Hombre Caimán: más audaz que el miedo y las deudas

Vie, 05/02/2021 - 13:40
Un video de Álvaro Lemmon, de 75 años, se hizo viral en las redes sociales durante las últimas semanas. Kienyke.com decidió contactarlo para hablar de su vida y su nuevo emprendimiento.

El municipio de Plato (Magdalena) tiene una vieja leyenda sobre un hombre que quiso espiar a las mujeres desnudas en el río sin ser descubierto. Un hechicero le dio dos pócimas: una de ellas lo convertía en caimán, animal que hace parte del paisaje, y la otra le devolvía su cuerpo de hombre. El amigo encargado de darle la pócima restauradora se asustó al verlo y se la reventó en la cabeza. La pócima le devolvió la mitad de su cuerpo humano, pero no pudo quitarse la cola y las patas de caimán. 

Su historia es tan conocida entre los pescadores y habitantes del municipio que hay una estatua del ser mitológico en una plaza, una canción en su honor y un comediante que recibe ese apodo: Álvaro Lemmon, quien nació allá hace 75 años y es uno de los personajes más recordados de la televisión colombiana.

Cazar al Hombre Caimán resultó difícil esta vez: en varias ocasiones, cuando Kienyke.com lo llamaba, estaba ocupado en una “tanda” de grabación de los videos de saludos y canciones con los que ha estado trabajando en las últimas semanas. A esto se dedica durante las mañanas y tardes de estos días pandémicos, pues el virus mantiene a la familia en su casa. 

En ocasiones contestaba el teléfono su hijo menor, un joven de 18 años. Su acento lo delata: él y sus seis hermanos nacieron en Bogotá, la fría capital de Colombia, donde Lemmon vivió desde los 23 años y de donde también es su actual esposa, quien devolvió la llamada a este medio cuando la estrella del humor hubo terminado sus tareas del día. 

La caída y la dignidad

En la nevera se alojan los estudios de Caracol Televisión, que desde su época de programadora ha emitido el programa de humor Sábados Felices. La desparpajada actitud y las camisetas de estampados hicieron brillar al Hombre Caimán en ese programa, el más longevo de la televisión colombiana, desde 1981 hasta noviembre de 2019.

Después de su salida del programa y de la pírrica liquidación que recibió tras casi 40 años de trabajo —nueve millones de pesos—, Lemmon lanzó su primer grito de ayuda en enero pasado. Se sentía acosado por las deudas, pero siempre se ganó la vida trabajando con su don y empezó a ofrecerlo por redes: presentaría su espectáculo en eventos y fiestas donde lo llamaran. 

El cariño de la gente y la atención de la prensa no se hicieron esperar. Luego de que su caso sonara con fuerza atronadora, pronto consiguió un lugar como jurado en La Fórmula del Humor, un reality show dedicado al humor en el canal Telecaribe.

Pero la grabación se detuvo y comenzó la pandemia. Si hubo una industria que se vio especialmente afectada por la situación, fue la del entretenimiento: los conciertos se suspendieron, igual que las obras de teatro, los cines y las fiestas privadas o públicas. Incluso sus antiguos compañeros de programa tuvieron que ingeniárselas para seguir grabando los sketches desde casa.

Luego de meses de resistir como pudo con contratos esporádicos para shows virtuales, Álvaro Lemmon se volvió tendencia recientemente porque decidió ofrecer un nuevo servicio a través de un video en sus redes sociales, con guitarra en mano y sacando a relucir su actitud característica. “No te cobro caro”, dice mientras hace resonar las cuerdas.

Dice que por 50 mil pesos graba videos cortos con lo que le pidan: mensajes de cumpleaños, menciones comerciales, canciones o lo que tenga en la cabeza quien lo contacte.

Su herencia es su talento

Preparar cada tanda de videos no le rompe el coco al Hombre Caimán. Describe el proceso “como quien escribe cartas”: sin pensarlo mucho, hace lo que le encargan, le queda bien y atrae más clientes.

