El milagro que llegó hasta el Vaticano para la Canonización
Cuando lo llamé para pedirle una entrevista, el doctor Carlos Restrepo dijo que sí, pero con la condición de que él no fuera el protagonista de la historia. Acordamos encontrarnos en la Clínica Las Américas, en el occidente de Medellín.
–¿Sabés cómo me vas a reconocer? Mido casi dos metros y soy muy parecido a Bon Jovi en los ochenta.
En la recepción de la clínica se me acerca un hombre que llega al metro sesenta con pelos negros gruesos en los brazos y escapándose por encima del escote de la camisa de su uniforme para el quirófano. Cejas gruesas en punta, como si estuviera bravo. Ojos negros. Uno de ellos es una prótesis.
–¿No está divina mi prótesis? Me la pusieron en Londres, está divina.
Se ve natural, pero lo delata una pequeña cicatriz que tiene sobre la ceja, pero el doctor no quiere hablar del tema. Parece muy serio, se acerca mucho cuando habla y me agarra los brazos para resaltar sus ideas.
–La primera parte del milagro es ser normal otra vez. Ser médico –me dice casi en secreto.
Su celular se ilumina y en la pantalla de fondo veo a la misma Madre Laura de las estampitas que venden las monjitas en Jericó. Entramos al quirófano disfrazados como Pitufos y entre todos los médicos él es el más bajito. Realizará un Catéter Interescalénico Continuo para analgesia continua en una paciente con fractura de prótesis de hombro. Es un procedimiento ambulatorio con anestesia local que no dura más de cuarenta minutos. En el quirófano, el doctor Restrepo se convierte en un payaso y, al mismo tiempo, en un profesor. Explica cada paso del procedimiento mientras otros tres médicos observan las partes del cuerpo de la paciente, una mujer mayor de edad, en la pantalla del ecógrafo.
–Yo soy nerdo por naturaleza –dice con una aguja de unos siete centímetros en la mano–. Ser médico no me hace exento de ser católico.
Y entonces, listo para penetrar con ella el hombro de su paciente le dice: “Qué pena, princesa, una molestia”. Pero ella ni se moverá ni hará ruido alguno, y el doctor Restrepo da inicio al procedimiento.
–La Madre Laura no sabe lo que hacés vos los sábados –agrega otro médico y todos se ríen como si compartieran un secreto.
Es muy importante para el doctor Restrepo que se lo vea como una persona normal, que es, para él, lo más importante del milagro.
Tres veces intentará botar basura en la caneca sin éxito alguno. Así como es de impecable para realizar un procedimiento microscópico, su puntería es pésima. Hace casi nueve años no podía moverse debido a una Polimiositis Refractaria, una enfermedad muscular inflamatoria crónica cuyos síntomas son debilidad muscular, fatiga y cansancio exagerado al caminar. Los músculos del doctor Restrepo se inflamaron tanto que no podía deglutir, peinarse, voltearse en la cama, o caminar. Se cansaba hablando y no podía usar el computador porque se agotaba con solo mover el mouse.
Llevaba tres meses sintiendo un fuerte dolor en el pecho, pero como entonces tomaba hasta sesenta pastillas diarias, pensó que era una gastritis. Le hicieron una endoscopia y descubrieron una perforación en su esófago tan grande como el mismo esófago. La situación era muy grave. Debían operarlo pero el riesgo era enorme y los médicos no se decidían. Se acordó, entonces, darle doce horas para ver cómo evolucionaba.
–Dije, muy antioqueñamente: "Hijueputa, me voy a morir…".
Recibió los santos óleos y la visita de dos psiquiatras que lo ayudaron a despedirse de sus padres. Lloraba y se preguntaba: “¿Por qué yo?”. Entonces pensó en la Madre Laura, de quien había oído muy poco. Ni siquiera conocía su labor evangelizadora. Por qué pensó en ella, es para el doctor un misterio teológico, una iluminación.
–Los santos son abogados. Yo me imagino el cielo como la DIAN, una cosa muy grande, como estatal, lleno de archivos. Allá discuten qué pasara con tal mortal, si será que su ángel de la guarda está como dormido. Yo creo que cogieron mi archivo y aceleraron el proceso.
El doctor Restrepo hizo un trato muy insólito con la Madre Laura. Le dijo: “Ayúdeme a salir de este trance y que esto la ayude a usted”. El milagro fue inmediato. Doce horas después la fiebre y los dolores habían desaparecido. Su frecuencia cardíaca mejoró. En quince o veinte días se cerró la herida en el esófago. En un mes ya podía valerse por sí mismo. Comenzó a peinarse y a bañarse y caminó hasta veinte pasos. Al mes y medio salió de la clínica y a los tres meses ya estaba trabajando como anestesiólogo. El segundo día de trabajo tuvo que curar una herida de corazón, para la que se precisan impecables reflejos denominados de emergencia-. El procedimiento se llevó a cabo satisfactoriamente. Siete meses más tarde viajó a Toronto a estudiar y desde hace ocho años está en remisión.
