El corazón vallenato de "la Conchi" Araújo

Mié, 24/04/2013 - 09:33
Hugo Chávez había leído todas las noticias sobre la nueva canciller colombiana desde hacía una semana, no pasó por alto detalle alguno y por decisión propia modificó el protocolo diplomático p
Hugo Chávez había leído todas las noticias sobre la nueva canciller colombiana desde hacía una semana, no pasó por alto detalle alguno y por decisión propia modificó el protocolo diplomático para que redujese su formalidad. La cordial reunión en Miraflores se selló con su afirmación de integración y trabajo mancomunado. Pero tenía preparada una solicitud especial como cierre de aquel primer encuentro: bailar vallenato. Sin inmutarse, y previendo este pedido como un juego de galantería personal le enseñó los primeros pasos de la música que lleva en su sangre. Había comenzado con el pie derecho, y esa fue la fotografía más divulgada aquella tarde en Caracas. Era el 14 de agosto de 2006. María Consuelo Araujo, con su estilo sugestivo, comandaba la delegación colombiana en su primer viaje como canciller a Venezuela. Eran meses en que las relaciones bilaterales se mantenían a flote, pero en vilo debido a los temperamentos de Chávez y Álvaro Uribe. El único buen recuerdo fue el improvisado zapateo con el fallecido mandatario venezolano. Se ve rozagante, con esa sonrisa  inconfundible que es una suerte de sello personal. Nació en Valledupar a inicios de los setenta y se trasladó a Bogotá cuatro años después, donde continúa viviendo, sin perder su espíritu Caribe. Conchi Araújo y Hugo Chávez, Kienyke Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos María Consuelo Araújo me contó la historia del baile en la azotea de su apartamento que da a los cerros verdosos y cargados de la Avenida Circunvalar de Bogotá. Ese día no pudo ir a recoger a su hija Susana al aeropuerto El Dorado y en su lugar fue su esposo, Ricardo Mazalán, un argentino gentil y enorme, con cara de rockero nostálgico que se dedica a la reportería gráfica y en sus ratos de ocio a la ganadería. Cuando hablé por primera vez con ella me impresionó la desenvoltura de su cuerpo. Tenía la cordialidad inmediata y el desparpajo propio de buena vallenata. Nos sentamos en un sofá amplio de su oficina, sobria, con entrada de luz natural, ubicada en el octavo piso de un edificio en el barrió El Chicó. Pidió un café bien cargado y comenzó a contarme de su vida sin saber bien por dónde dar el primer paso. “Cuénteme que hizo ayer”, le dije. De inmediato fue hasta su escritorio, buscó entre los cajones hasta encontrar su tablet, me mostró las fotografías de un paseo con su familia en el río Badillo. El fin de semana se había escapado hasta sus aguas transparentes y gélidas, que contrastan con unas rocas puntiagudas y enormes: — Mira…  me encanta el Badillo desde que era peladita. Y a Susana, mi hija, también. — Cada cuánto va allá, le pregunté. —Bueno, cada vez que puedo nos escapamos. “No soy tan joven como para saberlo todo” Fue en la Universidad El Externado que comenzó su carrera política. No como representante estudiantil o vocera de sus compañeros de semestre, sino como alumna de la clase de Economía Internacional que dictaba Enrique Peñalosa, director por aquellos años del Instituto Colombiano de Ahorro y Vivienda. En 1994 con su título en ‘Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales’ fue reclutada por el futuro alcalde de la ciudad. “De él aprendí el orden, la planeación y a ser más juiciosa que los hombres”. En efecto, la vida y el pulso del país se transformaban a toda marcha, y una generación de jóvenes hacía su debut en las arenas de la política y la administración pública. César Gaviria llegó a la presidencia como el gobernante más joven en muchos años. Un grupo de estudiantes universitarios logró impulsar el cambio de la constitución. Y un académico, Antanas Mockus, llegó a la alcaldía de Bogotá. Ella misma vivió en persona la innovación generacional, y por partida doble. “De niña, mi mamá se dedicaba a los hijos y mi papá metido de lleno en política.  