Después de todo, Álvaro Lemmon se precia de ser un hombre ingenioso. Él cuenta que desde que nació ha tenido la capacidad de hacer reír, y que su sola presencia en el escenario todavía despierta las carcajadas de varias generaciones de colombianos que viven aquí y en todas partes del mundo, hasta donde él llegó a presentarse durante la cumbre de su carrera como humorista.

Además, la vida en escena siempre le gustó. El Hombre Caimán recuerda que desde pequeño podía pensar en historias de vaqueros que interpretaba con sus amigos. Todo eso sin tomar cursos de escrituras creativas o narrativa: venía de la imaginación innata de un hombre que cantó por dinero desde los diez años y estudió hasta noveno grado. 

Él empezó a tocar la guitarra desde cuando llegó a Bogotá y la convirtió en parte de su acto. Después de todo, para él, el humor va agarrado de la música. “Es como cuando uno tiene una mujer buena: se agarra bien de ella. Cuando ella está bien con uno, ella se agarra de uno también. ¡Y por la noche, nos agarramos los dos!”, cuenta.

Aparte de escribir chistes, guiones y canciones, también se animó a escribir un libro. Contó que esta semana se citó con una editorial y con el gobernador del Magdalena, Carlos Caicedo, para que evalúen su publicación. Allí contará, a su manera, las historias de su pintoresca vida: lo bueno, lo malo y lo musical.

Álvaro cuenta que sus hijos heredaron su creatividad y buen oído. Uno de ellos estudió en la Escuela Fernando Sor, interpreta dos instrumentos, tiene un conjunto musical y ahora enseña música en colegios y de forma particular. “Es mejor que yo”, dice con orgullo. Eso sí, aclara que todos nacieron con su vena artística y que usó el esfuerzo de sus mejores años para darles el mejor regalo que puede dejar un padre: la educación.

 

Al preguntarle sobre el humor popular de hoy, opina que es bueno. Por supuesto, considera que es muy diferente al que hacían figuras como el Mocho Sánchez o el Flaco Agudelo, pero que tiene lo suyo. Eso sí, dice que el secreto para vivir del humor es ser uno mismo y no imitar a nadie. “Imitar a los demás ya pasó de moda, ¿ok?”, sentencia.

Los miedos de un hombre gracioso

Aunque en repetidas ocasiones interpretó el rol de borrachín o desorientado durante su paso por Sábados Felices, el Hombre Caimán dice que nunca ha sido un hombre de beber o fumar. Después de todo, el timbre de su voz no sería tan brillante hoy en día si así fuera. Aunque ya tiene 75 años, ha sufrido dos infartos en el pasado y su cabello no disimula las canas, aún es un hombre lúcido y con ganas de vivir de lo que sabe hacer. 

Es un hombre de familia y se considera a sí mismo como un bacán, un tipo pacífico, que nunca les levantó la mano a sus hijos y procura no meterse en problemas con nadie. La calle no le urge, así que se mantiene en casa con su esposa y su hijo; solo salen de allí por la noche para buscar algo de cenar. Álvaro dice que en el caluroso Plato, el pueblo natal al que regresó, sus vecinos lo respetan y lo quieren. 

“Lo que lo enferma a uno es el miedo” fue su respuesta al preguntarle si las personas en Plato se cuidan contra la covid-19: dice que las personas allí conviven y se emborrachan casi como si no pasara nada, pero que los 42°C de temperatura y la tranquilidad es lo que mantiene vivos a sus coterráneos. Eso sí, el Hombre Caimán dice que se mantiene "con el bozal to'el día" y se aplicará la vacuna “si sirve pa’ algo”.

Dice que no le come al miedo a la muerte, porque dice que tiene paz en su corazón y que no tiene cuentas morales con nadie. Hay una sola cosa que sí le da miedo: irse antes de tiempo para ayudar a su hijo pequeño a salir adelante. “Lo quiero mucho y no quiero dejarlo solito por ahora”, confiesa.

Aunque ha evitado hacerle daño a la gente tanto como ha podido, confiesa que tiene deudas financieras con mucha gente. Sanear esas deudas y pagar la universidad de su hijo, que justo salió del bachillerato en medio de la pandemia, son sus motivos para levantarse y andar. 

Creado Por
Erika Mesa Díaz
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