¿Quién fue Laura Montoya Upegui, la Madre Laura?
A la Madre Laura la bautizaron a las cuatro horas de nacida, pues su madre, doña Dolores Upegui, se negaba a recibir a sus hijos en sus brazos y amamantarlos si antes no eran hijos de Dios. Entonces don Juan de la Cruz Montoya, su padre, le imploró a un Sacerdote de Jericó (Antioquia) que la bautizara. Como no se habían puesto de acuerdo con el nombre que le pondrían a la niña, el Sacerdote sugirió María Laura de Jesús.
–Pero Padre, Laura no es nombre de santa –advirtió su padre preocupado.
–Pues si no lo es, que se haga ella –contestó el Sacerdote.
Cuando la niña tenía entre dos y tres años, los Liberales asesinaron a su padre. Su madre debió vender la casa y la familia quedó en la calle. A la pequeña Laura la criaron sus abuelos en haciendas alejadas de la población. Desde los siete años, la niña comenzó a imitar las vidas de los santos, sobre quienes siempre le leían. Oraba durante largas horas llamando a Dios a gritos. Prestaba mucha atención en los sermones y cuando llegaba a la hacienda los repetía de memoria. Solo pensaba en comulgar y solía escaparse a una capilla cabalgando a toda velocidad durante la madrugada. Volvía antes de que cualquiera se hubiera levantado. Nadie se percataba de sus fugas. Cuando cumplió dieciséis años decidió que sería maestra para ayudar a su madre y comenzó a estudiar en la Normal de Institutoras de Medellín. Luego fundaría, con su prima Leonor Echavarría, el Colegio de la Inmaculada.
Además de su vida entregada a enseñar la palabra de Dios, la Madre Laura era reconocida por su indiscutible belleza.
En un viaje que hizo a la región de Guapá, en el Chocó, a visitar una tribu de indios se dio cuenta de su verdadera vocación: Dios la estaba llamando a evangelizar infieles. La Madre Laura solo contaba con Aspirinas, bicarbonato y manzanilla, y con ello curaba a los indios de disentería, diarrea y cualquier mal que padecieran. Cuando llegó a las selvas de Dabeiba una invasión de langostas había dejado sin alimento a la población. La Madre Laura llegó a evangelizar indígenas pero estos le exigieron que acabara con las langostas si pretendía enseñarles sobre Dios. Ella se apartó y comenzó a orar rogándole a Dios que se llevara las langostas. Mientras oraba las langostas comenzaron a desaparecer hasta que no quedó ni una sola, y así mismo se desaparecieron sus huevos.
Entre 1914 y 1917 fundó la Congregación Religiosa Diocesana de las Misiones de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena. Un 21 de octubre de 1949 y luego de padecer una terrible meningitis, la Madre Laura murió en su propio convento del barrio Belencito, en Medellín. Entre las pocas personas que la acompañaban en el momento de su fallecimiento se encontraba la hermana Estefanía, que por entonces era una niña.
–Sufrió mucho –dice. Eso es típico de los santos, sufren mucho. Tan amigos que son de Dios y sufren tanto…
La hermana Estefanía, quien cumplirá noventa años, conoció a la Madre Laura cuando tenía seis y ésta tenía alrededor de sesenta. Su tía y su mamá estudiaron en el Colegio de la Inmaculada y cada vez que la Madre Laura iba a Medellín a hacer alguna diligencia, las mujeres llevaban a la niña a que la viera. La recuerda como una mujer muy atractiva (de lo que son testigo sus retratos), cariñosa, de una conversación muy amena, muy graciosa, conversaba del tema que le pusieran y era muy abierta con todo el mundo.