Mientras ella nos leía, él no tenía tiempo ni para saber en qué curso estábamos”. Alfonso López Michelsen dirigió su tesis de grado en la Universidad del Externado, y de él recibió el mejor consejo de su vida. La había citado en su oficina en Chapinero a las cinco de la tarde. Ella, que andaba en carro pero no conducía con destreza, quedó atrapada en un trancón del que creyó nunca iba a salir. Llegó corriendo con media hora de retraso. Cuando él la vio, le preguntó: — ¿Y usted, dónde estaba, que me dejó esperándola? Ante su autoridad solo atinó a decir: “Es que estaba en un trancón…. pero fueron sólo veinte minutos…”. —Aprenda una cosa –le dijo López- con tono puntual: los defectos de una persona se reflejan muy vivamente en la memoria de quien la espera. Conchi Araújo, Kienyke El oficio de ser mamá Sin embargo, ella lo ve por el lado positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o cualquier cosa que ha regido sus actos desde esa tarde en que vino al mundo en octubre de 1970, bajo el magnetismo del signo Libra. Incapaz de quedarse quieta, prefiere los espacios abiertos, como el de su apartamento. Allí, con un sol que ilumina en todo lo alto, sin una nube en el firmamento nos muestra un libro que conserva como un objeto sagrado, reflejo intimo de su vida. Se trata de una cartilla de papel grueso, pardo, adornado con una incrustación que delata a su dueña: ‘Cartas para Susana’ (su hija). “Cuando ella estaba chiquita me tocaba viajar mucho, yo le escribía una carta sobre el país que estaba visitando”, una forma lúdica de contarle cómo era su trabajo, sus jornadas, las personas con quienes compartía, las costumbres, y los datos narrados con la simplicidad y lucidez que un niño requiere. “Mira esta que le escribí cuando estaba en Chile…”. La leo mientras confiesa que tiene la misma letra desde el colegio: redonda, ordenada, lineal, sin sobresaltos ni tachones. “Es que desde chiquita fui súper organizada y juiciosa, igual en el colegio que en el gobierno”. Guarda la carta de Chile mientras busca un dibujo que hizo de su hija hace unos meses cuando cumplió diez años. Se trata de un boceto simple, en el que aparece su silueta trazada con simpleza y una carga afectuosa imposible de pasar por alto: es el retrato tierno de una madre enamorada. Añade, eso sí, que sin la colaboración de su esposo la crianza habría sido imposible, “Ricardo fue un súper papá. Me permitió poder trabajar en paz”. Sin la música la vida sería un error Le encanta el rock en español. Cuando estudiaba en el  Colegio Anglo Colombiano pasaba las tardes llamando a las emisoras solicitando con avidez la última canción de Papo Napolitano, Charly García o Los Prisioneros. Recuerda especialmente el ‘Concierto de conciertos’ en el estadio El Campín en 1988, que marcó un nuevo rumbo para la música juvenil. “Llegamos como a las 5 de la tarde, … cuando estábamos cerca sentimos la vibración del escenario…estaba tocando un grupo que me encantaba, ‘Pasaporte’, la voz de Elsa me encantaba”. La aventura musical se extendió hasta las siete de mañana del siguiente día. “A mí la música me encanta, me gusta, creo que es una manifestación de la alegría. Vivo alrededor de la música”, me cuenta mientras sirve un café negro a Lina Rozo, mi compañera fotógrafa con la dedicación y bondad de una buena anfitriona. Añade: “Soy bastante musical. Oigo música todo el tiempo, aunque prefiero cuando es  en vivo”. Por eso no pierde oportunidad de visitar el bar de su amigo Guillermo Vives, ‘Gaira’; o de asistir al Festival Petronio Álvarez, que le rinde homenaje a las cantaoras del Pacífico. “Ellos dicen que la marimba es el piano de la selva,… un piano con gotas de agua, como dice Hugo Candelario”. Cuando terminó su labor en el Ministerio de Cultura en el 2006 le enseñaron a bailar las danzas autóctonas de la zona, dice que, incluso, hace un año hizo una fiesta en su apartamento a punta de marimbas que duró toda la noche. — Yo arranco una fiesta y hasta que no veo la luz del sol no me siento tranquila. Su cercanía vital con la música y en especial con el vallenato la disfruta más cuando lo baila que cuando intenta tocar sus notas. De hecho, no aprendió a tocar el acordeón, pero sí a amar la música vallenata y a improvisar versos como lo hacía su tía, la Cacica Consuelo Araújo, asesinada por las Farc mientras se desarrollaban los diálogos de El Caguán, "fue el día más triste de mi vida...".  