Egidio Cuadrado: El alma de La Provincia

Lun, 21/10/2024 - 09:58
El acordeón de Egidio, a lo largo de los años, contó más que historias de vida; tejiendo la identidad cultural de un pueblo.
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@egidiocuadrado

El acordeonero Edigio Cuadrado, compañero inseparable del cantautor Carlos Vives en su grupo La Provincia, falleció este lunes en Bogotá a los 71 años.

Nacido en 1953 en Villanueva, La Guajira, Egidio creció inmerso en la riqueza cultural del Caribe, una región donde el vallenato no solo se escucha, sino que se respira.

Cuadrado, para muchos, fue un maestro del acordeón, siendo más que un músico; es un símbolo del vallenato, el género musical que ha narrado la vida, las pasiones y las luchas de generaciones de colombianos.

Desde muy joven, mostró una afinidad casi mágica con el acordeón, ese instrumento que, en sus manos, parece cobrar vida propia. Su destreza no pasó desapercibida, y pronto comenzó a acompañar a algunos de los grandes juglares del vallenato.

Fue coronado rey vallenato en el Festival de la Leyenda Vallenata de 1985, lo que le abrió las puertas al éxito, que cimentó años después cuando Carlos Vives lo llamó para que lo acompañara en La Provincia.

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En 1993 Vives protagonizó la telenovela 'Escalona', inspirada en la vida del compositor Rafael Escalona, en la que Cuadrado lo acompañó con el acordeón, y al año siguiente lanzaron 'Clásicos de La Provincia', una recopilación de canciones vallenatas que convirtió a esa música del norte de Colombia en un fenómeno internacional.

En ese álbum incluyeron canciones clásicas como 'La gota fría', 'El cantor de Fonseca', 'Alicia adorada', 'Amor sensible' y 'Matilde Lina', entre otras que catapultaron a La Provincia a la fama.

Luego vino otra docena de álbumes, como 'La tierra del olvido', 'Tengo fe', 'Clásicos de La Provincia II' y 'Corazón profundo', entre otros, y la pareja de Vives y Cuadrado, acompañado siempre por el sombrero vueltiao y la mochila arhuaca que llevaba terciada, se pasearon por los escenarios del mundo.

Junto con Vives, Cuadrado ganó varios premios, incluidos Grammy Latinos.

Pero su influencia no se limitó a los escenarios internacionales. En su tierra natal, Egidio era reverenciado como un custodio de la tradición. En un momento donde la globalización amenaza con diluir las identidades locales, Cuadrado supo mantener viva la esencia del vallenato clásico, ese que narra las historias de amor, despecho y vida cotidiana con una sinceridad desarmante. Su música, aunque modernizada, nunca perdió el contacto con sus raíces.

El acordeón de Egidio, a lo largo de los años, contó más que historias de vida; tejiendo la identidad cultural de un pueblo. Sus notas fueron el eco de las jornadas campesinas, los atardeceres en las plazas y las fiestas que duran hasta el amanecer. 

Cada presentación suya era una celebración de esa conexión profunda entre el músico y su público, un diálogo íntimo donde las cuerdas y el fuelle del acordeón hablan con el alma de quienes lo escuchan.

Pese a su éxito y reconocimiento mundial, Cuadrado nunca dejó de ser un hombre sencillo, ligado a su tierra y a su gente. En entrevistas, siempre ha resaltado su orgullo de ser parte de una tradición que ha perdurado a lo largo del tiempo y que sigue evolucionando sin perder su esencia. Egidio fue, en muchos sentidos, el puente entre lo antiguo y lo moderno, entre la tradición y la innovación.

Cuadrado es considerado una leyenda del vallenato. Su legado no solo estará en los álbumes que ha grabado o en los conciertos multitudinarios que ha ofrecido, sino en la inspiración que brindó a nuevas generaciones de acordeoneros que sueñan con seguir sus pasos. 

A través de su música, Cuadrado logró algo que pocos artistas consiguen: trascender las barreras del tiempo y del espacio, convirtiéndose en un símbolo de identidad para su país y un embajador del folclor colombiano en el mundo.

“La Provincia ha muerto”, mencionó Carlos Vives en sus redes sociales expresando el pesar por la partida de su gran amigo y compañero en más de 30 años de aventuras musicales.

Egidio Cuadrado no fue solo un acordeonero, fue la personificación del vallenato, el espíritu de una cultura y el testimonio de que la música puede, efectivamente, contar la historia de un pueblo.

Este 21 de octubre, se apagó su acordeón, se apagó su vida terrenal, pero su esencia, legado y espíritu, seguirán retumbando por siempre en la cadencia e identidad pura del vallenato.

 

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