–No era que todo el tiempo estuviera hablando de Dios, pero daba a Dios en su semblante, su modo de expresarse, en todo. Las personas que tienen a Dios lo dan sin necesidad de hablar de él. Hay personas muy buenas, atentas, serviciales, amables y sencillas. Eso es llevar a Dios. Así era la Madre Laura, eso son los santos. Nadie piensa en ser santo. Sabemos que tenemos que trabajar para santificarnos, pero ese no es nuestro fin. El fin de la Madre Laura era obrar bien, llevar la evangelización a quienes no conocían a Dios para glorificarlo. La santidad viene a consecuencia de trabajar por la gloria de Dios. Si somos bautizados, todos tenemos que tender hacia la santidad. Se puede ser santo en su trabajo, realizando el común y corriente de todos los días, si se vive la profesión con amor y cariño. Todos tienen las mismas posibilidades, pero el que quiere se hace una persona digna. El que no, se arrastra por las calles. El que quiere seguir las leyes de Dios se santifica. Todas esperamos santificarnos, no que seamos canonizadas, eso no es lo indispensable, pero sí lo es cumplir con la ley del Señor y nuestras obligaciones. El ideal es la gloria de Dios, y la santidad se deduce de ahí, viene por añadidura. A nadie se le ocurre entrar a un convento para que cuando se muera lo canonicen. Y es que los milagros que se hacen en vida no se tienen en cuenta en los procesos de Canonización. Un milagro es un favor de Dios, pues él quiere mostrar que esa persona sirve como ejemplo de vida perfecta para otros, una vida entregada al servicio de sus hermanos: un modelo de virtudes.
La hermana Estefanía, que vive en el Convento de la Madre Laura en Medellín, es de las pocas personas con vida que la conocieron.
Un expediente de 48 kilos y dos milagros: ¿qué necesitó la madre Laura para convertirse en santa?
La primera etapa del proceso fue un estudio histórico de la vida de la Madre Laura. Para ello hubo testigos bajo juramento ante un tribunal, y se llevó a cabo en la arquidiócesis de Medellín. Una vez aprobada por el tribunal, se envió la documentación a Roma y allá volvió a ser estudiada. Se leyeron todos sus escritos y correspondencias. Su archivo pesaba 48 kilos. El estudio sobre su caso comenzó en 1963. Luego pidieron los dos milagros, que fueron estudiados con rigurosidad.
Para la beatificación (que significa declarar que un difunto, cuyas virtudes han sido previamente certificadas, puede ser honrado con culto), la Iglesia exige un milagro: algo extraordinario, una manifestación de Dios para que el público vea que esta persona verdaderamente ha servido a Dios y ha practicado las virtudes en grado heroico. El primer milagro fue haber curado de cáncer de útero a una mujer de 87 años que estaba desahuciada y era la madre de una de las monjas del Convento de la Madre Laura. Sus médicos nunca pudieron dar una explicación científica del milagro. A su vez, el proceso de canonización (que significa declarar solemnemente santo y poner en el catálogo de ellos a un siervo de Dios, ya beatificado) pide otro milagro, que en el caso de la Madre Laura fue el del doctor Carlos Restrepo, en Medellín.
La Madre Laura recibió el título de Venerable el 22 de enero de 1991. El 7 de julio de 2003 fue promulgado el decreto de su beatificación y el 25 de abril de 2004 fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, en Roma. Se espera que el lunes 11 de febrero el Vaticano dé la fecha para su canonización.
Un pueblo con 16 iglesias
El camino, una hora antes de llegar a Jericó, es como un sueño de amor. La carretera en línea recta que bordea la orilla del río Cauca está cubierta por guayacanes rosados que a finales del mes de enero soltaron sus pétalos sobre la vía. Las cúpulas de los árboles a ambos lados de la carretera se juntan haciendo que parezca un túnel rosado. Sin embargo, el río padece una asustadora sequía que ha desnudado las piedras y la arena. Unos quince minutos antes de llegar al pueblo la carretera comienza a mostrarse en un pésimo estado, acaso por el turismo que ha llegado a conocer la casa donde nació la Madre Laura.
En Jericó, que tiene una historia de casi 200 años, hay 16 iglesias. Es además una tierra muy fértil pues el nevado del Ruíz baña los campos con sus cenizas haciendo que no hagan falta los fertilizantes. Muy pronto pasará de ser un pueblo común (aunque es denominado como uno de los más bellos de Antioquia) a ser un santuario religioso.
Es un martes a las 11 de la mañana, pero se siente como un domingo por la tarde. En la Alcaldía Municipal, rodeados de las flores rojas de novios y árboles navideños que aún conservan la fuerza con que florecieron durante diciembre, nos cuentan que aunque la ciudad tiene una capacidad hotelera para hospedar hasta 450 personas en los 17 hoteles con los que cuenta, rara vez se llena pues la gran mayoría de los turistas que llegan a Jericó vienen en buses que hacen parte de peregrinajes. Llegan con sus almuerzos preparados previamente entonces no gastan dinero en los restaurantes locales, y además, según asegura Alejandro Jaramillo, secretario de Convivencia y Turismo, llenan el pueblo de basura. La idea, ha dicho Jaramillo, es crear campañas junto con los municipios de donde llegan dichas peregrinaciones, para que aprendan a dejar Jericó tal y como lo encontraron.
