos convencidos, y ese es nuestro aporte al país, que el peruano del bicentenario tiene que ser solidario”. Al comienzo los vecinos de la Plaza de Toros de Acho no querían que se hiciera el albergue porque pensaban que iba a ser un foco de infección del coronavirus. Un mes después, un día en que el almuerzo no llegaba, los vecinos hicieron una colecta, compraron arroz y pescado y la llevaron a la plaza para que todos comieran. Para Miguel “este tipo de magia que genera la solidaridad es importantísima para la construcción de un país”.
Por: José Ricardo Báez G. / Anadolu