El que menos sabe de política, más político se hace Se mueve de aquí para allá buscando un buen registro para las fotografías. Pregunta si quiere que aparezca seria o sonriendo. Va hasta una escultura geométrica plomiza de cobre del artista bogotano Rodolfo Sánchez, que según me comentó, es desarmable y movible. “Aunque habría que vivir en un apartamento del doble para volverla a armar”. Se sirve un café negro y se sienta sobre el mesón en posición de flor de loto. Desde hace unos meses asiste a clase de Bicram yoga, en busca no tanto del Nirvana o la Realidad Última sino para una tarea más terrenal: no perder la cabeza y mantener la concentración al frente de Gran Colombia Gold, industria minera, que la ha hecho una especie de zarina del oro. “El cambio ha sido sorprendente, me siento plena, cómoda…”. Hace unos días  volvió a Providencia para conocer de primera mano reacciones posteriores al  litigio con Nicaragua que renovó en el sentir del país la sensación de desmembración, tal como había sido un siglo antes con la pérdida de Panamá en el gobierno de Marroquín. Unos años antes, como Canciller, asistía allí mismo a los ‘consejos de frontera’ los martes o jueves, mientras que los sábados estaban destinados para los consejos comunitarios encabezados por el expresidente Álvaro Uribe. “Allí íbamos todos los ministros, menos el de Hacienda, para que no se descuadrara el presupuesto”. En dichos consejos se la pasaba con Cecilia María Vélez y  Carolina Barco conversando vivamente como lo hacían desde cuando habían trabajado para la alcaldía de Bogotá, una renovación personal de la extensa jornada de trabajo. “Él [Uribe Vélez] agotaba toda la agenda, hasta que no resolviera cada punto no se levantaba de la mesa”. Añade que, sabedor de la complicidad de sus ministras, “nos mandaba a cada una por su lado, con los profesores o los encargados de cualquier asunto”. Como si estas jornadas no fueran suficientemente extenuantes, los Consejos de Ministros le quitaban más de un sueño, “uno sabía a qué horas comenzaba, pero no a qué hora terminaban”. — ¿Alguien ponía el ambiente o al menos, lo relajaba…? — Ah, claro, Cecilia María [Vélez] tenía unos apuntes buenísimos. Igual que Luis Ernesto Mejía. Alicia Arango  tenía unas burlas inocentes, de las que nos reíamos tanto… — ¿Y Uribe no se animaba a echar algún chiste…? — No, no los  contaba. Al contrario: había que explicárselos. Conchi Araújo y Álvaro Uribe, Kienyke El amor llama dos veces Entramos de nuevo a su apartamento. Nos ofrece algo de tomar mientras busca en su iPad una canción que desde hace días la viene tarareando en la oficina. Se trata de ‘Cosas Imposibles’, de Gustavo Cerati, que Ricardo le dedicó hace unos meses, aunque no recuerda el motivo. “Si él estuviera aquí se la pasaría diciéndote cómo tomar una fotografía, o recomendando una composición”. — ¿A él le gusta fotografiarla? —No, sabes que dice que no se siente cómodo… —Como los médicos, que no operan a nadie de su propia familia. Le digo. —Sí, la vaina debe ser por ese lado. Va hasta el comedor, trae un pocillo recubierto por una serie de fotografías en estilo pop art del rostro de Hugo Chávez. “Este lo trajo Ricardo el otro día de Caracas, con todo el alboroto de Chávez…”. Lo observamos con curiosidad, tanteándolo y jugando con él. “¿Qué hora es?”, pregunta con insistencia, pues el vuelo que trae de regreso a su hija a Bogotá estaba programado para cuando comenzamos la entrevista. Recoge los dos pocillos de tinto negro y los vasos de agua que despaché para pasar la soleada tarde en su casa. Terminamos la entrevista con un abrazo y una invitación implícita: “Bueno, por acá siempre bienvenidos… y eso sí, -nos advirtió en un falso tono imperativo-, los espero en el Festival Vallenato, para que sepan cómo es que es la cosa allá”. Apenas dijo esto el timbre puntual de su apartamento y luego un juego de sonrisas retumbante. Habían llegado su hija de la mano de Ricardo.
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