Los fieles que antes se acostaban sobre la cama en que murió la Madre Laura ahora solo pueden mirarla, pues las monjitas de la Casa Museo así lo decidieron en un afán por aclarar que la milagrosa no es la cama, sino Dios.
También hay otro tipo de turismo religioso conformado por gente que sí se hospeda en los hoteles de Jericó y come en sus restaurantes. Los mismos que llegan buscando los carrieles típicos de la zona y los suvenires de la Madre Laura, lo que ha impulsado la creatividad y economía de la zona.
–Muy pronto veremos la cara de la Madre Laura hasta en sandalias, va a ver –agrega Jaramillo.
Con el turismo llegan los riesgos, y la Alcaldía Municipal advierte: “Hay que tener ojo con los pillos que ya han comenzado a inventarse historias sobre la Madre Laura para sacarle plata a los turistas. Que deme 10.000 pesitos y yo lo llevo a ver el sitio donde la Madre Laura se bañaba... Yo invito a la comunidad a que no coman cuento”.
En el Museo de la Madre Laura, que es la casa donde nació y la misma que su madre debió vender cuando asesinaron a su padre, no hay que pagar para entrar. Es una casa muy grande de dos pisos, situada en una esquina. Tiene un patio en el centro, habitaciones muy amplias y terrazas en el segundo piso. Es un museo donde tienen la pila bautismal, donde fue bautizada, así como una reliquia: luego de su beatificación, le sacaron la undécima costilla y le dieron un trocito a cada comunidad local. El museo ha quedado a cargo de cuatro monjitas de la comunidad de la Madre Laura, quienes muestran la casa a los visitantes, repitiendo una y otra vez el mismo discurso que cuenta su vida y sus obras. A un lado del museo tienen una tienda donde venden suvenires y algunas de las obras que publicó la Madre Laura.
Don Antonio cuenta el milagro en Jericó
Antonio Bedoya vive en una casita cerca al centro de Jericó. Cuando la Alcaldía Municipal les dio pintura a todos para colorear el pueblo, él decidió pintar la suya de blanco, y las ventanas de verde con rayas amarillas y naranjas. Allí vive con su mujer y una de sus hijas, rodeados de santos y ángeles de cerámica, flores de plástico con gota de rocío hecha con pegante, cortinas y acolchados de satín rojo y fucsia, luces de Navidad, plantas gruesas de muchos tamaños, almohadones de terciopelo con guirnaldas en los bordes y varias manijas atornilladas a paredes y puertas.
–Uno no busca a Dios sino cuando está en la olla. Cuando usté tiene una necesidá bien grande, entonces se acuerda que hay un Dios. Antes no.
Don Antonio Bedoya acusa al Vaticano de haberle prestado atención solo al milagro del doctor Carlos Restrepo por su condición de médico y agrega que todos los médicos se creen dioses.
Don Antonio, de 74 años, quiere que le tomemos una foto a la silla de ruedas en la que estuvo postrado durante 18 meses debido a una Ostiomelitis, una infección súbita o de larga duración del hueso o médula ósea, causada por bacterias u hongos. Las manijas en las paredes y las puertas eran usadas para impulsarlo y jalarlo con un sistema de cuerdas cuando él mismo era incapaz. Debían lavarlo, vestirlo, alimentarlo y llevarlo a hacer sus necesidades. Todos los jueves lo visitaban dos de las monjitas de la comunidad de la Madre Laura y oraban con él. Le decían que le rogara a la Madre Laura que lo salvara, que le pidiera con "harta fe". Encogido en una vieja silla de ruedas, comenzó a “tullirse”. Una rodilla se le hundió sobre la otra, lo que le causó una llaga muy dolorosa.
Pero Don Antonio asegura que la Madre Laura lo ayudó hablándole en la mente y diciéndole que midiera una tabla y la cortara para poner sobre lo que quedaba del almohadón de la silla de ruedas, y que le pusiera encima otro almohadón, y así recobró la postura. Sin embargo su salud solo empeoró, sentía tanto dolor en todo el cuerpo que chillaba cuando lo tocaban. Los médicos terminaron por desahuciarlo. Y entonces, el 12 de febrero de 2012 la Madre Laura lo ayudó. Pero Don Antonio aclara: “Ella no hace el milagro. El que hace el milagro es Dios”. Desde entonces comenzó a engordarse, el dolor desapareció, recobró el control sobre su cuerpo y volvió a caminar.
–Hay personas que no creen en Dios, y yo digo: No es el tiempo, cuando Dios los necesite los llama. Dios hace sus milagros, pero él dice: “Crea el que quiera”.
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Dom, 10/02/2013 - 16:00
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Cuando lo llamé para pedirle una entrevista, el doctor Carlos Restrepo dijo que sí, pero con la condición de que é
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